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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

24 abril 2019

UNA HISTORIA TRASCENDENTE



Que espero tenga la buena fortuna de serle grata al lector, pues es una historia que está basada en un hecho real.

Generalmente el ser humano, al final de sus días, suele sincerarse con el recuerdo de su pasado, rebuscar la complacencia de sus bondades y arrepentirse de cuanto hiciera en su vida poco recomendable.

Nuestro gran hombre de esta historia, no iba a ser una excepción cuando cercano a su muerte, se confesó, comulgó y recibió la santa unción de los enfermos que había solicitado con mucho fervor. Muchos años atrás se había convertido al catolicismo, después de haber acaecido en un momento de su vida un hecho fuera de lo común.

No era una persona superficial, de los que son incapaces de profundizar en las cosas y que pretenden conocerlo todo, sin saber nada en absoluto. Todo lo contrario, se trataba de un hombre humilde y sincero, con mucho ánimo de aprender sin presunción y gozaba de gran talento.

Recordaba a sus alumnos ya en la madurez de su vida, cuando en los estudios universitarios en la universidad de Lyón, en Francia, abandonó las convicciones religiosas que había recibido de su familia y abrazó la filosofía materialista, que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico.

Se movía arbitrariamente en el tema complicado del espíritu, tendiendo a demostrar la ambigüedad de los fenómenos espirituales de la vida, la naturaleza y de la lucha por los grandes principios en el  debate del alma humana.

Era un escéptico de la religión y especialmente incrédulo sobre los hechos sobrenaturales de los que tenía conocimiento, y que aparentemente habían acaecido en una pequeña población del sur de Francia llamada Lourdes.
                                                                                                                                                                                                   Con lágrimas en los ojos deslizándose por sus mejillas, recordaba también el viaje que realizó en tren en la estrenada primavera del año 1902. Con 29 años sintió en su corazón una llamada de amor. El principio de la vida. Sueño embriagador de todo ser humano.

En aquel entonces, como si estuviera predestinado por las estrellas, le ocurrió un fenómeno celestial del que dependió la suerte de su destino.

Nuestro personaje hacía nueve años que había terminado la carrera de medicina, especializándose en cirugía, sirviendo durante dos años en un hospital de la Cruz Roja, y varios años en distintos hospitales de la ciudad de Lyón.

Había decidido tomar un tren que le llevaría hasta Lourdes, para conocer personalmente los hechos extraordinarios que se atribuían a la Virgen María en aquella población, participando como médico en una peregrinación de enfermos. En su vagón  conoció a una enferma llamada María Brailly, con una grave enfermedad que padecía desde su juventud. Desahuciada por los médicos, y aun sabiendo  que ya no había nada que hacer para su curación, había decidido ir hasta Lourdes, convencida de que la Virgen le concedería, si no la salud, al menos la fuerza para morir en paz.

A los veintidós años de edad, desesperada al ver que su enfermedad no le daba respiro alguno, después de un largo peregrinaje por diversos hospitales, tras soportar duros tratamientos desde la edad de los trece años. Con un profundo sufrimiento, manifestó su deseo que la llevaran a Lourdes, donde veía una luz de esperanza a pesar del negro horizonte que le habían pronosticado, aun con oposición de todos para que abandonara la idea del viaje porque no sería capaz de soportarlo. No obstante se inscribiò en una peregrinación en tren que realizó el 26 de Mayo de 1902 desde la ciudad de Lyón.                                                                                                                                                               

Aquel doctor biólogo, cirujano, fisiólogo y sociólogo llamado Alexis Carrel, Premio Nobel en Fisiología en 1912, se interesó por la situación de aquella enferma, a la que atendió personalmente durante todo el viaje.

Al llegar a Lourdes el doctor Carrel se encontró con un antiguo compañero de colegio, colega como él, católico practicante, que conociendo su escepticismo en relación a los hechos de las revelaciones sobrenaturales en aquel lugar, y su experiencia espiritual de hechos insólitos relacionados con las curaciones de algunos enfermos, le preguntó: “Amigo Carrel, ¿Con qué curación te convencerías de la existencia de los milagros? El doctor Carrel respondió: “Con la curación imprevista de una enfermedad orgánica, como una pierna cortada que vuelve a crecer, un cáncer que desaparece, una deformidad congénita que de pronto ya no está, etc. Entonces si creería, si se me concediese ver un fenómeno de tal magnitud, sacrificaría todas mis teorías. Pero no tengo miedo de llegar a ese punto”.

