Era una familia alcarreña
compuesta de ocho mayores, y dos menores: una linda y
vivaz niña de once años, que por sus divertidas gracias y ocurrencias alegraba
siempre la vida de los mayores. Y un niño de quince años que estaba remontando
la verde colina de la juventud, de ánimo constante y ferviente deportista, que
destacaba especialmente en el tenis.
Estaban llegando
escalonadamente al chalet, que una encantadora señora amiga de la familia les
cedía generosamente desde hacía varios años durante una semana en el mes de
Julio. Allí pasaban felizmente el merecido descanso que todos necesitaban en el
tiempo estival, unos por sus diversos trabajos y los mayores ya jubilados,
porque se apuntaban a toda iniciativa por
estar juntos con su familia.
En la tarde noche ya
habían llegado los once que componían el grupo familiar, en esta ocasión fuera
de Guadalajara, en una urbanización en las cercanías de la villa de San Lorenzo
de El Escorial. Se concentraban para disfrutar todos unidos de un encuentro en
armoniosa hermandad. Gran riqueza, fruto de la virtud que gozaban.
También lo hacían en fin
de año, los últimos en la villa de Alocén, situada en la comarca de la Alcarria,
al sur de la provincia de Guadalajara, cercana al pantano de Entrepeñas, que goza de
unas vistas extraordinarias por la belleza del paisaje.
Los decadentes rayos solares que durante el día habían atormentado con elevadas temperaturas, ahora daban una tregua a nuestros personajes, que con mucho agrado agradecían la suave brisa que refrescaba el ambiente, fruto de la proximidad de la Sierra de Guadarrama.
Al fondo disfrutaban de la bella imagen del astro rey perdiéndose en el infinito horizonte sobre las altas cumbres del Sistema Central, destacando especialmente la majestuosa silueta del Monasterio de El Escorial, cercano a la villa que lleva su nombre, imagen que siempre les embelesa al llegar por aquellos emblemáticos lugares que rezuman importantes efemérides de la historia de España.
Una vez ubicados cada cual en sus habitaciones, según iban llegando, no tardaron en asaltar la piscina, el lugar más deseado de aquella finca, y primer interés en la inauguración de sus vacaciones iniciadas con ilusiones renovadas, después del suplicio que estaban viviendo con motivo de la pandemia que atormenta a la sociedad. En ese lugar olvidaron todo protocolo que debían cumplir en la vida cotidiana, especialmente la incómoda mascarilla, que después de más de una año y medio ya aburre al ciudadano. Sentían la ilusión de un mundo aparte, todos unidos en disfrutar de unos días dichosos plenos de felicidad familiar.
De allí partían diversos caminos para practicar el senderismo que tanto les ilusionaba, rodeados de inmensos bosques, principalmente de encinas que se dan por aquella zona, y siempre atisbando en el horizonte la inmensa montaña y también las claras aguas del embalse de Valmayor.
Los dos primeros días los dedicaron a descansar y disfrutar de la piscina, pero ya había planificado, los andarines más atrevidos y mejor dotados, una excursión para la jornada del tercer día. Pretendían acercarse andando o corriendo, como mejor pudieran, hasta la villa de El Escorial, que distaba unos diez kilómetros.
Por la mañana de aquel día, con una brisa fresca de la montaña y después de apreciar con admiración el amanecer de un sol que aventuraba fuerte calor, un cielo azul intenso, pero sin una nube que les pudiera sombrear el camino, se aprestaron a realizar la excursión programada. Como premio final del camino y para reponer fuerzas, desayunaron chocolate con churros y otras viandas. Regresaron felices por cuanto habían disfrutado, algo cansados por el largo caminar, y el sol abrasador que les había azotado durante el trayecto de vuelta, que no obstante había sido un camino llano.
Por las noches, después de
la cena en la terraza, apostados en las tumbonas de la piscina les gustaba
observar el firmamento y apreciar el espectáculo maravilloso de la Creación que
se ofrecía a su feliz contemplación. Grandeza que se nos oculta en la ciudad
por la contaminación y sus luces.
Una vez más quedaban embelesados por cuanto observaban. Algunos más entendidos profundizaban en averiguar los nombres y situación de los planetas, y estrellas más visibles, que resplandecen en ordenada disposición y maravilloso esplendor. Gracias a un programa que se habían bajado en el móvil, por ese misterio de la electrónica, describían acertadamente todos y cada uno de ellos, para mayor asombro de los demás miembros de la familia, y con gran admiración podían exclamar lo diminuto de nuestro planeta, ante la maravilla que representa el infinito Universo.
