Guardo especial recuerdo,
entre las diversas obras literarias leídas hasta el momento, de la
extraordinaria novela que hago referencia en este escrito, del gran novelista y
poeta Víctor Hugo, de origen francés, publicada en el año 1862, considerada de
las más importantes del siglo XX.
Como creo conoceréis, su
argumento trata sobre el bien y el mal, la ley, la política, la justicia y la
religión. Se trata de una obra de
crítica social, que describe las virtudes y las miserias humanas. Tiene mucho
paralelismo con la realidad que acontece en los tiempos actuales, a causa de la
desigualdad de la sociedad moderna. Quiero entender que encaja su contexto en
los tiempos que vivimos.
En principio deseo
transcribir el inicio de un artículo que escribía en XL Semanal en el año 2006,
con el título “Nuestros nuevos amos”, el eminente académico de la Real Academia Española, escritor
contemporáneo español, mi admirado Arturo Pérez-Reverte.
“A los españoles nos
destrozaron la vida Reyes, aristócratas, curas y generales. Bajo su dominio discurrimos
dando bandazos, de miseria en miseria y de navajazo en navajazo, a causa de la
incultura y la brutalidad que impusieron unos y otros. Para ellos solo fuimos
carne de cañón, rebaño listo para el matadero o el paredón según las
necesidades de cada momento. Situación a la que en absoluto fuimos ajenos pues
aquí nunca hubo inocentes. Nuestros Reyes, nuestros curas y nuestros generales
eran de la misma madre que nos parió. Españoles, a fin de cuentas, con corona, sotana
o espada. Y todos, incluso los peores, murieron en la cama. Cada pueblo merece
la historia y los gobernantes que tiene”.
Y no ha cambiado mucho en
algunos aspectos referidos a los políticos, jueces y determinados sectores de
la sociedad, quizás a peor. Hay nuevas castas, especialmente de gobernantes,
pero no varían la costumbre de chuparnos la sangre a base de impuestos, algunos
de forma desmedida, según mí parecer. No cambian, sean del signo que se precien,
los mismos fulanos y fulanas, pero con distintas prendas, que en todos se
aprecia su desmedido afán de gobernar como sea.
El ejemplo lo tenemos
ahora mismo, de radiante actualidad, y para que repetir en contar lo que
estamos viendo, que causa gran vergüenza y tribulación, por el desarraigo de
unos españoles contra otros. Que regiones altaneras, oportunistas y desleales pretenden
dividir la esencia patria de la unión conseguida desde hace siglos. Miserables
las actitudes políticas, que fomentan la
discordia entre ciudadanos, creando mucha crispación.
Aquellos que están
empeñados en reescribir la historia de nuestro País, con las virtudes y sombras
que las personas forjaron en el
transcurrir de los tiempos. En lugar de aspirar a una búsqueda continua de la
paz y la concordia, igual que lo hicieron sus antepasados, que ya habían
enterrado las divergencias que les habían enfrentado en situaciones trágicas.
También son miserables los
que fomentan el odio por el que triunfa,
el que deja estelas de sudor por el esfuerzo durante su vida, que empezando de
la nada en pequeña empresa, llegan a ser grandes empresarios que engrandecen nuestro
País, y algunos en especial, extraordinarios mecenas, con importantes
donaciones a través de la Sanidad
Pública, especialmente, colaborando en favor de los ciudadanos, y más en momentos de tribulación por la desgracia
que vivimos por el coronavirus, que no solo no ha pasado, sino
que se extiende como la polvorilla, aunque parezca en muchos casos poco más que
un catarro.
Y a todo ello,
respondiendo torpemente de forma absurda y con aptitudes incomprensibles desde ciertas
esferas del poder en este atribulado País. Personas soberbias y arrogantes,
taifas de vanidades e incompetencia, que demuestran mezquina actitud, fruto de
la envidia que les embarga, que es la raíz de infinitos males y pesadumbre de
las virtudes.
Son los que atizan o propagan el fuego, y
después se aprestan para apagarlo. Los que mienten con reiterada frialdad. Los
que dicen estar con los más necesitados, pero que se blindan con buenos
emolumentos y viven en distinguidas mansiones. Son los adalides de la
propaganda embaucando a las gentes con bonitas promesas. Pero sus hechos tienen
escasa realidad en la solución de los verdaderos problemas de la sociedad, más bien
predomina la demagogia, de la que son especialistas. Se muestran prepotentes y
despiadados con los que no comulgan con sus ideas, es la España eterna de
siempre. Estás conmigo o contra mí.