El doctor Carrel continuó comentando: “Hay una chica, que he tenido que atender varias veces durante el viaje y cuya vida peligra. Tiene una peritonitis tuberculosa y su estado es crítico. Temo que se me muera entre los brazos. Si ella se curase, sería un verdadero milagro y yo creería todo y me haría sacerdote”.

Así quedó la conversación entre los dos amigos.

La referida enferma estaba ya en el hospital, esperando su turno para meterla en las piscinas que existían para los enfermos, con agua que brotaba del manantial del que se comentaba fluían fenómenos celestiales.

Aquel doctor se acercó a la enferma que estaba postrada en una camilla y dijo a los médicos presentes: “Es una peritonitis tuberculosa en el último estadio. Ella es hija de padres muertos de tuberculosis cuando eran jóvenes. Puede vivir todavía algún día, pero se acerca su fin”.

No fue posible meterla en las piscinas, solamente le lavaron el vientre con una esponja, pues el aspecto de la enferma era cadavérico y la llevaron ante la gruta  llamada Massbielle, en las afueras de la ciudad de Lourdes, donde se dice que la Virgen se apareció a una adolescente llamada Bernadette Soubirous en el año 1843, 30 años antes de que naciera nuestro premio nobel.

Pasadas unas horas, al doctor Carrel le pareció que el rostro de la enferma estaba más normal. La examinó, y la respiración parecía que mejoraba. Pero contaba en sus memorias el doctor, que lo importante fue cuando observó que la sábana que cubría a aquella pobre enferma, se deshinchaba por el vientre, y que poco después toda la hinchazón había desaparecido. No podía dar crédito a sus ojos. Se acercó a ella y le preguntó cómo se sentía, a lo que ella contestó: “Muy bien, tengo pocas fuerzas, pero creo que estoy curada”.

El doctor Carrel estaba perplejo y enmudecido ante aquel acontecimiento extraordinario. Se levantó y cruzando la fila de peregrinos que estaban orando se marchó a la residencia donde estaba hospedado. Su pecho se agitaba emocionado, pues nunca hubiera podido comprender  lo que ahora había observado en aquella desgraciada joven, que hasta allí había sido desahuciada por la terrible enfermedad que se le había diagnosticado por la ciencia médica.

Marie Braille, ya curada, fue llevaba al hospital. El doctor Carrel, la visitó varias veces aquella tarde con otros médicos y constataron que la curación era completa.

En la noche nuestro protagonista se acercó a la Basílica, donde vio a su antiguo amigo, quien le dijo: “¿Te convences ahora, filósofo incrédulo? Ahora te tendrás que meter a cura”.

El propio doctor contaba, que se había quedado solo en la Basílica, y que pronunció aquella oración que se ha hecho famosa: “Dulce Virgen que socorres a los infelices, protégeme, creo en ti. Toma a este pecador inquieto de corazón atormentado que se consume en la búsqueda de quimeras”.

Aunque desconcertado y atónito, informó de forma precisa sus observaciones a la comunidad médica de Lyon, donde fue atacado por el clero por considerarlo demasiado escéptico, y por  sus propios colegas médicos, que le consideraron demasiado crédulo. Situaciones que le ocasionaron cierta amargura, por lo que decidió seguir sus investigaciones en Canadá y en los Estados Unidos.

La curación de Marie Bailly ha sido de las más interesantes que se han presenciado en Lourdes desde el punto de vista científico, con una investigación rigurosa y confiable, por el testimonio de varios doctores, pero especialmente del doctor Carrel, cuyo talento e imparcialidad estaba fuera de toda duda, conociendo también su incredulidad que mantuvo hasta el final.

Aquel médico positivista, corriente que afirma que el único conocimiento auténtico es el científico; convertido en creyente, no se hizo sacerdote, sino que pensó dedicarse toda su vida al servicio de la ciencia y mejorar a los enfermos. Recibió el premio nobel de medicina en el año 1912, por el descubrimiento de un específico procedimiento de sutura que permitía el trasplante de vasos sanguíneos y órganos. Y al final de sus días, el 5 de noviembre de 1944 con 71 años de edad, confesó que no hallaba nada que esté en posición real con los datos ciertos de la ciencia.

Como final de esta historia, este narrador desea recuperar la maravillosa “memoria histórica” en homenaje a un gran hombre de sobrenatural sabiduría, que inspiró gran admiración y particular reverencia, pues sus estudios del cuerpo humano fueron la admiración del mundo entero, por lo que recibió tan importante premio como agradecimiento de la humanidad por haber salvado muchas vidas.

Eugenio
Abril 2019