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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

06 enero 2019

HISTORIA DE UNA ALDEA






En un lejano país existía una pequeña aldea circundada por inmensos bosques y un gran lago de agua dulce, pura y cristalina, que más parecía un mar, pues sus orillas se perdían en el lejano horizonte. Sus pobladores vivían humildemente de lo que la naturaleza les proveía en los boques y pequeños huertos donde cultivaban nabos, patatas y principalmente remolacha. También criaban animalillos como gallinas, patos, gansos y conejos, que tenían en cobertizos cerrados para resguardarlos de la inclemencia climatológica, especialmente de los duros inviernos, y de los zorros, lobos y osos que frecuentaban aquellos lugares. Además de la importante alimentación que obtenían del cercano gran lago donde abundaban diversas especies de peces: carpas, percas, lucios, tímalos y el más típico y solicitado  llamado omul, además de otras especies. También se alimentaban de diversos  crustáceos.

La vida de sus pobladores transcurría lentamente en el devenir de los días, pero todos tenían un afán común de subsistir en aquellos agrestes lugares, donde la providencia les había asignado desarrollar sus vidas. Pese a las muchas carencias que tenían apartados de las grandes urbes, sentían el privilegio de vivir entre paisajes tan salvajes como hermosos, de la pureza del aire que respiraban en el fastuoso entorno, con sus bosques, y de las aguas cristalinas que transcurrían por infinitos arroyos que desembocaban en el gran lago. Disfrutaban de la armonía de una naturaleza pura y apartados de la insana contaminación que suele intoxicar a los pobladores de las ciudades. Desde aquellos lugares se apreciaba el magnífico espectáculo del cielo y las fastuosidad del firmamento.

Era un pequeño mundo donde la felicidad se había asentado en el transcurso de los tiempos, conseguida por el bien hacer de sus gentes. Hasta aquel lejano lugar no había llegado el mundanal ruido de los creadores de envidias y rencores, de crispadas  conciencias y enfermizos alborotadores, de corruptos y pendencieros, de los que creen que obran mejor que los demás y son los que deciden poco y mal.

Aquellas simples y humildes gentes disfrutaban de la rica y variada naturaleza que hermoseaba sus campos, montes y grandes bosques, y los valles con sus arroyos y ríos. Con su sapiencia natural comprendían que con malos principios era imposible tener buenos fines, ni puede suceder cosa buena. Descubrieron que al compartir con los demás, bienes y sentimientos, sentían la alegría de ser útiles a sus vecinos, pues entendían que su proceder es de gente bien nacida, y que el buen vecino, como los buenos amigos enriquecían los sentimientos de sus vidas. Se afanaban en cultivar día y noche sus almas consiguiendo una feliz armonía social en su aldea.

En aquel lejano lugar no les abrevió sus vidas la envidia de la fortuna ajena, como ocurría en otras urbes. Eran felices también por su sencillez y humildad, y gozaban en su igualdad. Llegaron a concebir una aldea admirada por otras limítrofes y más lejanas.

No les atormentaba la maldad que engendra en los humanos para vivir un tiempo breve, pues vivían con la intensidad de los que disfrutan  sentir la dicha de ver el amanecer de cada día, libres y gozar del sol que graciosamente les ilumina y calienta, y tenían el sustento necesario  luchando por conseguirlo en cada jornada de su existencia.

Pero como todo lo concerniente a la aventura humana, en ocasiones la Providencia ofrece la parte amarga de la vida, con enfermedades y otras tragedias, y en aquella lejana aldea no estaban exentos de sufrirlas.

Una historia que ha llegado a nuestros días, cuenta que unos recién casados en la capital de la región decidieron pasar sus felices días, después de contraer matrimonio, por tierras desconocidas donde la naturaleza les brindase excepcionales oportunidades, apartados de los problemas que se daban en la gran ciudad que vivían.

Después de muchas horas de camino sobre un pequeño y viejo utilitario, con ciertas dificultades por las malas comunicaciones,  llegaron a la aldea de la que tenían conocimiento como un lugar idílico donde pasar sus felices días de ”luna de miel”.

Pasados los días de sus vacaciones, tan felices se encontraban en aquel pequeño paraíso en el que habían hallado  el afecto y cariño de sus pobladores, que decidieron quedarse a vivir, adquiriendo el compromiso que exigía las duras formas de vida para poder subsistir en un hábitat muy distinto al que habían dejado en la ciudad. Probarían durante un cierto tiempo, según decían, para acomodarse o regresar a su anterior forma de vida.

