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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

06 enero 2019

HISTORIA DE UNA ALDEA






En un lejano país existía una pequeña aldea circundada por inmensos bosques y un gran lago de agua dulce, pura y cristalina, que más parecía un mar, pues sus orillas se perdían en el lejano horizonte. Sus pobladores vivían humildemente de lo que la naturaleza les proveía en los boques y pequeños huertos donde cultivaban nabos, patatas y principalmente remolacha. También criaban animalillos como gallinas, patos, gansos y conejos, que tenían en cobertizos cerrados para resguardarlos de la inclemencia climatológica, especialmente de los duros inviernos, y de los zorros, lobos y osos que frecuentaban aquellos lugares. Además de la importante alimentación que obtenían del cercano gran lago donde abundaban diversas especies de peces: carpas, percas, lucios, tímalos y el más típico y solicitado  llamado omul, además de otras especies. También se alimentaban de diversos  crustáceos.

La vida de sus pobladores transcurría lentamente en el devenir de los días, pero todos tenían un afán común de subsistir en aquellos agrestes lugares, donde la providencia les había asignado desarrollar sus vidas. Pese a las muchas carencias que tenían apartados de las grandes urbes, sentían el privilegio de vivir entre paisajes tan salvajes como hermosos, de la pureza del aire que respiraban en el fastuoso entorno, con sus bosques, y de las aguas cristalinas que transcurrían por infinitos arroyos que desembocaban en el gran lago. Disfrutaban de la armonía de una naturaleza pura y apartados de la insana contaminación que suele intoxicar a los pobladores de las ciudades. Desde aquellos lugares se apreciaba el magnífico espectáculo del cielo y las fastuosidad del firmamento.

Era un pequeño mundo donde la felicidad se había asentado en el transcurso de los tiempos, conseguida por el bien hacer de sus gentes. Hasta aquel lejano lugar no había llegado el mundanal ruido de los creadores de envidias y rencores, de crispadas  conciencias y enfermizos alborotadores, de corruptos y pendencieros, de los que creen que obran mejor que los demás y son los que deciden poco y mal.

Aquellas simples y humildes gentes disfrutaban de la rica y variada naturaleza que hermoseaba sus campos, montes y grandes bosques, y los valles con sus arroyos y ríos. Con su sapiencia natural comprendían que con malos principios era imposible tener buenos fines, ni puede suceder cosa buena. Descubrieron que al compartir con los demás, bienes y sentimientos, sentían la alegría de ser útiles a sus vecinos, pues entendían que su proceder es de gente bien nacida, y que el buen vecino, como los buenos amigos enriquecían los sentimientos de sus vidas. Se afanaban en cultivar día y noche sus almas consiguiendo una feliz armonía social en su aldea.

En aquel lejano lugar no les abrevió sus vidas la envidia de la fortuna ajena, como ocurría en otras urbes. Eran felices también por su sencillez y humildad, y gozaban en su igualdad. Llegaron a concebir una aldea admirada por otras limítrofes y más lejanas.

No les atormentaba la maldad que engendra en los humanos para vivir un tiempo breve, pues vivían con la intensidad de los que disfrutan  sentir la dicha de ver el amanecer de cada día, libres y gozar del sol que graciosamente les ilumina y calienta, y tenían el sustento necesario  luchando por conseguirlo en cada jornada de su existencia.

Pero como todo lo concerniente a la aventura humana, en ocasiones la Providencia ofrece la parte amarga de la vida, con enfermedades y otras tragedias, y en aquella lejana aldea no estaban exentos de sufrirlas.

Una historia que ha llegado a nuestros días, cuenta que unos recién casados en la capital de la región decidieron pasar sus felices días, después de contraer matrimonio, por tierras desconocidas donde la naturaleza les brindase excepcionales oportunidades, apartados de los problemas que se daban en la gran ciudad que vivían.

Después de muchas horas de camino sobre un pequeño y viejo utilitario, con ciertas dificultades por las malas comunicaciones,  llegaron a la aldea de la que tenían conocimiento como un lugar idílico donde pasar sus felices días de ”luna de miel”.

