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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

05 marzo 2013

HUMANIDADES


                                          A los que perdieron a sus seres queridos

Aquella pudo ser una mañana más. Amaneció un día gris con cielo encapotado. Anunciaban  lluvia, pero la temperatura era suave conforme la época del año.
 
Octavio tomó su paraguas y serio, cabizbajo y meditabundo salió a la calle. Sus sentimientos estaban afectados por la tragedia de la ausencia imprevista de un ser querido. Acudía al velatorio a despedirle y expresar a los familiares todo su pesar por lo acaecido, por su amistad y el gran afecto que siempre había sentido por él.
 
En su caminar pensaba que no hay nada eterno y pocas cosas duraderas, y de lo frágiles que somos los humanos aunque a veces parezcamos colosos imposibles de derribar, por la aparente fortaleza que representemos, y así lo creemos hasta que el destino, siempre imprevisible, nos recuerde lo contrario, que todo lo que tiene principio ha de tener fin, ignorando como, ni cuando, ni donde.
 
Así la sorpresa de Octavio, que creía eterna la amistad de aquel ser querido y que el destino le arrebata la vida de improviso, quedando sorprendido y aturdido de la inexorable ley de la Naturaleza que empuja a todas las cosas a un mismo fin.
 
No me niego a derramar lágrimas por la desgracia, y es difícil hallar palabras justas para un dolor profundo, pero el mayor consuelo que siento es haber disfrutado largo tiempo de su amistad,  de su afable carácter y de su carisma en general, decía a su familia una vez conocida la noticia.
 
Todos que le conocían, sin excepción, le rinden homenaje sincero, y le echan de menos en honor a su bien hacer. Servía de ejemplo su amor y responsabilidad por su familia, que extendía a sus amigos y a cuantos conoció en su vida. Destacaba por su bondad, sencillez y buen sentido del humor no obstante los avatares de la vida.
 
Octavio meditaba con cierto pesimismo desde que conoció la noticia, sobre la clase de vida que nos da la Naturaleza, que ha querido que el llanto fuese lo primero al nacer y así continúa a lo largo de nuestra vida, considerando las penalidades que se ciernen sobre la experiencia humana.
 
Pero reparando el ánimo, entendía que se debe adoptar expresión distinta para desechar todo punto de aflicción y que no aparezca al exterior y así los demás se animen al ver un rostro menos atribulado, y llevar con entereza las adversas circunstancias, pues no sería bueno dejarse consumir por el dolor que ya nada arregla el mal padecido.
 
Llegado a aquel lugar de despedidas, Octavio se fundió en abrazos a los más íntimos, consolándoles cuanto pudo, transmitiendo que ahora nuestro ser querido está gozando de un cielo sereno y despejado, liberado de ataduras y que no ha perdido la luz, sino que ha alcanzado otra más pura en la eternidad, y que a todos nos es común ese viaje.

El no nos dejó, sino que se nos anticipó, y consolar nos debemos porque todos pudimos disfrutar largo tiempo de su amor, evocando la memoria de las muchas cosas que nos deleitó en cualquier momento de su vida, valorando como gran bien haber tenido a nuestro lado un ser excelente.

La Naturaleza no nos da en propiedad lo que tenemos, sino en préstamo, y aunque nos parezca desolador nos lo reclama sin explicación alguna, exasperando a la codiciosa esperanza humana, que nunca se acuerda de nuestro irreversible final. Olvidando que nuestra vida no es otra cosa que un viaje con destino conocido, pues todos caminamos hacia un mismo lugar.
 
No obstante es gran consuelo no perder la esperanza y soportar con serenidad los golpes de la fortuna, que hace cosas con crueldad y ensañamiento; que el tiempo todo lo cura y que la Divina Misericordia se expande por todos los corazones por muy hundidos que se encuentren, y sabe muy bien el momento que debe socorrer a cada uno.
Como alivio del dolor corresponde evocar la memoria agradable teniéndole siempre en el recuerdo.

Después se acercó al grupo de los menos allegados, quienes saludándole empezaron a comentar de las cosas humanas y divinas, y pasado un buen rato se despidió de todos retornando a su casa.

Al entrar en el patio anterior a su vivienda, donde tenía montado un pequeño jardín con multitud de tiestos y jardineras, observó que los rosales empezaban a brotar los capullos de futuras rosas multicolores. Era el anuncio de una incipiente primavera.

