El octogenario Octavio, asomado
en la terraza de la casa en la que vivía con su hijo Lucio, su nuera Clara y su nieto Cesar, contemplaba el cielo desde
temprana hora de la mañana y se maravillaba de aquel alborear tan distinto de
días anteriores que habían padecido de muchos nubarrones, con serias tormentas
que inundaron las calles de la ciudad de Guadalajara. Ahora eran sus ideas que
afluían a borbotones en su veterana cabeza aderezada con escasos cabellos
plateados. Se mostraba triste y preocupado
por los acontecimientos de toda índole que se estaban produciendo en nuestro País y
por la esencia de su propia vida y la de su familia, apreciando serias dudas
sobre el horizonte de tiempos venideros.
Había decidido salir a
pasear con su nieto, aquel sábado del mes de Mayo víspera del aniversario de su nacimiento. El cielo
prometía un hermoso día. La luna pálida en un rincón del cielo, destacaba, sin
embargo, en el campo gris azulado del inmenso universo. Algunas nubes se extendían en el
horizonte con aspectos desiguales de un bello azul, y los rayos del sol
intentaban abrirse paso entre rosadas nubes, para florecer un nuevo día por el
lejano levante.
Después de desayunar
decidieron pasear hasta el Parque de la Concordia, con más de 150 años de larga historia. Es un lugar
de encuentro de gentes variopintas, especialmente de mayores que charlan animadamente, y con frecuencia
exponen sus lindezas en competir sobre sus males; de jóvenes enamorados, y de
niños con sus juegos. Todos amenizan con su presencia los hermosos jardines,
con el bien trazado de sus diversos paseos alfombrados a un lado y a otro de bonitos
diseños de rosales y otras plantas, con variadas y sinuosas lomas de césped. En el centro del espacioso lugar destaca un
artístico kiosco donde se celebran conciertos de bandas musicales. También luce
una bonita y luminosa fuente elevando
con fuerza diversos chorros de agua hacia el cielo.
Después de un rato de
contemplación del entorno, con cierta nostalgia el veterano Octavio comentaba a
su nieto, que la mayor parte de las
personas, especialmente los que ya tenemos avanzada edad, nos quejamos de la maldad de la naturaleza,
porque nos ha engendrado para un tiempo tan breve y porque la vida corre tan
veloz, tan rápida, que si exceptuamos a unos pocos, a todos los demás les priva
de ella en el preciso momento en que se aprestan a vivirla. Pues bien es cierto
que hace falta una vida para aprender a vivir.
Así se manifestaba en la
charla con su nieto, que más parecía un monólogo, al que le confesaba que no le
había entusiasmado el haber traspasado, la que él llamaba con cierta ironía,
línea roja del grupo de los ochenta.
Para animarle, su nieto
trataba de convencerle que no debía de caer en
desaliento, porque otros estaban peor que él, además por el mucho cariño
que recibía de su familia. En su próximo cumpleaños se lo iban a demostrar ofreciéndole un destacado homenaje: un
almuerzo familiar en un distinguido restaurante de la ciudad. Un regalo especial, que él desconocía (se
trataba de un reloj de pulsera de prestigiosa firma suiza, que su nieto no le
quiso descubrir). También tenían reservada
la asistencia, acompañado de la familia, a un espectáculo musical en el Teatro
Auditorio Buero Vallejo, donde estaban representando el Sombrero de Tres Picos
y el Amor Brujo de Manuel de Falla, y la Suite Iberia de Isaac Albeniz, músicos
por los que sentía verdadera admiración. Así mismo, manifestó su nieto que se
le había gestionado la estancia en un balneario de los que el Imserso tiene
programados para el dorado mundo de los jubilados, donde siempre encontraba
feliz esparcimiento.
En tiempos pasados, antes
de fallecer su esposa, eran asiduos en acudir a los programas de termalismo,
que el citado Organismo organiza anualmente.
No obstante los momentos en
los que sentía cierta tribulación y
nostalgia, estaba feliz con su familia por las atenciones que de ellos recibía,
pero especialmente preocupado por su menguada salud en los últimos años.
Pensaba y los transmitía con cierta preocupación, pues observaba tener
disminuidas sus posibilidades físicas, para avanzar en la aventura de la vida
con el optimismo que siempre había demostrado. Significaba el no poder realizar
normalmente deseados paseos, como lo hacía anteriormente, recorriendo la ciudad
de Guadalajara, y observar con deleite
sus riquezas monumentales e históricas; así como viajar por la
provincia, especialmente acompañado de su querido nieto Cesar, con el que tenía
una comunión, no solo familiar, también de compañero de fatigas en los viajes y
confidente de sus tribulaciones desde que quedó viudo, y se acentuó su tristeza
y soledad. No obstante, fue atenuado por el cariño mutuo que sentían.
Tiempo atrás recorrieron
juntos buena parte de la ciudad y de la provincia, disfrutando de las cosas
bellas que iban descubriendo.
Octavio recordaba con
entusiasmo sus largos recorridos por el norte de la provincia, visitando los
bellos pueblos de la ruta de la Arquitectura Negra del Parque Natural de la Sierra Norte, que engloba las sierras de
Ayllón y Pela, y los espacios de la Tejera Negra, con el macizo de Pico Lobos y
Cebollera, continuación del Sistema Central, que limita con las provincias de
Madrid, Segovia y Soria. Uno de los lugares más montañosos de la comarca,
destacando el famoso pico Ocejón, el más alto de la provincia de Guadalajara
con más 2.000 metros de altitud, al que se atrevieron subir, no con poca fatiga
del abuelo queriendo competir con su nieto, que contaba entonces con 14 años.