Pasados los días de sus vacaciones, tan felices se encontraban en aquel pequeño paraíso en el que habían hallado  el afecto y cariño de sus pobladores, que decidieron quedarse a vivir, adquiriendo el compromiso que exigía las duras formas de vida para poder subsistir en un hábitat muy distinto al que habían dejado en la ciudad. Probarían durante un cierto tiempo, según decían, para acomodarse o regresar a su anterior forma de vida.

Pasaron  días y meses, y su alegría se incrementaba por la dicha que sentían de haber acertado escogiendo aquella aldea para vivir. Se atuvieron a la naturaleza de las cosas, que eso es sabiduría, y encontraron una vida feliz, que no se puede alcanzar más que con un alma sana y con perfecta salud. Alquilaron una pequeña casa, construyeron un cobertizo, criaron animales y labraron un pequeño huerto. También construyeron, con la ayuda de sus vecinos, una barca adecuada para surcar el gran lago y dedicarse a la pesca. Se habían convertido en jóvenes aldeanos.

Sentían una vida de inmenso gozo, que es la que disfruta el alma libre, recta e intrépida, sin ningún  miedo ni ambición; pues su único bien era la virtud y el amor por aquellos vecinos de la aldea que eran como sus hermanos; pues vivían contentos con sus bienes sin codiciar otra cosa que sentirse libres de todo mal, y con unas mentes sanas, de juicio recto. Estaban felices con todo lo que tenían, aunque las comodidades estuvieran por debajo de las  que habían tenido en la ciudad.

Llegada la fecha de Navidad, que por aquellos lugares  celebraban con mucho culto y pasión, nuestros dos personajes tuvieron la doble dicha de sentir que la esposa, una joven rubia, esbelta y llena de vitalidad anunciaba que estaba embarazada, por lo que según lo previsto, si no había inconvenientes, serían padres de un bebé para el otoño.

Ahora sentían momentos emocionantes, ilusionados y esperanzados por la nueva vida que esperaban, y estaban dispuestos  a permanecer firmes en el lugar que eligieron como suyo y a defenderlo contra los furores de una fortuna hostil.

Pese a las duras tareas que tenían para superar las diversas etapas de sus vidas, por lo que estaban muy entretenidos, les parecía que el tiempo transcurría con inquietante lentitud soñando con la llegada de la “cigüeña maravillosa” en la que tenían puestas todas sus esperanzas

Para finales de la primavera, ya habían empezado los deshielos y el joven marido tenía ya dispuesta la barca para la pesca en el gran lago. Había atendido los consejos de sus vecinos para que, la primera  en su aventura como pescador, saliera acompañado. Después de una larga jornada tuvieron suerte capturando gran número de peces, los que se repartieron entre los vecinos que no tenían barca para navegar.

Tan ilusionado había estado la primera vez en la pesca, que una vez se les había terminado para el sustento, decidió salir de nuevo, pero en esta ocasión pensó hacerlo en solitario.

Le habían comentado que el pescado típico de la zona llamado omul, era el más exquisito del gran lago, pero que tendría que adentrarse hacia aguas más lejanas, por encontrarse en zonas más profundas. Así lo hizo, y en ningún momento pensó que el viento que iba acrecentando su fuerza, le ocasionara dificultades para dominar la navegación de la barca. La única vela que la impulsaba se hinchaba tanto que parecía reventar y soltarse del palo que la sustentaba. Se había alejado varias millas lago adentro. Las dificultades acuciaron con el viento que seguía arreciando por la proximidad de una tormenta. Intentó virar cambiando de rumbo enfilando hacía la orilla, al tiempo que angustiosamente miraba en todas direcciones buscando la ayuda de algún otro pescador que pudiera prestarle ayuda.

Una ráfaga de viento escoró la barca hacía estribor, y el costado quedó sobre las aguas, desde proa a popa,  lo que hizo perder el equilibrio del desafortunado joven marido y futuro padre, que cayó al agua y poco a poco se fue hundiendo al mismo tiempo que la barca. 

Nadie había visto la tragedia y nunca más se supo de aquel ilusionado joven, que había sido víctima de las incomprensibles desgracias humanas, en esta ocasión fruto de su inexperiencia.