Recordó que debía llamar a su buen amigo Cayo para informarle que, el próximo jueves, habían anunciado por la prensa local Nueva Alcarria un concierto en el magnífico auditorio Buero Vallejo, orgullo y referente cultural de Guadalajara, donde se iba a representar la 6ª Sinfonía de Beethoven, obra maravillosa del genio alemán, en la que  rinde homenaje a la Naturaleza, y cuya obra expresa los sentimientos que experimentaba al contemplarla. Escucharla es un regalo para cualquier espíritu que se precie de cierta sensibilidad musical.

 

3 de Marzo de 2013

 

Eugenio

 

 

 

29 enero 2013

SERENOS


                                            A mi buen amigo Julio Liberal

 

Siempre he considerado que es muy grato al espíritu humano la fiel y dulce amistad.


Por razones de vecindad nos conocimos y después por común afición, más bien devoción  por la música, asistiendo juntos con otro buen amigo llamado Juan Antonio Hernano a los ensayos musicales en el Teatro Monumental de Madrid, acrecentamos nuestra sincera amistad, con la grata significación que en tiempos pasados, por razones profesionales, Julio recorrió la provincia de mi querida Guadalajara, capital incluida, por la que manifiesta especial afecto. Tiempos en los que yo también lo hacía por idénticas razones. Por lo que nuestras vidas quizás se cruzaron por aquellas tierras de la Alcarria.

Admiro la rica personalidad de mi amigo, hombre virtuoso que goza de buenos principios éticos y morales y de destacado espíritu literario, pues su fina pluma ha narrado bellas historias, con su chispa de humor y buen dominio de nuestro idioma, que me consta más de un libro tiene publicado.

Por todo ello me agrada rendirle sencillo homenaje, publicando en mi blog el escrito que a continuación expongo, pues me ha parecido interesante recordar hechos históricos ya desapàrecidos.  El  citado escrito fue creado para declamar en tertulia cultural en el Centro Social Pío Baroja, al que acude con frecuencia manifestando sus actividades literarias intercalando con su también afición pictórica.

Con mis mejores deseos de que su mente lúcida le inspire largo tiempo los más nobles sentimientos y aficiones culturales.

 Enero 2013

Eugenio

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¡¡¡SERENOOOO!!!    ¡¡¡VAAAAAAAAA!!

 

A veces nos olvidamos de los hechos recientes, incluso de lo que hemos comido ese día, a donde hemos ido, con  quien hemos hablado por teléfono y cosas así. Sin embargo, es relativamente frecuente que  recordemos acontecimientos de hace varios años, incluso de nuestra niñez, infancia o juventud. A mí, por ejemplo, que ya peino canas, mejor dicho que ya casi no peino nada, pues tengo, como dicen ahora los jóvenes un “mogollón” de años, y menos pelo que la momia de Tutan Kamón, me ha venido a la memoria aquella época en la cual en Madrid había SERENOS.

A los serenos los recuerdo como a unos señores bastante altos y fuertes. Vestidos con guardapolvo gris, en verano, y con un capote, del mismo color en los meses de frío, debajo de los cuales, en una especie de chaleco-corsé, llevaban las pesadas llaves de todos los portales de su demarcación. Eran aquellas llaves, molestas de transportar porque tenían grandes dimensiones, y generalmente, estaban fabricadas con hierro, por eso los serenos cumplían la misión, entre otras, de hacerle la vida un poco más cómoda a la gente, al no tener que pasear con aquel armatoste, que más parecía arma defensiva, y aliviar los bolsillos. Muchos años después se inventarían los llavines, que aunque más grandes que los actuales, ya eran mucho más soportables.

Yo nunca he sabido bien si los serenos eran gallegos o asturianos, pues el dejo en su voz unas veces me parecía el de un descendiente de Don Pelayo y otra más bien de Rosalía de Castro. Probablemente los habría de esas dos regiones, aunque, parece ser que mayoritariamente eran asturianos de Cangas de Onís.

El cuerpo de Serenos fue creado por el rey Carlos III en un Real Decreto de 12 de abril de 1765  con la función de encender los faroles de alumbrado público, asignándoseles posteriormente funciones de vigilancia y seguridad. Las condiciones para ser sereno eran simples: robustez, agilidad proporcionada al objeto, cinco pies como mínimo de estatura, (eso debía ser alrededor de 1,75 metros)  no ser menor de 20 años ni mayor de 40, tener fuerte y clara la voz, saber leer y escribir para dar por escrito los partes, observar conducta intachable y no haber sido procesado como camorrista, perturbador del orden público, ni por robo, embriaguez ni otra causa negativa. No podían tener otra ocupación diaria que les privara del descanso necesario para ejercer la vigilancia nocturna. No figura por escrito en ningún sitio otro requisito. Aparte de la vigilancia tenían la misión de anunciar la hora, lo que en tiempos más píos hacían al grito de ¡Ave María Purísima. Las doce en punto y sereno! Sereno, o nublado, o lloviendo, lo que hiciese. He leído que como en Madrid llueve poco, el grito de ¡…y sereno! era continuo y de ahí el nombre. Pero no me lo creo, pues Madrid no es tan seco. Parece ser que los serenos más antiguos son los valencianos, y como en Valencia llueve mucho menos, puede que de ahí venga el nombre. En tal caso, si los serenos más antiguos hubiesen sido los de Santiago, a lo mejor se hubiesen llamado “nublados”.