Pasaron  días y meses, y su alegría se incrementaba por la dicha que sentían de haber acertado escogiendo aquella aldea para vivir. Se atuvieron a la naturaleza de las cosas, que eso es sabiduría, y encontraron una vida feliz, que no se puede alcanzar más que con un alma sana y con perfecta salud. Alquilaron una pequeña casa, construyeron un cobertizo, criaron animales y labraron un pequeño huerto. También construyeron, con la ayuda de sus vecinos, una barca adecuada para surcar el gran lago y dedicarse a la pesca. Se habían convertido en jóvenes aldeanos.

Sentían una vida de inmenso gozo, que es la que disfruta el alma libre, recta e intrépida, sin ningún  miedo ni ambición; pues su único bien era la virtud y el amor por aquellos vecinos de la aldea que eran como sus hermanos; pues vivían contentos con sus bienes sin codiciar otra cosa que sentirse libres de todo mal, y con unas mentes sanas, de juicio recto. Estaban felices con todo lo que tenían, aunque las comodidades estuvieran por debajo de las  que habían tenido en la ciudad.

Llegada la fecha de Navidad, que por aquellos lugares  celebraban con mucho culto y pasión, nuestros dos personajes tuvieron la doble dicha de sentir que la esposa, una joven rubia, esbelta y llena de vitalidad anunciaba que estaba embarazada, por lo que según lo previsto, si no había inconvenientes, serían padres de un bebé para el otoño.

Ahora sentían momentos emocionantes, ilusionados y esperanzados por la nueva vida que esperaban, y estaban dispuestos  a permanecer firmes en el lugar que eligieron como suyo y a defenderlo contra los furores de una fortuna hostil.

Pese a las duras tareas que tenían para superar las diversas etapas de sus vidas, por lo que estaban muy entretenidos, les parecía que el tiempo transcurría con inquietante lentitud soñando con la llegada de la “cigüeña maravillosa” en la que tenían puestas todas sus esperanzas

Para finales de la primavera, ya habían empezado los deshielos y el joven marido tenía ya dispuesta la barca para la pesca en el gran lago. Había atendido los consejos de sus vecinos para que, la primera  en su aventura como pescador, saliera acompañado. Después de una larga jornada tuvieron suerte capturando gran número de peces, los que se repartieron entre los vecinos que no tenían barca para navegar.

Tan ilusionado había estado la primera vez en la pesca, que una vez se les había terminado para el sustento, decidió salir de nuevo, pero en esta ocasión pensó hacerlo en solitario.

Le habían comentado que el pescado típico de la zona llamado omul, era el más exquisito del gran lago, pero que tendría que adentrarse hacia aguas más lejanas, por encontrarse en zonas más profundas. Así lo hizo, y en ningún momento pensó que el viento que iba acrecentando su fuerza, le ocasionara dificultades para dominar la navegación de la barca. La única vela que la impulsaba se hinchaba tanto que parecía reventar y soltarse del palo que la sustentaba. Se había alejado varias millas lago adentro. Las dificultades acuciaron con el viento que seguía arreciando por la proximidad de una tormenta. Intentó virar cambiando de rumbo enfilando hacía la orilla, al tiempo que angustiosamente miraba en todas direcciones buscando la ayuda de algún otro pescador que pudiera prestarle ayuda.

Una ráfaga de viento escoró la barca hacía estribor, y el costado quedó sobre las aguas, desde proa a popa,  lo que hizo perder el equilibrio del desafortunado joven marido y futuro padre, que cayó al agua y poco a poco se fue hundiendo al mismo tiempo que la barca. 

Nadie había visto la tragedia y nunca más se supo de aquel ilusionado joven, que había sido víctima de las incomprensibles desgracias humanas, en esta ocasión fruto de su inexperiencia.

En la aldea vivieron con gran tristeza el infortunio de aquel matrimonio, cuya esposa quedó desolada esperando, sin lograrlo, el regreso de su improvisado pescador, sin perder  la esperanza durante días que en algún momento apareciera vivo o por lo menos encontraran su cuerpo yacente.

Todos  en la aldea ayudaron a la joven esposa y futura madre a superar la tragedia que había alterado sus vidas, y se volcaron para hacer más llevadera su existencia después de la tragedia.