En la aldea vivieron con gran tristeza el infortunio de aquel matrimonio, cuya esposa quedó desolada esperando, sin lograrlo, el regreso de su improvisado pescador, sin perder  la esperanza durante días que en algún momento apareciera vivo o por lo menos encontraran su cuerpo yacente.

Todos  en la aldea ayudaron a la joven esposa y futura madre a superar la tragedia que había alterado sus vidas, y se volcaron para hacer más llevadera su existencia después de la tragedia.

Pero como suele ocurrir en toda aventura humana, que las desgracias no vienen solas. Pasado un tiempo la futura mamá se sintió extrañamente enferma, y todo era de suponer ocurría a consecuencia de los malos momentos vividos.

La enfermedad resultó ser el adelanto de fechas de la cigüeña, con un parto anticipado a su tiempo, cosa que nada agradó a la partera de la aldea, que siempre colaboraba en traer al mundo los niños de aquella aldea.

La asistió con gran voluntad para salvar las dos vidas que tenía como deber, pero solo lo logró con la criatura, que resultó ser una linda niña, de ojos azules, sin defecto alguno visible. Era pequeñita, linda y hermosa que lloraba desconsoladamente, lo que pronosticaba que gozaba de buenos pulmones.

Nuevamente la tragedia azotó a aquella atribulada aldea, y sus pobladores no acertaban a comprender que sus idílicas vidas fueran atormentadas con tan terribles sucesos en tan poco tiempo, y que la naturaleza se hubiera cebado en aquel joven matrimonio, que dejaba una niña al albur de  un futuro plagado de incertidumbres.

Las gentes de la aldea se hacían conjeturas, preguntas y tribulaciones que, estando gobernado el mundo por una Providencia Divina, las personas buenas, que así consideraban a aquellos  desgraciados jóvenes, estuvieran sometidos a terribles males.

La mayoría no entendían que las personas justas y cumplidoras con las doctrinas establecidas en aquella sociedad, que con su bien hacer colaboraba en la felicidad comunitaria, fueran víctimas de tan severo castigo. Aseveraban que a las buenas y virtuosas no les debería pasar nada malo. Pero el más anciano de la aldea que vestía larga barba blanca, con razonada convicción, calmaba los ánimos decaídos, comentando que la felicidad que no ha sido sometida a prueba en el infortunio, no sabe sufrir golpe alguno, por lo que tenían  que comprender y curtirse para no rendirse, haciendo frente a los momentos difíciles. También les dijo que: "La muerte es el último umbral por cuya puerta todos hemos de pasar, pero mientras tanto hemos de hacer el bien cuanto podamos. Y ahora vamos a solucionar el destino de esta encantadora niña que la Providencia  pone en nuestras manos para que siga por la vida recordando a sus progenitores, y propongo que sea hija adoptiva de nuestra aldea”. Todos aceptaron sin objeciones.

Aquel anciano, sugirió encontrar un matrimonio joven, sin hijos o con ellos, que deseen incrementar su familia, para que se haga cargo de aquella pequeñuela huérfana. Un hogar donde no le falte amor y el deseo ferviente de atenderla sin contemplaciones, y que todos los pobladores de aquella aldea, fuesen firmes padrinos, colaborando en todo con la generosa familia que acepte la crianza de la niña hasta su mayoría de edad.

Fueron varias familias que aceptaban la noble decisión de hacerse cargo para el cometido que se había propuesto. Pero comunitariamente decidieron fuese un matrimonio que desde hacía tiempo esperaban con ilusión tener un bebé. Matrimonio trabajador, de buenos principios, formados por la religión imperante en aquel lejano país. Aquella decisión fue aprobada por la autoridad competente en la aldea.

Pasaron los años y aquella niña iba creciendo y cultivando una formación acertada de sus padres adoptivos, de los que recibía infinito cariño, y la del único colegio que impartía cultura a los pocos niños que había en la aldea. Sus ingeniosas  travesuras, y el cariño que exteriorizaba en todo momento  hacían felices a los aldeanos, que la querían como  su propia hija, y la atendían de  singulares cuidados.

