A mi buen amigo Julio Liberal
Siempre
he considerado que es muy grato al espíritu humano la fiel y dulce amistad.
Por razones de vecindad nos
conocimos y después por común afición, más bien devoción por la música, asistiendo juntos con otro
buen amigo llamado Juan Antonio Hernano a los ensayos musicales en el Teatro Monumental
de Madrid, acrecentamos nuestra sincera amistad, con la grata significación que
en tiempos pasados, por razones profesionales, Julio recorrió la provincia de
mi querida Guadalajara, capital incluida, por la que manifiesta especial
afecto. Tiempos en los que yo también lo hacía por idénticas razones. Por lo
que nuestras vidas quizás se cruzaron por aquellas tierras de la Alcarria.
Admiro la rica personalidad de
mi amigo, hombre virtuoso que goza de buenos principios éticos y morales y de
destacado espíritu literario, pues su fina pluma ha narrado bellas historias,
con su chispa de humor y buen dominio de nuestro idioma, que me consta más de un
libro tiene publicado.
Por todo ello me agrada rendirle
sencillo homenaje, publicando en mi blog el escrito que a continuación expongo, pues me ha parecido interesante recordar hechos históricos ya desapàrecidos.
El citado escrito fue creado para declamar en tertulia cultural en el Centro Social Pío
Baroja, al que acude con frecuencia manifestando sus actividades literarias intercalando
con su también afición pictórica.
Con mis mejores deseos de que su
mente lúcida le inspire largo tiempo los más nobles sentimientos y aficiones
culturales.
Eugenio
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¡¡¡SERENOOOO!!! ¡¡¡VAAAAAAAAA!!
A veces nos olvidamos de los
hechos recientes, incluso de lo que hemos comido ese día, a donde hemos ido,
con quien hemos hablado por teléfono y
cosas así. Sin embargo, es relativamente frecuente que recordemos acontecimientos de hace varios
años, incluso de nuestra niñez, infancia o juventud. A mí, por ejemplo, que ya peino
canas, mejor dicho que ya casi no peino nada, pues tengo, como dicen ahora los
jóvenes un “mogollón” de años, y menos pelo que la momia de Tutan Kamón, me ha
venido a la memoria aquella época en la cual en Madrid había SERENOS.
A los serenos los recuerdo como a unos señores
bastante altos y fuertes. Vestidos con guardapolvo gris, en verano, y con un
capote, del mismo color en los meses de frío, debajo de los cuales, en una
especie de chaleco-corsé, llevaban las pesadas llaves de todos los portales de
su demarcación. Eran aquellas llaves, molestas de transportar porque tenían
grandes dimensiones, y generalmente, estaban fabricadas con hierro, por eso los
serenos cumplían la misión, entre otras, de hacerle la vida un poco más cómoda
a la gente, al no tener que pasear con aquel armatoste, que más parecía arma
defensiva, y aliviar los bolsillos. Muchos años después se inventarían los
llavines, que aunque más grandes que los actuales, ya eran mucho más
soportables.
Yo nunca he sabido bien si los serenos eran gallegos
o asturianos, pues el dejo en su voz unas veces me parecía el de un
descendiente de Don Pelayo y otra más bien de Rosalía de Castro. Probablemente los
habría de esas dos regiones, aunque, parece ser que mayoritariamente eran asturianos
de Cangas de Onís.
El cuerpo de Serenos fue creado por el rey Carlos
III en un Real Decreto de 12 de abril de 1765
con la función de encender los faroles de alumbrado público,
asignándoseles posteriormente funciones de vigilancia y seguridad. Las
condiciones para ser sereno eran simples: robustez, agilidad proporcionada al
objeto, cinco pies como mínimo de estatura, (eso debía ser alrededor de 1,75
metros) no ser menor de 20 años ni mayor
de 40, tener fuerte y clara la voz, saber leer y escribir para dar por escrito
los partes, observar conducta intachable y no haber sido procesado como
camorrista, perturbador del orden público, ni por robo, embriaguez ni otra
causa negativa. No podían tener otra ocupación diaria que les
privara del descanso necesario para ejercer la vigilancia nocturna. No figura
por escrito en ningún sitio otro requisito. Aparte de la vigilancia tenían la
misión de anunciar la hora, lo que en tiempos más píos hacían al grito de ¡Ave María Purísima. Las doce en punto y sereno!
