Que espero tenga la buena
fortuna de serle grata al lector, pues es una historia que está basada en un
hecho real.
Generalmente el ser
humano, al final de sus días, suele sincerarse con el recuerdo de su pasado,
rebuscar la complacencia de sus bondades y arrepentirse de cuanto hiciera en su
vida poco recomendable.
Nuestro gran hombre de
esta historia, no iba a ser una excepción cuando cercano a su muerte, se
confesó, comulgó y recibió la santa unción de los enfermos que había solicitado
con mucho fervor. Muchos años atrás se había convertido al catolicismo, después
de haber acaecido en un momento de su vida un hecho fuera de lo común.
No era una persona
superficial, de los que son incapaces de profundizar en las cosas y que pretenden
conocerlo todo, sin saber nada en absoluto. Todo lo contrario, se trataba de un
hombre humilde y sincero, con mucho ánimo de aprender sin presunción y gozaba
de gran talento.
Recordaba a sus alumnos ya
en la madurez de su vida, cuando en los estudios universitarios en la
universidad de Lyón, en Francia, abandonó las convicciones religiosas que había
recibido de su familia y abrazó la filosofía materialista, que afirma que el
único conocimiento auténtico es el conocimiento científico.
Se movía arbitrariamente
en el tema complicado del espíritu, tendiendo a demostrar la ambigüedad de los
fenómenos espirituales de la vida, la naturaleza y de la lucha por los grandes
principios en el debate del alma humana.
Era un escéptico de la
religión y especialmente incrédulo sobre los hechos sobrenaturales de los que
tenía conocimiento, y que aparentemente habían acaecido en una pequeña
población del sur de Francia llamada Lourdes.
Con lágrimas en
los ojos deslizándose por sus mejillas, recordaba también el viaje que realizó
en tren en la estrenada primavera del año 1902. Con 29 años sintió en su corazón
una llamada de amor. El principio de la vida. Sueño embriagador de todo ser
humano.
En aquel entonces, como si
estuviera predestinado por las estrellas, le ocurrió un fenómeno celestial del
que dependió la suerte de su destino.
Nuestro personaje hacía
nueve años que había terminado la carrera de medicina, especializándose en
cirugía, sirviendo durante dos años en un hospital de la Cruz Roja, y varios
años en distintos hospitales de la ciudad de Lyón.
Había decidido tomar un
tren que le llevaría hasta Lourdes, para conocer personalmente los hechos
extraordinarios que se atribuían a la Virgen María en aquella población, participando
como médico en una peregrinación de enfermos. En su vagón conoció a una enferma llamada María Brailly,
con una grave enfermedad que padecía desde su juventud. Desahuciada por los
médicos, y aun sabiendo que ya no había
nada que hacer para su curación, había decidido ir hasta Lourdes, convencida de
que la Virgen le concedería, si no la salud, al menos la fuerza para morir en
paz.
A los veintidós años de
edad, desesperada al ver que su enfermedad no le daba respiro alguno, después de
un largo peregrinaje por diversos hospitales, tras soportar duros tratamientos
desde la edad de los trece años. Con un profundo sufrimiento, manifestó su
deseo que la llevaran a Lourdes, donde veía una luz de esperanza a pesar del
negro horizonte que le habían pronosticado, aun con oposición de todos para que abandonara la idea del viaje porque no sería capaz de soportarlo. No obstante se inscribiò en una peregrinación en tren que realizó el 26 de Mayo de 1902 desde la ciudad de Lyón.
Aquel doctor biólogo,
cirujano, fisiólogo y sociólogo llamado Alexis Carrel, Premio Nobel en
Fisiología en 1912, se interesó por la situación de aquella enferma, a la que
atendió personalmente durante todo el viaje.
Al llegar a Lourdes el
doctor Carrel se encontró con un antiguo compañero de colegio, colega como él,
católico practicante, que conociendo su escepticismo en relación a los hechos
de las revelaciones sobrenaturales en aquel lugar, y su experiencia espiritual
de hechos insólitos relacionados con las curaciones de algunos enfermos, le
preguntó: “Amigo Carrel, ¿Con qué curación te convencerías de la existencia de
los milagros? El doctor Carrel respondió: “Con la curación imprevista de una
enfermedad orgánica, como una pierna cortada que vuelve a crecer, un cáncer que
desaparece, una deformidad congénita que de pronto ya no está, etc. Entonces si
creería, si se me concediese ver un fenómeno de tal magnitud, sacrificaría todas
mis teorías. Pero no tengo miedo de llegar a ese punto”.
