El joven viajero y amante
de la ciudad de Guadalajara y su provincia, desde hacía tiempo venía realizando
visitas turísticas por la capital y de aquellas tierras llamadas alcarrias. Su
curiosidad le había llevado a ser un estudioso de la historia, cultura,
tradiciones, monumentos y de la peculiar belleza paisajística que goza la
provincia de Guadalajara.
Ahora se disponía a
conocer más profundamente el pueblo que encabeza el presente reportaje. Había
estado brevemente en Zorita de los Canes en dos ocasiones, la última en el año
2016 de regreso de un viaje por los pantanos de Entrepeñas, Buendía y Bolarque,
y en otro momento de su viaje por la población ducal de Pastrana. Le había
causado buen impacto aquella villa y su entorno, por lo que se había prometido
realizar un viaje posterior para completar el estudio y conocimiento del lugar.
La villa está situada a
orillas del río Tajo, y tiene su origen árabe. Para su construcción, se
abasteció la mayor parte con materiales de la antigua ciudad visigoda llamada
Recópolis, situada en las inmediaciones.
Nuestro viajero había
partido desde Madrid una radiante mañana del mes de mayo, con un cielo azul y sin una sola nube. Se dirigió hacia la capital de Guadalajara
para desayunar, como era su costumbre al hacer rutas por aquellas tierras, para
después seguir hasta su destino, donde tenía intención de permanecer un fin de
semana. Recorrería poco más de 100 kilómetros.
A media mañana ya estaba
divisando la antigua central nuclear de Zorita,
que actualmente está siendo desmantelada. Y minutos después divisaba la
silueta del castillo de grandes dimensiones, que se alza sobre la villa,
construido sobre un enorme roquero, vigilante en lejanos siglos de la frontera
entre el mundo musulmán de los reinos de taifas y el cristiano de Castilla.
Lo primero que hizo
nuestro viajero fue acercarse al hostal donde pensaba pasar la noche y reservar
la mesa para su almuerzo, atravesando el arco de la muralla que accedía al
hábitat de la villa.
Desde tiempos remotos, los
vigilantes que protegían la puerta de la muralla y todo el perímetro amurallado
alrededor del castillo, así como el puente sobre el río, se protegían con
grandes y agresivos perros, también por considerar importante su destacado
olfato para detectar presencia humana; imponiendo gran temor a quienes se acercaban
a la villa, de ahí su sobrenombre de los Canes.
Después se dirigió hacia
el castillo para observar sus características. Las iba anotando en su agenda
para, como tenía por costumbre, pasarlo después a su diario de viajes. Desde
aquella significativa altura, sentado al pie de una de sus torres gozó de un
amplio y variado paisaje. Sus ojos se recreaban del brillante panorama, que
además de bello estaba cargado de recuerdos históricos. Hermosa panorámica de
valles, por donde serpentean las serenas aguas del río Tajo.
Observó con detenimiento
la villa que aparecía resguardada a las faldas del castillo. Todo, además de
bello, apreciaba que se hallaba en un
lugar que había sido muy importante. Famoso por las contiendas entre moros y
cristianos, revueltas y luchas civiles de los caballeros calatravos. Sede de
ilustres personajes, entre ellos Don Ruy Gómez de Silva y su esposa la princesa
de Éboli, propietarios del castillo y posteriormente sus descendientes durante
cerca de dos siglos, a partir de la segunda mitad del XVI.
Anotaba que el origen del
castillo data de la segunda mitad del siglo IX, y desde el siglo XII hasta la
primera mitad del siglo XVI, perteneció a la Orden Militar de Calatrava,
periodo que coincidió con su máximo esplendor. Tres valles y el río Tajo
constituía el paso estratégico de este paraje donde se levantó en tiempos
remotos la única ciudad visigoda en Europa, donde no había asentamiento previo.
Nuestro viajero tenía
referencias de aquel recoleto lugar de la Alcarria Baja, que gozaba de
destacada importancia histórica, pues llegó a ser cabecera de la Encomienda Mayor de la citada
Orden. Hasta bien entrado el siglo XVIII, siguió existiendo a título honorífico
el de Comendador de Zorita. Significaba en sus estudios que, bajo la protección
de su imponente castillo, una de las más importantes alcazabas de la provincia
de Guadalajara y declarado conjunto histórico en el año 1931, se alza esta
pequeña villa, cuyas murallas y calles encierran larga historia de nuestros
antepasados. Guarda detalles emblemáticos como el sello de la Orden grabado a
los pies del arco de la entrada en la villa.