Sereno, o nublado, o lloviendo, lo que hiciese. He leído que como en Madrid
llueve poco, el grito de ¡…y sereno!
era continuo y de ahí el nombre. Pero no me lo creo, pues Madrid no es tan
seco. Parece ser que los serenos más antiguos son los valencianos, y como en
Valencia llueve mucho menos, puede que de ahí venga el nombre. En tal caso, si
los serenos más antiguos hubiesen sido los de Santiago, a lo mejor se hubiesen
llamado “nublados”.
No sé por qué, pero lo cierto es que la
creencia general era que todos se llamaban Francisco, o Paco que es más corto y
sonoro y ellos amablemente respondían a ese nombre, aunque uno de los últimos
que traté en realidad se llamaba Celestino, pero él, por no desairarme, siempre
respondía al nombre de Paco.
Probablemente os acordaréis de
la zarzuela “La Verbena de la Paloma”, cuando llaman al sereno con un grito Franciscoooo…
y el interpelado responde Voy alláaaa... Seguidamente se le oye
cantar: Consumos por aquí, consumos por allá, y dale que le dale, y dale que le
da. (vuelven a llamar) ¡Franciscooooo!. ¡Voy alláaaa…
Los
serenos Iban tocados con una gorra de plato. Portaban además un “chuzo”, es
decir un palo grueso de algo más de un metro de largo (en un principio este
chuzo era una pequeña lanza de un metro y medio, con punta y todo). También en
aquellos remotos años llevaban un farolito. Mis padres me comentaron en alguna
ocasión que, a veces; también tenían unas pequeñas velitas que daban a los
“clientes” para que pudieran subir las escaleras bien alumbrados (supongo que
algunos de los que venían de juerga ya lo estarían). Pasados los años cambiaron
el farolito de llama por una linterna de las de petaca. (Aún no habían
comercializado esas de LED, modernas, tan pequeñas y que
dan tanta luz).
A los Serenos se les tenía mucho
respeto. Eran hombres de bien cuya presencia inspiraba tranquilidad. Era un
agente social al que se acudía para casi
todo. Su misión iba más allá de la pura vigilancia, o perseguir a malhechores.
También ayudaban a los desvalidos, acompañaban a la farmacia de guardia y socorrían
a los accidentados. No solían meterse con ellos, a pesar de no llevar armas, aunque
se decía que algunos llevaban pistola, pero, la verdad es que la mayoría no
sabía ni disparar. Lo que si manejaban todos era ese chuzo, que les servía para
contestar cuando se les llamaba, dando con el en la acera, para confirmar que
había oído la llamada, y de “quitamanías”.
También llevaban un silbato, con el que llamaban pidiendo ayuda a los
compañeros cercanos cuando se encontraban en algún apuro. Al principio los serenos
no tenían sueldo fijo. Pasado unos años cobraban un pequeño salario a cargo del
ayuntamiento. No obstante, sus ingresos más importantes se basaban en las
propinas de los vecinos y los comerciantes de su zona.
Yo he
conocido a siete u ocho serenos en las zonas donde he vivido, y puedo confirmar
la tranquilidad que sentías al llegar a tu barrio y ver al sereno que estaba
deambulando por la zona y vigilando. Si llegabas en coche, cómo se conocía la
matricula, estaba esperando a que aparcaras, o incluso te decía donde podía
haber un sitio. Te salía al encuentro, para llevarte hasta el portal de tu casa,
Y, que maravilla cuando estaba lloviendo, venía corriendo con un gran paraguas
para taparte a ti y a tu acompañante. A veces también cogía en brazos a alguno
de mis niños y los llevaba hasta el ascensor.
Es
lastima que en 1976 se suprimiera este magnifico cuerpo de serenos para crear
la figura del vigilante nocturno municipal. Su uniforme sería parecido al de la
Policía Municipal, y ya no tendrían como función abrir las puertas. Ahora
hacían la ronda en pareja, pero este servicio no cuajó entre los vecindarios y
pronto surgieron las quejas.
Unos años después, cuando gobernaba Tierno Galván,
se intentó recuperar al tradicional cuerpo de serenos, pero tampoco tuvo éxito
la medida. El tiempo de los serenos ya había pasado a la historia. Los viejos
usos y costumbres ya no eran suficientes para el nuevo Madrid.
Yo que viví aquella etapa, los recuerdo con
nostalgia y con agradecimiento por su extraordinaria labor.
Tengo que confesar que me gustaría poder seguir
diciendo ¡SERENOOOOOO!, y escuchar el golpe seco del chuzo sobre la acera, y
desde lejos la fuerte voz ¡VAAAAAAAA!
Julio Liberal
Madrid, noviembre de
2012
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