En un lejano país existía
una pequeña aldea circundada por inmensos bosques y un gran lago de agua
dulce, pura y cristalina, que más parecía un mar, pues sus orillas se perdían
en el lejano horizonte. Sus pobladores vivían humildemente de lo que la
naturaleza les proveía en los boques y pequeños huertos donde cultivaban nabos,
patatas y principalmente remolacha. También criaban animalillos como gallinas,
patos, gansos y conejos, que tenían en cobertizos cerrados para resguardarlos
de la inclemencia climatológica, especialmente de los duros inviernos, y de los
zorros, lobos y osos que frecuentaban aquellos lugares. Además de la importante
alimentación que obtenían del cercano gran lago donde abundaban diversas
especies de peces: carpas, percas, lucios, tímalos y el más típico y solicitado
llamado omul, además de otras especies.
También se alimentaban de diversos
crustáceos.
La vida de sus pobladores
transcurría lentamente en el devenir de los días, pero todos tenían un afán
común de subsistir en aquellos agrestes lugares, donde la providencia les había
asignado desarrollar sus vidas. Pese a las muchas carencias que tenían apartados
de las grandes urbes, sentían el privilegio de vivir entre paisajes tan
salvajes como hermosos, de la pureza del aire que respiraban en el fastuoso entorno,
con sus bosques, y de las aguas cristalinas que transcurrían por infinitos
arroyos que desembocaban en el gran lago. Disfrutaban de la armonía de una
naturaleza pura y apartados de la insana contaminación que suele intoxicar a
los pobladores de las ciudades. Desde aquellos lugares se apreciaba el magnífico espectáculo del cielo y las fastuosidad del firmamento.
Era un pequeño mundo donde
la felicidad se había asentado en el transcurso de los tiempos, conseguida por
el bien hacer de sus gentes. Hasta aquel lejano lugar no había llegado el
mundanal ruido de los creadores de envidias y rencores, de crispadas conciencias y enfermizos alborotadores, de
corruptos y pendencieros, de los que creen que obran mejor que los demás y son
los que deciden poco y mal.
Aquellas simples y
humildes gentes disfrutaban de la rica y variada naturaleza que
hermoseaba sus campos, montes y grandes bosques, y los valles con sus arroyos y
ríos. Con su sapiencia natural comprendían que con malos principios era
imposible tener buenos fines, ni puede suceder cosa buena. Descubrieron que al compartir con los demás, bienes y sentimientos, sentían la alegría de ser
útiles a sus vecinos, pues entendían que su proceder es de gente bien nacida, y
que el buen vecino, como los buenos amigos enriquecían los sentimientos de sus
vidas. Se afanaban en cultivar día y noche sus almas consiguiendo una feliz armonía
social en su aldea.
En aquel lejano lugar no
les abrevió sus vidas la envidia de la fortuna ajena, como ocurría en otras
urbes. Eran felices también por su sencillez y humildad, y gozaban en su
igualdad. Llegaron a concebir una aldea admirada por otras limítrofes y más lejanas.
No les atormentaba la
maldad que engendra en los humanos para vivir un tiempo breve,
pues vivían con la intensidad de los que disfrutan sentir la dicha de ver el amanecer de cada
día, libres y gozar del sol que graciosamente les ilumina y calienta, y tenían
el sustento necesario luchando por
conseguirlo en cada jornada de su existencia.
Pero como todo lo
concerniente a la aventura humana, en ocasiones la Providencia ofrece la parte
amarga de la vida, con enfermedades y otras tragedias, y en aquella lejana aldea
no estaban exentos de sufrirlas.
Una historia que ha
llegado a nuestros días, cuenta que unos recién casados en la capital de la
región decidieron pasar sus felices días, después de contraer matrimonio, por
tierras desconocidas donde la naturaleza les brindase excepcionales
oportunidades, apartados de los problemas que se daban en la gran ciudad que
vivían.
Después de muchas horas de
camino sobre un pequeño y viejo utilitario, con ciertas dificultades por las
malas comunicaciones, llegaron a la aldea
de la que tenían conocimiento como un lugar idílico donde pasar sus felices
días de ”luna de miel”.