Estaba entusiasmado con
los hechos que acaecieron en aquel pequeño lugar, que marcaron la historia de
España y de Europa. Allí se libraron acontecimientos bélicos de gran importancia
durante la conquista musulmana y la posterior recuperación de los territorios
ocupados. El castillo de origen árabe, fue construido como consecuencia de la
invasión perpetrada a principios del siglo VIII, sufrida por la península
ibérica en el transcurso de una decena de años, pero especialmente a raíz de la
derrota padecida por el rey visigodo Don Rodrigo en la famosa batalla de
Guadalete en el año 711.
La imponente fortaleza que
edificaron fue reconquistada por los cristianos a principios del siglo XI,
reinando el rey de Castilla y León, Alfonso VI, de manos de las mesnadas de
Alvarfañez de Minaya, capitán del Cid Campeador, quien anteriormente había
recuperado la capital de Guadalajara y otros enclaves limítrofes. Previniendo
posibles embestidas de los musulmanes por recuperar aquel importante enclave,
mejoraron y ampliaron las fortificaciones del recinto defensivo fijando una
frontera para las sucesivas reconquistas que se iban realizando.
También se ocuparon de
aumentar la población con el traslado de familias de otros lugares del reino y
llegaron a establecer una aljama judía, compensando las familias musulmanas
huidas a consecuencia de la reconquista, por lo que en aquel enclave llegaron a
convivir castellanos cristianos, mozárabes, muladíes y judíos. Fueron tiempos
convulsos para aquel lugar de Castilla que se había convertido en frontera de
los dos mundos en pugna por el poder y la posesión de las tierras.
Nuestro viajero había
pasado gran parte de la mañana visitando el castillo y paseando por las
estrechas calles de la villa, observando con deleite las casas enmarcadas con
una estructura plenamente medieval, y otras edificaciones emblemáticas que se
remontan al siglo XV. Decidió reponer fuerzas con un buen almuerzo alcarreño,
en aquel esplendido establecimiento que había reservado para su descanso, verdadera seña de identidad para los
visitantes de la encantadora villa de Zorita de los Canes.
Después de reposar un rato
en un salón, dirigió sus pasos camino de la vega del Tajo. Sintió el susurro de
las tranquilas aguas del río, apaciguadas por el embalse que las había precedido
y observó la riqueza de flora y fauna que se manifestaba en sus alrededores.
Aquel tramo ha sido declarado Reserva Fluvial, que lo convierte en un relajante
paseo, cita obligada por los amantes de la naturaleza.
Siguió caminando durante
un rato hasta pasar al otro lado del río, y alcanzar el altiplano llamado Cerro
de la Oliva, situado a poco más de un kilómetro, allí se encuentran las ruinas
de la referida ciudad visigoda, fundada por el rey Leovigildo en el año 578, conmemorando la
consolidación de su poder y el estado conocido como reino de Toledo, y en honor
de su hijo Recaredo, y futuro rey. El yacimiento fue declarado Conjunto
Histórico Artístico en el año 1946. Uno de los parques arqueológicos más
visitados e importantes de la Comunidad de Castilla La Mancha.
El viajero puede situarse
entre los siglos VI al XVII, a través de visigodos, andalusís, judíos y
cristianos; un periplo que ilumina la destacada historia de aquellos lugares.
Para ello, no obstante sus referencias, se informó detenidamente en el Centro
de Interpretación existente, donde se explica y glosa lo acontecido a través de
los tiempos, para un mejor conocimiento del importante yacimiento arqueológico
y su entorno.
Nuestro viajero recorrió
todo el recinto pausadamente y en el silencio de los restos de lo que fue
aquella floreciente ciudad. Se había adelantado a los turistas al salir temprano,
pues el fuerte sol espantaba los ánimos para estar en aquel lugar en las
primeras horas de la tarde. Impresionaba
observar que toda la gloria, el esplendor y poder que por allí existió, estaba
reducido a montones de piedras, ahora bien ordenadas, gracias a las sucesivas
excavaciones llevadas a cabo, y a la
inquietud de personas por conocer el pasado de la humanidad.
Se encontraba con sillares
de piedra de lo que debió ser un palacio; inmensa galería porticada que parecía
dar a un mercado; losas y rastros de los edificios que allí se levantaron. Se
erguían en pie algunos muros de lo que había sido una basílica visigoda, que se
erguía parte de su torre, y restos de hermosas columnas de mármol, y otros
muchos testigos de lo que debió ser una gran población.
Como buen estudioso de la
historia de los pueblos y sus gentes, y amante de la naturaleza, sentía el
placer de estar donde muchos siglos atrás hubo un encuentro de varias
civilizaciones, de hombres y mujeres que sentían inquietudes, tragedias,
intrigas y pasiones de todo tipo como lo sentimos en los actuales tiempos de
gran tribulación.