Miserables los que con sus
palabras intentan justificar lo injustificable, a la hora de mencionar el
futuro de los jóvenes. Esos jóvenes por
los que tanto dicen se desvelan. Así como muchos de los ciudadanos, los
mileuristas, si es que llegan a ese estatus, que algunos ni eso, sufriendo
además la falta de esperanza por mejorar
el futuro de sus vidas, con ausencia de oportunidades, sufriendo el peregrinaje
agotador en busca de trabajo, y posiblemente vivir la inquietud de la inestabilidad pasando por ese estadio de la vergüenza del paro. Y
después, con un poco de suerte, conseguir temporalmente algún trabajillo que
dure un par de telediarios, o al final tener que caer al amparo de los padres y
hasta de los abuelos, que siempre estarán como un burladero donde resguardarse
de las finas astas de la vida. Todo ello a pesar de las bondades que prometen
los destacados demagogos que pululan por los escenarios de la política.
Miserables, los que por un
puñado de votos, contentan a grupos que reivindicando derechos de la mujer,
satanizan a la mayoría de los varones, por la maldad de algunos descerebrados,
que de todo hay en la viña del Señor, y que nadie con sentido común pretende
defenderlos, pues que caiga el peso de la Ley sobre ellos sin contemplaciones.
Miserables los que
permiten interesadamente que otros
miserables se salten impunemente las leyes a su antojo porque de ellos se espera decisiones poco
alentadoras para la paz y la unidad de nuestro País.
Miserables las personas
aviesas, algunas de agresividad evidente, que invaden impunemente los hogares de
honrados ciudadanos, que sufren la impotencia
por la tragedia de no poder
recuperar sus propiedades de inmediato. Y los
incomprensibles creadores de unas leyes que no garantizan plenamente esas
situaciones que están creando importante
clamor social.
Miserables los que no
encuentran soluciones para evitar el drama, cuando los miembros de una unidad
familiar se encuentran a punto de cruzar
el umbral de la pobreza. Y de reducir la enorme inflación que atenaza a todos
los ciudadanos, en horizontes de tragedia para poder conseguir
vivir dignamente.
Miserables también los
legitimados para aplicar las leyes, que
en ocasiones privilegian al canalla en detrimento de las personas decentes. Y
pongo por ejemplo un caso real sucedido en la ciudad de Vigo. En una ocasión,
fue una jueza la que sentenció a un valiente muchacho, con tres meses de cárcel
y multa de 15.000 euros, como consecuencia de tratar de impedir que un hombre
adulto maltratase a su pareja. Me explico, el maltratador afeó la conducta de
aquel varón ejemplar propinándole un fuerte cabezazo que le hizo caer al suelo.
En respuesta el defensor e
intrépido personaje, le devolvió desde el suelo una patada en la cara que le
rompió la mandíbula. Resumiendo, el resultado fue el que he descrito,
argumentando la jueza, “que la patada fue un exceso defensivo que no puede
estar ya justificado por una notoria desproporción en el mismo”. Así que mal
ejemplo para las personas decentes que
intentan ayudar en hechos parecido al narrado, ya que más de uno, conociendo
estos casos, lo pensarán más de dos veces antes de actuar como manda toda
lógica humanitaria. En este caso defender al maltrato de las mujeres, no
obstante el pésimo concepto que tienen
de los varones ciertos grupos feministas.
Y así hasta diversas
situaciones que sería largo de enumerar, donde los miserables pululan por
nuestro País fastidiando a los demás, haciendo lo que les viene en gana, al
margen de las leyes humanas y divinas.
Pero a pesar de todo lo
dicho, consuela pensar que hay mucha más gente que son formidables, que gozan
con ayudar a los demás, que no reparan, como el muchacho de Vigo, defender las
muchas injusticias que acaecen en la atribulada sociedad que vivimos. De los
que están en primera línea de la batalla que se libra cada día por conseguir un
mundo mejor, luchando contra las adversidades.
Destacando el admirable
comportamiento de entrega, sacrificio y abnegación, de los sufridos sanitarios,
las fuerzas de orden público, y servidores de todo engranaje para que la vida
de los ciudadanos continúe en momentos de tribulación, especialmente por la
guerra abierta contra el enemigo invisible del coronavirus; y recientemente por
los temibles incendios que luchan por sofocar, con peligro de sus vidas. En
general todos desde la primera línea de
vanguardia, para atender sin menoscabo alguno a una sociedad atemorizada por los
estragos de las tragedias.
Cuando todo termine,
porque todo tiene su fin, y que hemos de confiar en el tiempo, que suele dar
dulces salidas a muchas amargas dificultades, por mucha tragedia que engendre
los males que nos acechan, acrecentados por la degradación y la incapacidad de
quienes deben protegernos, y que produce
sonrojo e incredulidad sobre su gobernanza; no obstante la sociedad entera
deberá reconocer en justo homenaje por
cuanto hicieron esos héroes anónimos en favor de los ciudadanos y de una gran
nación llamada España.
Julio de 2022
Eugenio
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