 No sé por qué, pero lo cierto es que la creencia general era que todos se llamaban Francisco, o Paco que es más corto y sonoro y ellos amablemente respondían a ese nombre, aunque uno de los últimos que traté en realidad se llamaba Celestino, pero él, por no desairarme, siempre respondía al nombre de Paco.

Probablemente os acordaréis de la zarzuela “La Verbena de la Paloma”, cuando llaman al sereno con un grito Franciscoooo… y el interpelado responde Voy alláaaa... Seguidamente se le oye cantar: Consumos por aquí, consumos por allá, y dale que le dale, y dale que le da. (vuelven a llamar) ¡Franciscooooo!. ¡Voy alláaaa…

Los serenos Iban tocados con una gorra de plato. Portaban además un “chuzo”, es decir un palo grueso de algo más de un metro de largo (en un principio este chuzo era una pequeña lanza de un metro y medio, con punta y todo). También en aquellos remotos años llevaban un farolito. Mis padres me comentaron en alguna ocasión que, a veces; también tenían unas pequeñas velitas que daban a los “clientes” para que pudieran subir las escaleras bien alumbrados (supongo que algunos de los que venían de juerga ya lo estarían). Pasados los años cambiaron el farolito de llama por una linterna de las de petaca. (Aún no habían comercializado esas de LED, modernas, tan pequeñas y que dan tanta luz).

A los Serenos se les tenía mucho respeto. Eran hombres de bien cuya presencia inspiraba tranquilidad. Era un agente social al que se acudía  para casi todo. Su misión iba más allá de la pura vigilancia, o perseguir a malhechores. También ayudaban a los desvalidos, acompañaban a la farmacia de guardia y socorrían a los accidentados. No solían meterse con ellos, a pesar de no llevar armas, aunque se decía que algunos llevaban pistola, pero, la verdad es que la mayoría no sabía ni disparar. Lo que si manejaban todos era ese chuzo, que les servía para contestar cuando se les llamaba, dando con el en la acera, para confirmar que había oído la llamada, y de “quitamanías”. También llevaban un silbato, con el que llamaban pidiendo ayuda a los compañeros cercanos cuando se encontraban en algún apuro. Al principio los serenos no tenían sueldo fijo. Pasado unos años cobraban un pequeño salario a cargo del ayuntamiento. No obstante, sus ingresos más importantes se basaban en las propinas de los vecinos y los comerciantes de su zona.

Yo he conocido a siete u ocho serenos en las zonas donde he vivido, y puedo confirmar la tranquilidad que sentías al llegar a tu barrio y ver al sereno que estaba deambulando por la zona y vigilando. Si llegabas en coche, cómo se conocía la matricula, estaba esperando a que aparcaras, o incluso te decía donde podía haber un sitio. Te salía al encuentro, para llevarte hasta el portal de tu casa, Y, que maravilla cuando estaba lloviendo, venía corriendo con un gran paraguas para taparte a ti y a tu acompañante. A veces también cogía en brazos a alguno de mis niños y los llevaba hasta el ascensor.

Es lastima que en 1976 se suprimiera este magnifico cuerpo de serenos para crear la figura del vigilante nocturno municipal. Su uniforme sería parecido al de la Policía Municipal, y ya no tendrían como función abrir las puertas. Ahora hacían la ronda en pareja, pero este servicio no cuajó entre los vecindarios y pronto surgieron las quejas.

Unos años después, cuando gobernaba Tierno Galván, se intentó recuperar al tradicional cuerpo de serenos, pero tampoco tuvo éxito la medida. El tiempo de los serenos ya había pasado a la historia. Los viejos usos y costumbres ya no eran suficientes para el nuevo Madrid.

Yo que viví aquella etapa, los recuerdo con nostalgia y con agradecimiento por su extraordinaria labor.

Tengo que confesar que me gustaría poder seguir diciendo ¡SERENOOOOOO!, y escuchar el golpe seco del chuzo sobre la acera, y desde lejos la fuerte voz  ¡VAAAAAAAA!

 

                                                                                            Julio Liberal

                                                                                     Madrid, noviembre de 2012