Nuestro viajero había
terminado de escribir varias hojas de su blog de notas. No había olvidado anotar, que el reino de los
visigodos estuvo situado entre los siglos V y VIII, en cuyo largo periodo
reinaron 33 reyes, iniciando la lista Ataulfo que fue el primer rey y
concluyendo con don Rodrigo. Iniciándose posteriormente la larga etapa
histórica de los invasores musulmanes procedentes del norte de Africa.
Dedicó especial atención a
los hechos que desembocaron en la conquista de la Península ibérica y por ende
la expulsión del reinado de los visigodos.
Fueron significantes las
traiciones que ocurrieron entonces. Primero con la de don Julián que, siendo
gobernador de Ceuta, entregó la ciudad a los musulmanes en venganza por haber
sido ultrajado el honor de su hija Florinda por el rey don Rodrigo en la corte
de Toledo. Y entabló negociaciones con Muza, emir de África del Norte, para que
desembarcara con sus huestes en la Península Ibérica. Que aprovechando la
muerte del anterior rey Vitiza, enviaron un fuerte contingente de tropas al
mando de su capitán Tarif.
Al encuentro de los
invasores acudió hacia el sur de la Península el rey don Rodrigo, con un
importante contingente de soldados, superior al de los musulmanes. Cuentan los
historiadores que en el momento crucial de la referida batalla de Guadalete, en
la comarca de la actual provincia de Cádiz, las tropas de los hermanos del rey
fallecido Vitiza, y del Arzobispo de Sevilla Don Oppas, se pasan al bando de
los musulmanes, que ya habían fraguado anteriormente. Actuación que fue
determinante para que se resolviera la batalla a favor de los invasores, lo que
significó el desmoronamiento de las tropas visigodas.
La derrota y sucesivas
fuerzas procedentes del norte de Africa, para lograr botines y
enriquecerse, supuso la progresiva
conquista de toda la Península Ibérica que se llevó a cabo en el transcurso de
unos dos años. No obstante todavía permanecería un reducto de resistencia en
Asturias, gracias a don Pelayo, semilla gloriosa de la reconquista.
Nuestro viajero anotaba en
su blog de notas, que le parecía sorprendente que los musulmanes tardaron cerca
de dos años en conquistar casi toda la península ibérica, y para la reconquista
posterior se había tardado ocho siglos, hasta que los Reyes Católicos
conquistaron Granada en 1492, último y principal bastión de los musulmanes.
Después del paseo por la
historia en aquellos emblemáticos lugares, decidió acercarse al Parque Fluvial
que, con mucho acierto, habían acondicionado recientemente a lo largo de la
margen derecha del río. Un hermoso lugar para el esparcimiento de sus lugareños
y de cuantos turistas deseen acercarse a
disfrutar de un entorno encantador, donde poder relajarse y su alma sienta la
plenitud que le ofrece la naturaleza, visualizando las claras y serenas aguas
del río Tajo, de la variada flora y arbolados, y la suave serranía que se
divisa en lontananza, con un sol radiante que aquel día iluminaba la villa con
la esplendidez que de vez en cuando deleita la primavera.
Nuestro viajero estaba
imbuido del sentimiento histórico y poético.
Siempre le había encantado la contemplación de rastros de antiguas
civilizaciones; de ciudades y aldeas amuralladas, construidas como nidos de
águilas entre las peñas, y rodeadas de cresterías moriscas o de ruinosos torreones
colgados de altos farallones o elevados
picachos; donde su imaginación le hacía retroceder en el pasado, sobre vivencias
de caballerescos tiempos de guerra entre
moros y cristianos para conquistar y reconquistar pueblos y sus tierras a
golpes de espada en feroces incursiones.
Después de un refrigerio
nocturno y entre el sueño natural y los sueños de sus vivencias que le alteraron
su ritmo, se levantó más temprano de lo normal, en una mañana fragante y
luminosa, como deben de ser las mañanas del mes de Mayo, pensando en proseguir
el viaje de regreso a la capital del reino. Pero oyendo el repicar de campanas de la
bonita iglesia parroquial, de estilo románico, construida bajo la advocación de
San Juan Bautista, sintió su llamada religiosa de aquel monumento objeto de
devoción.
Se acercó para dar gracias
por el feliz viaje que había disfrutado, fascinado por cuanto había visto; sin
olvidar la amable atención recibida y por
el agrado y sencillez de las gentes de la villa, deseosas de dejar su
pueblo en buen lugar. Y porque tuviera
un regreso dichoso.
Eugenio
Noviembre de 2018
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