Pasados los días de sus
vacaciones, tan felices se encontraban en aquel pequeño paraíso en el que habían hallado el afecto y cariño de sus
pobladores, que decidieron quedarse a vivir, adquiriendo el compromiso que
exigía las duras formas de vida para poder subsistir en un hábitat muy distinto
al que habían dejado en la ciudad. Probarían durante un cierto tiempo, según
decían, para acomodarse o regresar a su anterior forma de vida.
Pasaron días y meses, y su alegría se incrementaba por
la dicha que sentían de haber acertado escogiendo aquella aldea para vivir. Se
atuvieron a la naturaleza de las cosas, que eso es sabiduría, y encontraron una
vida feliz, que no se puede alcanzar más que con un alma sana y con perfecta
salud. Alquilaron una pequeña casa, construyeron un cobertizo, criaron animales
y labraron un pequeño huerto. También construyeron, con la ayuda de sus vecinos,
una barca adecuada para surcar el gran lago y dedicarse a la pesca. Se habían
convertido en jóvenes aldeanos.
Sentían una vida de
inmenso gozo, que es la que disfruta el alma libre, recta e intrépida, sin
ningún miedo ni ambición; pues su único
bien era la virtud y el amor por aquellos vecinos de la aldea que eran como sus
hermanos; pues vivían contentos con sus bienes sin codiciar otra cosa que
sentirse libres de todo mal, y con unas mentes sanas, de juicio recto. Estaban
felices con todo lo que tenían, aunque las comodidades estuvieran por debajo de
las que habían tenido en la ciudad.
Llegada la fecha de
Navidad, que por aquellos lugares celebraban con mucho culto y pasión,
nuestros dos personajes tuvieron la doble dicha de sentir que la esposa, una joven rubia, esbelta y llena de vitalidad anunciaba que estaba embarazada, por lo que
según lo previsto, si no había inconvenientes, serían padres de un bebé para el
otoño.
Ahora sentían momentos
emocionantes, ilusionados y esperanzados por la nueva vida que esperaban, y
estaban dispuestos a permanecer firmes
en el lugar que eligieron como suyo y a defenderlo contra los furores de una
fortuna hostil.
Pese a las duras tareas
que tenían para superar las diversas etapas de sus vidas, por lo que estaban
muy entretenidos, les parecía que el tiempo transcurría con inquietante lentitud
soñando con la llegada de la “cigüeña maravillosa” en la que tenían puestas
todas sus esperanzas
Para finales de la
primavera, ya habían empezado los deshielos y el joven marido tenía ya
dispuesta la barca para la pesca en el gran lago. Había atendido los consejos
de sus vecinos para que, la primera en su aventura como
pescador, saliera acompañado. Después de una larga jornada tuvieron suerte capturando gran número
de peces, los que se repartieron entre los vecinos que no tenían barca para
navegar.
Tan ilusionado había
estado la primera vez en la pesca, que una vez se les había terminado para el
sustento, decidió salir de nuevo, pero en esta ocasión pensó hacerlo en
solitario.
Le habían comentado que el
pescado típico de la zona llamado omul, era el más exquisito del gran lago, pero
que tendría que adentrarse hacia aguas más lejanas, por encontrarse en zonas
más profundas. Así lo hizo, y en ningún momento pensó que el viento que iba
acrecentando su fuerza, le ocasionara dificultades para dominar la navegación de la
barca. La única vela que la impulsaba se hinchaba tanto que parecía reventar y
soltarse del palo que la sustentaba. Se había alejado varias millas lago
adentro. Las dificultades acuciaron con el viento que seguía arreciando por la
proximidad de una tormenta. Intentó virar cambiando de rumbo enfilando hacía la
orilla, al tiempo que angustiosamente miraba en todas direcciones buscando la
ayuda de algún otro pescador que pudiera prestarle ayuda.
Una ráfaga de viento
escoró la barca hacía estribor, y el costado quedó sobre las aguas, desde proa
a popa, lo que hizo perder el equilibrio
del desafortunado joven marido y futuro padre, que cayó al
agua y poco a poco se fue hundiendo al mismo tiempo que la barca.
Nadie había visto la
tragedia y nunca más se supo de aquel ilusionado joven, que había sido víctima
de las incomprensibles desgracias humanas, en esta ocasión fruto de su
inexperiencia.
