El viajero que nos ha
acompañado en diversos viajes por Guadalajara y su provincia, enamorado de sus
tierras, monumentos y sus gentes, ya había remontado la verde colina de la
juventud y ahora le acompañaba una joven
y bella alcarreña con la que recientemente había contraído matrimonio, se
disponían a conocer una población de la zona norte de la provincia llamada
Cogolludo, antiguo partido judicial, que en la actualidad pertenece a la capital.
Nuestro antiguo viajero,
especialmente, deseaba una vez más hacer universal y legible aquella hermosa
región de España. El caso era andar y descubrir, hablar con la gente, saber de
sus vidas, de sus genealogías y de sus sueños.
A su reciente esposa la
conoció en uno de sus viajes a Guadalajara,
y ahora intenta inculcar sus ilusiones por conocer nuevas tierras de
España, pero especialmente los feudos alcarreños por su proximidad a Madrid,
donde residían actualmente.
Partieron temprano en un
nuevo automóvil, que habían adquirido hacía pocos meses, y para aprovechar bien
el tiempo del que disponían en un fin de semana
del mes de Mayo, gozando de una espléndida primavera.
Como tenía por costumbre
nuestro viajero, pararon en Guadalajara capital, para desayunar en un bar
cercano al famoso Palacio del Infantado, monumento emblemático de la ciudad,
que él ya conocía por viajes anteriores, pero que deseaba dar a conocer a su
reciente esposa. Ella quedó encantada de la magnífica joya arquitectónica más
importante y representativa que la ilustre familia de los Mendoza ha legado a
la capital alcarreña, pues en el monumental palacio pusieron lo más intenso de
su carga intelectual y humanística, y el más acendrado sentimiento de apego
hacia su tierra alcarreña.
Se construyó por voluntad
del segundo duque del Infantado don Iñigo López de Mendoza a partir del año
1480. Al terminar el siglo XV lucía el monumento todo su esplendor.
Después siguieron su
camino en dirección a la villa de Cogolludo, que cuenta con unos seiscientos
habitantes, y distante de Guadalajara a unos cuarenta kilómetros, por lo que
desde Madrid había unos cien kilómetros. Actualizaron el GPS de su automóvil
para no tener problemas en las carreteras que tenían que tomar hasta llegar a
su destino, a la que pensaban llegar en aproximadamente unos treinta minutos.
En un “cogollo” o
montículo, de fuerte pendiente en la estribación del Sistema Central, está
situada la villa de Cogolludo, en un declive hacia el valle del río Henares. Es
la puerta de entrada al Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara, y al
Hayedo de la Tejera Negra, ruta de la arquitectura negra. Forma parte de la
Serranía y fue señorío de los Duques de Medinaceli.
Ilustre por su extensa y
notoria historia, cuyo origen se remonta al siglo XI, durante la reconquista
cristiana de la zona a los musulmanes por las huestes de Alvarfañez de Minaya,
capitán a las órdenes del Cid Campeador, reinando Alfonso VI en Castilla y
León.
El origen de la villa de
Cogolludo se remonta a la primitiva fortaleza musulmana construida en el alto
del cerro que domina la población, usada principalmente con fines militares, y
que con el paso del tiempo dio lugar a la que ahora conocemos.
El destino de Cogolludo se
decidió en el año 1176, durante el reinado de Alfonso VIII que donó la villa a
la Orden de Calatrava, la cual mantuvo su dominio durante dos siglos.
En el devenir de los
tiempos se sucedieron determinados dominios de la villa en favor de reyes y
nobleza. Es largo de enumerar su extensa historia, por lo que puede aburrir al
lector, pero conviene destacar la influencia de la dinastía de los Duques de
Medinaceli desde el siglo XV, siendo su primer Duque don Luis de la Cerda,
donde su protección hacia la villa de Cogolludo fue siempre solícita, y en su
tiempo ordenó la construcción del magnífico palacio que hasta ahora se puede
admirar, gala del Renacimiento Español, y sigue siendo el monumento principal de la villa de Cogolludo.
Ayudaron también en la construcción de iglesias, y fundaron un convento a la Orden Franciscana. Mantuvieron muchos años en pie el castillo medieval de origen musulmán, que en tiempos posteriores ha quedado en lastimosa ruina a consecuencia de haber sufrido los rigores de la invasión napoleónica, que también destruyó gran parte de la población.