El doctor Carrel continuó
comentando: “Hay una chica, que he tenido que atender varias veces durante el
viaje y cuya vida peligra. Tiene una peritonitis tuberculosa y su estado es
crítico. Temo que se me muera entre los brazos. Si ella se curase, sería un
verdadero milagro y yo creería todo y me haría sacerdote”.
Así quedó la conversación
entre los dos amigos.
La referida enferma estaba
ya en el hospital, esperando su turno para meterla en las piscinas que existían
para los enfermos, con agua que brotaba del manantial del que se comentaba
fluían fenómenos celestiales.
Aquel doctor se acercó a
la enferma que estaba postrada en una camilla y dijo a los médicos presentes:
“Es una peritonitis tuberculosa en el último estadio. Ella es hija de padres
muertos de tuberculosis cuando eran jóvenes. Puede vivir todavía algún día,
pero se acerca su fin”.
No fue posible meterla en
las piscinas, solamente le lavaron el vientre con una esponja, pues el aspecto
de la enferma era cadavérico y la llevaron ante la gruta llamada Massbielle, en las afueras de la
ciudad de Lourdes, donde se dice que la Virgen se apareció a una adolescente
llamada Bernadette Soubirous en el año 1843, 30 años antes de que naciera
nuestro premio nobel.
Pasadas unas horas, al
doctor Carrel le pareció que el rostro de la enferma estaba más normal. La
examinó, y la respiración parecía que mejoraba. Pero contaba en sus memorias el
doctor, que lo importante fue cuando observó que la sábana que cubría a aquella
pobre enferma, se deshinchaba por el vientre, y que poco después toda la hinchazón
había desaparecido. No podía dar crédito a sus ojos. Se acercó a ella y le
preguntó cómo se sentía, a lo que ella contestó: “Muy bien, tengo pocas
fuerzas, pero creo que estoy curada”.
El doctor Carrel estaba
perplejo y enmudecido ante aquel acontecimiento extraordinario. Se levantó y
cruzando la fila de peregrinos que estaban orando se marchó a la residencia
donde estaba hospedado. Su pecho se agitaba emocionado, pues nunca hubiera
podido comprender lo que ahora había
observado en aquella desgraciada joven, que hasta allí había sido desahuciada
por la terrible enfermedad que se le había diagnosticado por la ciencia médica.
Marie Braille, ya curada,
fue llevaba al hospital. El doctor Carrel, la visitó varias veces aquella tarde
con otros médicos y constataron que la curación era completa.
En la noche nuestro
protagonista se acercó a la Basílica, donde vio a su antiguo amigo, quien le
dijo: “¿Te convences ahora, filósofo incrédulo? Ahora te tendrás que meter a
cura”.
El propio doctor contaba,
que se había quedado solo en la Basílica, y que pronunció aquella oración que
se ha hecho famosa: “Dulce Virgen que socorres a los infelices, protégeme, creo
en ti. Toma a este pecador inquieto de corazón atormentado que se consume en la
búsqueda de quimeras”.
Aunque desconcertado y
atónito, informó de forma precisa sus observaciones a la comunidad médica de
Lyon, donde fue atacado por el clero por considerarlo demasiado escéptico, y
por sus propios colegas médicos, que le
consideraron demasiado crédulo. Situaciones que le ocasionaron cierta amargura,
por lo que decidió seguir sus investigaciones en Canadá y en los Estados
Unidos.
La curación de Marie
Bailly ha sido de las más interesantes que se han presenciado en Lourdes desde
el punto de vista científico, con una investigación rigurosa y confiable, por
el testimonio de varios doctores, pero especialmente del doctor Carrel, cuyo
talento e imparcialidad estaba fuera de toda duda, conociendo también su
incredulidad que mantuvo hasta el final.
Aquel médico positivista,
corriente que afirma que el único conocimiento auténtico es el científico; convertido
en creyente, no se hizo sacerdote, sino que pensó dedicarse toda su vida al
servicio de la ciencia y mejorar a los enfermos. Recibió el premio nobel de
medicina en el año 1912, por el descubrimiento de un específico procedimiento
de sutura que permitía el trasplante de vasos sanguíneos y órganos. Y al final
de sus días, el 5 de noviembre de 1944 con 71 años de edad, confesó que no
hallaba nada que esté en posición real con los datos ciertos de la ciencia.
Como final de esta
historia, este narrador desea recuperar la maravillosa “memoria histórica” en
homenaje a un gran hombre de sobrenatural sabiduría, que inspiró gran
admiración y particular reverencia, pues sus estudios del cuerpo humano fueron
la admiración del mundo entero, por lo que recibió tan importante premio como agradecimiento
de la humanidad por haber salvado muchas vidas.
Eugenio
Abril 2019
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