En otros momentos a la caída de la tarde, después del obligado baño, por eso de los calores estivales, se dedicaban a realizar paseos por los alrededores, especialmente bordeando las estribaciones del citado embalse de Valmayor, que pertenece a la cuenca del río Guadarrama. Segundo en importancia de la Comunidad Madrileña, después del embalse de El Atazar, en la cuenca del Lozoya.
Desde uno de los miradores, habilitados para tomar viandas y bebidas, admiraban la belleza paisajística de aquellos lugares de encanto, con bonita panorámica del embalse y el admirable atardecer que se aprecia desde aquel privilegiado lugar. Allí uno de los componentes de la familia, se deleitaba en obtener instantáneas fotográficas del ocaso del sol en las sucesivas etapas hasta perderse en el infinito horizonte.
Otro día decidieron, una vez más, visitar el Real Monasterio de San Lorenzo de el Escorial, pues en cuantas ocasiones tuvieron de estar en el citado chalet, realizaban visita al maravilloso monumento declarado por la Unesco en 1984 Patrimonio de la Humanidad, siendo una de las principales atracciones turísticas de la Comunidad de Madrid, que recibe del orden de 500.000 visitantes al año.
El Monasterio fue promovido por el referido rey, entre otras razones, para conmemorar su victoria en la Batalla de San Quintín, aunque principalmente estaba dedicado a San Lorenzo, por la particular devoción del rey al referido santo, cuya festividad es el 10 de agosto, fecha coincidente con la victoria en la citada batalla. En febrero de 1563 se colocó la primera piedra, nombrando arquitecto real a Juan Bautista de Toledo. Le sucedió, tras su muerte en 1567, el italiano Giovanni Battista Castello, y posteriormente su discípulo Juan de Herrera que asumió la reorganización del proyecto. Finalizaron las obras 21 años después, el 13 de Septiembre de 1584. Todo es de una gran magnitud y esplendor, que asombra a los visitantes.
Aquella familia, felizmente inmersa en sus vacaciones, también distraía el tiempo viendo películas, en la lectura de libros, y sesiones de música de particular composición de algunos de los mayores, que interpretaban con diversos instrumentos. También se entretenían en cosas simples que en la vida cotidiana normalmente no se repara. Por ejemplo, por las noches además del divertimento de la contemplación del firmamento, se dedicaban a observar la naturaleza relacionada con la habilidad de las arañas para tejer artísticas telas mortíferas para atrapar toda clase insectos. Algunas arañas de significativas dimensiones que realizaban verdaderas obras simétricas, eran la admiración de los más pequeños, que las enfocaban con sus linternas, especialmente la niña que con su viveza quedaba asombrada, no sin cierto temor.
Así pues, una noche como despierta de un mal sueño, se levantó gritando y gimiendo. Asustados sus padres requirieron que contara el porqué de sus lamentos. Y la niña con palabras entrecortadas manifestó lo siguiente: “He soñado que una gran araña estaba tejiendo una enorme tela que envolvía la casa, cubriendo puertas y ventanas para que no pudiéramos salir, y se disponía a atrapar a la familia y yo estaba muy asustada”. Por supuesto que sus padres no tenían palabras para consolar a la afligida niña. A partir de entonces dejaron tranquilas a las arañas y se dedicaron a disfrutar de otras trivialidades.
La familia gozó del último
día en aquel lugar ideal para descansar. Habían disfrutado felices a pleno
campo, a cielo abierto y al aire libre, donde el ánimo se levanta y el cuerpo
cobra nuevo vigor, para después mejorar en los cuidados de la vida cotidiana. También
disfrutaron de la buena mesa e hicieron honor a Baco, inventor del vino, así
como de otras bebidas, que embriagaron sus sentidos, pero actuando con la
saludable moderación que exige la libertad controlada.
Pronto empezaron a soñar
con una nueva aventura, para estar juntos en otra futura ocasión que les
brindara el calendario. Pues una esperanza despierta a otra, y una ilusión
llama a otra ilusión. Sabían por experiencia cuanto sudor les costaba poder
disfrutar de esos placeres de días feriados, y agradecían a la fortuna, con sincera sencillez, el favor que recibían.
El arte de vivir, que se
ha de aprender a lo largo de la vida, nuestra sencilla y feliz unidad familiar,
lo había entendido, pues no dejaban que se les escapase nada de su tiempo
aprovechándolo plenamente, no solo en
los momentos de descanso y en las
reuniones familiares, sino en todos los afanes de sus vidas, alcanzando alto
grado de felicidad, a pesar de las
adversidades que siempre acechan a toda condición humana, y son motivo
para la inquietud.
Septiembre 2021
Eugenio
1 comentario:
Esos grandes músicos se merecen, para futuras ocasiones, un monográfico detallado sobre sus anárquicas e improvisadas jam sessions.
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