En la aldea vivieron con
gran tristeza el infortunio de aquel matrimonio, cuya esposa quedó desolada
esperando, sin lograrlo, el regreso de su improvisado pescador, sin perder la esperanza durante días que en algún
momento apareciera vivo o por lo menos encontraran su cuerpo yacente.
Todos en la aldea ayudaron a la joven esposa y
futura madre a superar la tragedia que había alterado sus vidas, y se volcaron
para hacer más llevadera su existencia después de la tragedia.
Pero como suele ocurrir en
toda aventura humana, que las desgracias no vienen solas. Pasado un tiempo la
futura mamá se sintió extrañamente enferma, y todo era de suponer ocurría a
consecuencia de los malos momentos vividos.
La enfermedad resultó ser el adelanto de fechas de la cigüeña, con un parto anticipado a su tiempo, cosa que nada agradó a la partera de la aldea,
que siempre colaboraba en traer al mundo los niños de aquella aldea.
La asistió con gran voluntad para salvar las dos vidas que tenía como deber, pero solo lo logró con
la criatura, que resultó ser una linda niña, de ojos azules, sin defecto alguno visible. Era pequeñita, linda y hermosa que lloraba desconsoladamente, lo que pronosticaba que gozaba de buenos pulmones.
Nuevamente la tragedia
azotó a aquella atribulada aldea, y sus pobladores no acertaban a comprender
que sus idílicas vidas fueran atormentadas con tan terribles sucesos en tan
poco tiempo, y que la naturaleza se hubiera cebado en aquel joven matrimonio,
que dejaba una niña al albur de un
futuro plagado de incertidumbres.
Las gentes de la aldea se
hacían conjeturas, preguntas y tribulaciones que, estando gobernado el mundo
por una Providencia Divina, las personas buenas, que así consideraban a
aquellos desgraciados jóvenes,
estuvieran sometidos a terribles males.
La mayoría no entendían
que las personas justas y cumplidoras con las doctrinas establecidas en aquella
sociedad, que con su bien hacer colaboraba en la felicidad comunitaria, fueran
víctimas de tan severo castigo. Aseveraban que a las buenas y virtuosas no les
debería pasar nada malo. Pero el más anciano de la aldea que vestía larga barba
blanca, con razonada convicción, calmaba los ánimos decaídos, comentando que la
felicidad que no ha sido sometida a prueba en el infortunio, no sabe sufrir
golpe alguno, por lo que tenían que
comprender y curtirse para no rendirse, haciendo frente a los momentos difíciles.
También les dijo que: "La muerte es el último umbral por cuya puerta todos
hemos de pasar, pero mientras tanto hemos de hacer el bien cuanto podamos. Y
ahora vamos a solucionar el destino de esta encantadora niña que la Providencia
pone en nuestras manos para que siga por
la vida recordando a sus progenitores, y propongo que sea hija adoptiva de
nuestra aldea”. Todos aceptaron sin objeciones.
Aquel anciano, sugirió
encontrar un matrimonio joven, sin hijos o con ellos, que deseen incrementar su
familia, para que se haga cargo de aquella pequeñuela huérfana. Un hogar donde no
le falte amor y el deseo ferviente de atenderla sin contemplaciones, y que todos
los pobladores de aquella aldea, fuesen firmes padrinos, colaborando en todo
con la generosa familia que acepte la crianza de la niña hasta su mayoría de
edad.
Fueron varias familias que
aceptaban la noble decisión de hacerse cargo para el cometido que se había
propuesto. Pero comunitariamente decidieron fuese un matrimonio que desde hacía
tiempo esperaban con ilusión tener un bebé. Matrimonio trabajador, de buenos principios,
formados por la religión imperante en aquel lejano país. Aquella decisión fue
aprobada por la autoridad competente en la aldea.
Pasaron los años y aquella
niña iba creciendo y cultivando una formación acertada de sus padres adoptivos,
de los que recibía infinito cariño, y la del único colegio que impartía cultura
a los pocos niños que había en la aldea. Sus ingeniosas travesuras, y el cariño que exteriorizaba en
todo momento hacían felices a los
aldeanos, que la querían como su propia
hija, y la atendían de singulares
cuidados.