Ayudaron también en la construcción de iglesias, y fundaron un convento a la Orden Franciscana. Mantuvieron muchos años en pie el castillo medieval de origen musulmán, que en tiempos posteriores ha quedado en lastimosa ruina a consecuencia de haber sufrido los rigores de la invasión napoleónica, que también destruyó gran parte de la población.
Había llegado nuestra
pareja de viajeros a la Plaza Mayor, ubicada en un amplio recinto de planta
rectangular, y largas hileras de soportales, con una gran fuente en la parte
central. También está situado en la
referida plaza el edificio del Ayuntamiento de la villa, que goza de una
singular construcción. Fue ordenada en el siglo XV, cuando la ilustre familia
de Medinaceli construyó el referido palacio, diseñado para presidir la gran
plaza de Cogolludo. Su construcción comenzó en el año 1488 y finalizó en
1492. Considerado por eruditos consagrados
como primer edificio renacentista de nuestro País, con cierta influencia del
gótico. Goza de bella portada, y en su interior un patio plateresco. Declarado Monumento en 1931.
En el referido Palacio, recientemente restaurado, se puede disfrutar de exposiciones y diversas actividades culturales.
En el referido Palacio, recientemente restaurado, se puede disfrutar de exposiciones y diversas actividades culturales.
Nuestros viajeros se
encontraron con la encantadora familia de nueve adultos y dos menores, niño de trece
años y niña de ocho, que vimos disfrutando el fin de año último en la villa de
Alocén, cercana al pantano de Entrepeñas, demostrando sus grandes virtudes en
paz y armoniosa convivencia. Ahora estaban admirando la magnífica fachada del
Palacio de Medinaceli, y a ellos se acercaron el joven matrimonio, para
consultarles la posibilidad del ver el interior del monumento. Les contestaron
que estaban esperando el próximo turno
de entrada al recinto.
Aquella circunstancia fue
el inicio de unas cordiales relaciones con aquella simpática familia que les
acogió con agrado y les brindaron para que les acompañaran durante toda la
estancia que estuvieran por allí, si así lo estimasen; pues siendo conocedores
de Cogolludo y su entorno por haberlo visitado en otras ocasiones, les podían
ayudar a conocer mejor la población. En esta ocasión habían ido a Cogolludo,
especialmente, a degustar la rica gastronomía de aquel lugar, celebrando una
onomástica familiar.
Salieron felices de la
visita al Palacio, y decidieron acercarse al mesón donde tenía reservada mesa
aquella extensa familia, para que la ampliaran a dos más, cosa que nuestros
viajeros aceptaron con mucho agrado.
Después decidieron subir a
la parte alta de la villa donde se levanta la magnífica iglesia parroquial de
Santa María, construida en la primera mitad del siglo XVI. Forma su
arquitectura un conjunto muy hermoso de su época renacentista, aunque la forma
y ornamentos son góticos.
La Iglesia Parroquial
consta de tres naves longitudinales, la central más ancha que las laterales,
separadas por pilares cilíndricos. Destaca
la obra pictórica “Jesús despojado de sus vestiduras”, que representa
los momentos previos a la crucifixión de Cristo, del pintor valenciano José
Ribera “El Españoleto”, que anecdóticamente se conoce en la villa con el título
del “capón de palacio”, debido a que fue regalado por el Duque de Medinaceli a
la Parroquia a cambio de un capón, que anualmente debían los parroquianos entregar
al Duque como obsequio de Navidad. Es la más pura técnica del tenebrismo del
pintor Ribera.
Al lado del Evangelio, se
sitúan dos capillas cuadradas también con bóvedas de crucería. En la fachada situada al oeste se encuentra
el conjunto renacentista más completo de la iglesia. La fachada está rematada
con un gran frontón triangular. La torre está compuesta por estilizado chapitel
forrado por placas de plomo y pizarra, terminado con decoración de bola y cruz.
Y otras muchas descripciones dignas de ser admiradas, que hacen del monumento
una obra de extraordinaria grandiosidad.
Aquella extensa familia
tenía concertada una visita a las trece horas, en una finca cercana a la villa de
Cogolludo, llamada Río Negro. También sugirieron a la pareja que les
acompañaran, pues se trata de un lugar muy interesante.