Un día aparecieron en la aldea un grupo de hombres, mujeres y niños sobre carromatos dispuestos a alegrar a los aldeanos montando un pequeño circo en la plaza de la aldea, con un toldo para resguardarse del frío. Habían anunciado una función en la tarde pagando una pequeña cantidad para que todo el mundo pudiera asistir.

La asistencia fue espectacular, pues eran pocas las ocasiones que aquellas gentes podían disfrutar de un espectáculo, y aunque tuviera humildes perspectivas, todos sentían la inevitable curiosidad de conocer algo nuevo. Allí acudió aquella niña, que recientemente había cumplido cinco años, junto con sus padres adoptivos.

Aparte de curiosas piruetas que realizaban niños y mayores sobre un trapecio; también había payasos que imitaban escenas variopintas y estrambóticas; ejercicios de acróbatas que realizaban equilibrios sobre taburetes saltando de unos a otros y realizando singulares peripecias.

El número principal  lo dedicaron a formar un pequeños conjunto musical, compuestos por un violín, viola, acordeón y una flauta. Empezaron amenizando con danzas húngaras, pues se adivinaba su intención de hacer honor a su procedencia, y en los  últimos momentos de su actuación se dispusieron a tocar el Vals de las flores, y la Danza de los ratones, de la obra Cascanueces de Tchaikovsky. Aquellos aldeanos aplaudieron efusivamente, pues gozaban de un significado conocimiento musical,  muy enraizado en su país,  pues los aparatos de radio que no faltaban en cada casa, les acercaban a la civilización no obstante la lejanía en que se encontraban.

Nuestra niña quedó embobada al oír tocar a la joven violinista, y desde aquel día no cesaba en su empeño para que le compraran un violín.

Sus padres tenían escasos medios para complacer a la niña, pero fue tal su deseo de tener un violín y aprender a tocarlo, que se convocó al consejo de padrinos para que les ayudaran. Así fue y pronto decidieron realizar viaje a la capital para hacerse con un violín y ver la posibilidad de que le enseñaran la complicada tarea de tocar tan importante instrumento musical.

Primero tenían que comprobar las aptitudes de la niña para ese noble fin. Hicieron una colecta para que entrara en un pequeño conservatorio como pupila durante un cierto tiempo, para que pudieran observar su virtudes en  maravilloso mundo de la música.

Pasados unos meses en la aldea recibieron  con mucho alborozo que la niña era una gran virtuosa del violín, con mucho talento para continuar su vocación por la música, gracias a la Providencia de haber podido asistir a las interpretaciones de aquellos singulares circenses.

Después de haber padecido sinsabores por el duro esfuerzo en conseguir sus deseos, y sufrir con valentía situarse en un primer plano por los senderos de la música, llegó a comprender lo que puede la paciencia y las ventajas que reportaba el duro trabajo, sobrellevando todas las adversidades con fortaleza, evitando que el miedo se apoderase de su ánimo que era llegar a la cima de su profesión, en honor a las gentes de su aldea natal que habían puesto todas sus ilusiones en ella.

No obstante estaba contenta y fuerte en toda contingencia, pues como persona virtuosa se había entregado a su destino musical.

Todo ello le hizo  gozar de mucha popularidad en los grandes foros musicales, siendo solicitada su intervención en prestigiosas orquestas representando diversidad de obras en los más importantes escenarios de teatros y auditorios musicales del mundo, muy principalmente en el teatro Bolshói de Moscú, escenario por el que sentía especial predilección.

Ya en edad adulta, y consagrada violinista, visitaba con  frecuencia  la aldea que la vio nacer y de la que tanto cariño recibió. Hizo muchas donaciones para mejorar la situación de sus queridos aldeanos, y en todo momento sentían el gozo de oírla por radio cuando les anunciaba que iba a intervenir en algún concierto dentro y fuera de su país, enviándoles entradas para los que quisieran acudir al teatro de la capital de la región. Y todos los años de su vida profesional, en la fecha de su nacimiento, ofreció generosamente, como solista, su intervención en la sede social de la aldea.

P.D. De entre las delicias de la vida, solo al amor le cede la música la plaza, más el amor también es armonía…  Alexander Pushkin

Eugenio

Enero 2019

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perfecto, Eugenio. Lo has clavado. Felicidades.