Un día aparecieron en la
aldea un grupo de hombres, mujeres y niños sobre carromatos dispuestos a
alegrar a los aldeanos montando un pequeño circo en la plaza de la aldea, con un toldo para resguardarse del frío. Habían anunciado
una función en la tarde pagando una pequeña cantidad para que todo el mundo
pudiera asistir.
La asistencia fue
espectacular, pues eran pocas las ocasiones que aquellas gentes podían disfrutar de un
espectáculo, y aunque tuviera humildes perspectivas, todos sentían la
inevitable curiosidad de conocer algo nuevo. Allí acudió aquella niña, que
recientemente había cumplido cinco años, junto con sus padres adoptivos.
Aparte de curiosas
piruetas que realizaban niños y mayores sobre un trapecio; también había payasos que imitaban
escenas variopintas y estrambóticas; ejercicios de acróbatas que realizaban
equilibrios sobre taburetes saltando de unos a otros y realizando singulares peripecias.
El número principal lo dedicaron a formar un pequeños conjunto
musical, compuestos por un violín, viola, acordeón y una flauta. Empezaron
amenizando con danzas húngaras, pues se adivinaba su intención de hacer honor a
su procedencia, y en los últimos momentos
de su actuación se dispusieron a tocar el Vals de las flores, y la Danza de los
ratones, de la obra Cascanueces de Tchaikovsky. Aquellos aldeanos aplaudieron
efusivamente, pues gozaban de un significado conocimiento musical, muy enraizado en su país, pues los
aparatos de radio que no faltaban en cada casa, les acercaban a la
civilización no obstante la lejanía en que se encontraban.
Nuestra niña quedó
embobada al oír tocar a la joven violinista, y desde aquel día no cesaba en su
empeño para que le compraran un violín.
Sus padres tenían escasos
medios para complacer a la niña, pero fue tal su deseo de tener un violín y
aprender a tocarlo, que se convocó al consejo de padrinos para que les
ayudaran. Así fue y pronto decidieron realizar viaje a la capital para hacerse
con un violín y ver la posibilidad de que le enseñaran la complicada tarea de
tocar tan importante instrumento musical.
Primero tenían que
comprobar las aptitudes de la niña para ese noble fin. Hicieron una colecta
para que entrara en un pequeño conservatorio como pupila durante un cierto
tiempo, para que pudieran observar su virtudes en maravilloso mundo de la música.
Pasados unos meses en la aldea recibieron con mucho alborozo que la niña era una gran virtuosa del violín, con
mucho talento para continuar su vocación por la música, gracias a la
Providencia de haber podido asistir a las interpretaciones de aquellos
singulares circenses.
Después de haber padecido
sinsabores por el duro esfuerzo en conseguir sus deseos, y sufrir con valentía
situarse en un primer plano por los senderos de la música, llegó a
comprender lo que puede la paciencia y las ventajas que reportaba el duro
trabajo, sobrellevando todas las adversidades con fortaleza, evitando que el
miedo se apoderase de su ánimo que era llegar a la cima de su profesión, en
honor a las gentes de su aldea natal que habían puesto todas sus ilusiones en
ella.
No obstante estaba
contenta y fuerte en toda contingencia, pues como persona virtuosa se había
entregado a su destino musical.
Todo ello le hizo gozar de mucha popularidad en los grandes
foros musicales, siendo solicitada su intervención en prestigiosas orquestas
representando diversidad de obras en los más importantes escenarios de teatros
y auditorios musicales del mundo, muy principalmente en el teatro Bolshói de
Moscú, escenario por el que sentía especial predilección.
Ya en edad adulta, y consagrada violinista, visitaba con frecuencia la aldea que la vio nacer y
de la que tanto cariño recibió. Hizo muchas donaciones para mejorar la situación
de sus queridos aldeanos, y en todo momento sentían el gozo de oírla por
radio cuando les anunciaba que iba a intervenir en algún concierto dentro y
fuera de su país, enviándoles entradas para los que quisieran acudir al
teatro de la capital de la región. Y todos los años de su vida profesional, en
la fecha de su nacimiento, ofreció generosamente, como solista, su intervención
en la sede social de la aldea.
P.D. De entre las delicias
de la vida, solo al amor le cede la música la plaza, más el amor también es
armonía… Alexander Pushkin
Eugenio
Enero 2019
1 comentario:
Perfecto, Eugenio. Lo has clavado. Felicidades.
Publicar un comentario