Está situada en un bello
lugar formado por unas seiscientas hectáreas, con un paisaje inigualable, donde
cuentan con un viñedo llamado de altura, cercano a los mil metros de altitud,
desafiando los límites tradicionales para el cultivo de las vides, rodeado de
bosques de pinos, encinas y robles.
De propiedad familiar,
creada al final de los años 90 del pasado siglo, ha recuperado la afamada
tradición vinícola de Cogolludo, perdida hace mucho tiempo, como en casi toda
la provincia a consecuencia de la enfermedad que padecieron los viñedos, llamada filoxera.
Habían llegado a la finca
en momentos que la naturaleza se manifiesta con todo esplendor, cuando los
sarmientos de las cepas afloran acompañando el albor de los diminutos racimos que en su momento darán vida a unos
vinos especiales que por allí cultivan con todo esmero.
Los campos de cereales de
los alrededores extendían sus doradas
mieses, adornados de amapolas y otras florecillas resaltando un cromatismo que
su contemplación provocaba un gozo exultante. De hecho decidieron parar los
coches en el alto de una loma para apreciar tan singular belleza, contemplando
en el lejano horizonte las montañas de la serranía del Sistema Central, en la
Sierra de Ayllón, límite natural de las provincias de Segovia y Soria.
Ya en la finca dieron un
pequeño paseo por la viña, donde sus dueños les explicaron la historia y las peculiaridades de aquellas
tierras y del viñedo tan singular. Después visitaron la bodega de elaboración
donde les dieron charla de acercamiento ameno al mundo del vino, y
posteriormente degustaron los ricos caldos con unos aperitivos.
Había transcurrido el
tiempo previsto de poco más de una hora, para volver a Cogolludo y cumplir con
la cita gastronómica que tenían acordada para el almuerzo en el mesón, pues
habían reservado degustar un cabrito asado para poco antes de las tres de la
tarde. El referido producto y el cordero
de la zona, destacan como uno de los repertorios gastronómicos más suculentos,
por lo que desde hace tiempo ha sido motivo de un turismo activo para degustar
tan exquisitos manjares.
La velada fue para
recordar, y especialmente a nuestros viajeros les encantó, pues se habían
cumplido las expectativas de cuanto les habían comentado del rico yantar que
por fama tiene aquella población.
Después del relativo
descanso, pasearon por la parte media
del pueblo, donde en una recoleta plaza está la Iglesia San Pedro, obra del
siglo XVI, actualmente no utilizada para realizar oficios religiosos. Y el
Convento de Las Carmelitas, también construido en el mismo siglo anterior. Duró
hasta la Desamortización de Mendizabal, en cuyo momento fue suprimido. Hoy
todavía se aprecian ruinas de la iglesia y edificios conventuales.
Paseando por las calles de
la población, pudieron ver algunas casas blasonadas, y ejemplos notorios de
arquitectura popular. Bellos rincones típicos, interesantes plazas y fuentes
que dan encanto a la villa, en la que se vivieron hechos muy relevantes y por
donde pasaron personajes que han enriquecido la larga historia de aquella villa
alcarreña.
Desde tiempos antiguos
Cogolludo fue además de agrícola, en gran medida artesana, donde se fabricaron
buenos paños. Hubo tenerías significantes, y también fuerte tradición de
alfarería que producían diversas piezas de uso diario. Los alfareros de
Cogolludo se hicieron famosos por la diversidad de las piezas que elaboraban.
En el crepúsculo de
aquella maravillosa tarde primaveral, la extensa familia decidió partir de
regreso a sus domicilios en Madrid capital y provincia, y nuestra pareja de
viajeros, continuaron viaje hacia los llamados
pueblos negros que ya habían programado con anterioridad.
Se trata de pequeñas y
austeras poblaciones que a lo largo de los tiempos han conservado su peculiar y
rústica fisonomía arquitectónica, y su principal característica son las grandes
superficies de pizarra negra que sirven tanto de cubiertas como de muros para
las edificaciones, y que son extraídas del propio terreno de la zona, atesorando
uno de los conjuntos de gran uniformidad cromática, y de un particular
atractivo, que junto a la naturaleza que les rodea forman parajes bellísimos y
de mucho encanto.
Desde la villa de
Cogolludo comienza la entrada a aquellos lugares, donde nuestros viajeros
podían dejar volar su imaginación, y llegar a pueblos encantadores, donde en
uno de ellos pensaban pernoctar y finalizar el fin de semana.
Eugenio
Junio 2019
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