También le dejó buen
recuerdo los días que pasaron en una casa rural en el pueblo de El Cardoso de
la Sierra, limítrofe con la Comunidad de Madrid, a pocos kilómetros del famoso
Hayedo de Montejo, los bosques de haya más meridionales de Europa, con rincones
de inolvidable belleza y encanto.
Su nieto también le
recordaba con cierta admiración las cosas hermosas que descubrieron en sus
viajes, recorriendo la Reserva Natural del Alto Tajo, en la zona de Molina de
Aragón, con sus numerosos arroyos y ríos, destacando el Tajo y Gallo, formando
impresionantes barrancos y profundos valles, dando un aspecto de serranía de
singular belleza. Observaron con admiración rincones hermosos e inesperados,
como el Barranco de la Hoz, en el río Gallo, formando el Parque Natural del Alto Tajo, que junto con
el Hayedo de Tejera Negra en la zona norte, forman los dos parques naturales
que goza la provincia, ambos de gran belleza por lo agreste del paisaje.
Así mismo no olvidaba los
momentos felices vividos por la extensa
comarca de La Alcarria, la que ha dado mucha fama por la producción denominada
Miel de La Alcarria, a nivel nacional e internacional.
Y el viaje inolvidable por
tierras de Extremadura, en recuerdo de
su abuelo y del familiar de uno de sus amigos, oriundo de la ilustre villa de
Barcarrota, lugar de gran riqueza histórica.
También extendieron sus
ricas vivencias por la Mancha, concretamente por la ciudad de Tomelloso, en honor y recuerdo igualmente de otros
buenos amigos.
El joven nieto también
recordó el extraordinario viaje que realizaron
a Grecia toda la familia, y el ensueño fantástico que tuvo en la noche
anterior al viaje.
Cesar que estaba en el
ecuador de su carrera universitaria de turismo, también recordó el largo paseo
que realizaron por la ciudad, especialmente, por el Palacio del Infantado, joya
arquitectónica más importante y representativa que la familia de los Mendoza ha
legado a la capital alcarreña, y simboliza el arte y la historia de
Guadalajara.
Muchos recuerdos afluían por la mente joven de Cesar, pero no llegó a concluir otros más, porque
sentía que su abuelo estaba a punto de derramar alguna lágrima. Llegando el
mediodía, decidió sugerir a su abuelo caminar hasta un conocido bar cercano y tomar unas copas con el deseo
de animarle. Allí charlaron animadamente
de todo lo humano y divino, de los momentos actuales y principalmente por el
futuro de Cesar, por el que su abuelo estaba
muy orgulloso, por sus buenos sentimientos y destacados
principios.
Al rato siguieron camino
hacia el barrio limítrofe de San Roque,
donde la calle principal es peatonal. Había
desaparecido la casa en la que habitó Octavio durante muchos años, poco tiempo
después de haber llegado a Guadalajara procedente de su tierra extremeña, en su
lugar se había construido un edificio
moderno. El paseo estaba cambiado con algunos otros edificios modernos, con varios bares,
cafeterías y restaurantes, pero quedaba la esencia del encantador paseo antiguo
de los guadalajareños.
Después pasearon por sus
bellos y modernos jardines, e idílicos
estanques donde nadaban patos y cisnes, y
reinaba la paz y el sosiego. Tomaron asiento cerca de la histórica ermita del
santo que lleva el nombre del barrio, y con vistas al famoso Panteón de la
Condesa de la Vega del Pozo, uno de los monumentales mausoleos funerarios más
grandiosos del País.
Estaban pensativos ambos
personajes disfrutando de aquellos momentos, con la bonita perspectiva que les
rodeaba. Pero al rato el abuelo Octavio, como si estuviera ensimismado en sus
pensamientos, dijo a su nieto:
-Querido Cesar, no puedes
imaginar lo que agradezco tus buenas intenciones y las de tus padres por cuanto
hacéis por mí, y nunca lo olvido, pero la vida me ha enseñado reconocer que generalmente olvidamos la caducidad
humana, sin reparar que la naturaleza es inexorable en aplicar sus misterios,
que nos hacen sucumbir al rigor del
destino, por lo que todos caminamos
hacia el mismo fin, pues no hay nada eterno y pocas cosas duraderas, que todo
lo que tuvo principio ha de tener su fin.
-No obstante, mis
tribulaciones se disipan y la felicidad me acompaña cuando estoy con mi familia
y con mis buenos amigos, que la enriquecen por los momentos venturosos que paso
con todos, y consigo liberarme de los temas que me causan tribulación. También
gracias al sueño y la esperanza que la Providencia me ha dado como compensación, viviendo experiencias especiales con la
música y la literatura.
-Y por último, Cesar, si
algún día ves que ya no sigo, no sonrío o callo, solo te pido que te acerques a
mí y dame un beso, un abrazo o regálame una sonrisa, con eso será suficiente.
Su nieto afectado por el
melancólico mensaje del abuelo, con su mejor intención de animarle, le recordó el bonito y reconfortante poema
-NO TE RINDAS- del famoso escritor Mario Benedetti:
“No te rindas, aún estás a
tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus
miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo.
“No te rindas que la vida
es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr
los escombros y destapar el cielo.
“No te rindas, por favor
no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se
esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus
sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y
porque te quiero.
“Porque existe el vino y
el amor, es cierto, porque no hay heridas que no cure el tiempo, abrir las
puertas quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron.
“Vivir la vida y aceptar
el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las
manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los
cielos.
“No te rindas por favor no
cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo,
porque ésta es la hora y el mejor momento, porque no estás solo, porque te
quiero.
Con lágrimas en sus ojos,
el abuelo Octavio se levantó y se fundió en un abrazo con su nieto.
Eugenio
Noviembre 2019
1 comentario:
Simplemente precioso. Te quiero padre...
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