Pero como suele ocurrir en toda aventura humana, que las desgracias no vienen solas. Pasado un tiempo la futura mamá se sintió extrañamente enferma, y todo era de suponer ocurría a consecuencia de los malos momentos vividos.

La enfermedad resultó ser el adelanto de fechas de la cigüeña, con un parto anticipado a su tiempo, cosa que nada agradó a la partera de la aldea, que siempre colaboraba en traer al mundo los niños de aquella aldea.

La asistió con gran voluntad para salvar las dos vidas que tenía como deber, pero solo lo logró con la criatura, que resultó ser una linda niña, de ojos azules, sin defecto alguno visible. Era pequeñita, linda y hermosa que lloraba desconsoladamente, lo que pronosticaba que gozaba de buenos pulmones.

Nuevamente la tragedia azotó a aquella atribulada aldea, y sus pobladores no acertaban a comprender que sus idílicas vidas fueran atormentadas con tan terribles sucesos en tan poco tiempo, y que la naturaleza se hubiera cebado en aquel joven matrimonio, que dejaba una niña al albur de  un futuro plagado de incertidumbres.

Las gentes de la aldea se hacían conjeturas, preguntas y tribulaciones que, estando gobernado el mundo por una Providencia Divina, las personas buenas, que así consideraban a aquellos  desgraciados jóvenes, estuvieran sometidos a terribles males.

La mayoría no entendían que las personas justas y cumplidoras con las doctrinas establecidas en aquella sociedad, que con su bien hacer colaboraba en la felicidad comunitaria, fueran víctimas de tan severo castigo. Aseveraban que a las buenas y virtuosas no les debería pasar nada malo. Pero el más anciano de la aldea que vestía larga barba blanca, con razonada convicción, calmaba los ánimos decaídos, comentando que la felicidad que no ha sido sometida a prueba en el infortunio, no sabe sufrir golpe alguno, por lo que tenían  que comprender y curtirse para no rendirse, haciendo frente a los momentos difíciles. También les dijo que: "La muerte es el último umbral por cuya puerta todos hemos de pasar, pero mientras tanto hemos de hacer el bien cuanto podamos. Y ahora vamos a solucionar el destino de esta encantadora niña que la Providencia  pone en nuestras manos para que siga por la vida recordando a sus progenitores, y propongo que sea hija adoptiva de nuestra aldea”. Todos aceptaron sin objeciones.

Aquel anciano, sugirió encontrar un matrimonio joven, sin hijos o con ellos, que deseen incrementar su familia, para que se haga cargo de aquella pequeñuela huérfana. Un hogar donde no le falte amor y el deseo ferviente de atenderla sin contemplaciones, y que todos los pobladores de aquella aldea, fuesen firmes padrinos, colaborando en todo con la generosa familia que acepte la crianza de la niña hasta su mayoría de edad.

Fueron varias familias que aceptaban la noble decisión de hacerse cargo para el cometido que se había propuesto. Pero comunitariamente decidieron fuese un matrimonio que desde hacía tiempo esperaban con ilusión tener un bebé. Matrimonio trabajador, de buenos principios, formados por la religión imperante en aquel lejano país. Aquella decisión fue aprobada por la autoridad competente en la aldea.

Pasaron los años y aquella niña iba creciendo y cultivando una formación acertada de sus padres adoptivos, de los que recibía infinito cariño, y la del único colegio que impartía cultura a los pocos niños que había en la aldea. Sus ingeniosas  travesuras, y el cariño que exteriorizaba en todo momento  hacían felices a los aldeanos, que la querían como  su propia hija, y la atendían de  singulares cuidados.

Un día aparecieron en la aldea un grupo de hombres, mujeres y niños sobre carromatos dispuestos a alegrar a los aldeanos montando un pequeño circo en la plaza de la aldea, con un toldo para resguardarse del frío. Habían anunciado una función en la tarde pagando una pequeña cantidad para que todo el mundo pudiera asistir.

La asistencia fue espectacular, pues eran pocas las ocasiones que aquellas gentes podían disfrutar de un espectáculo, y aunque tuviera humildes perspectivas, todos sentían la inevitable curiosidad de conocer algo nuevo. Allí acudió aquella niña, que recientemente había cumplido cinco años, junto con sus padres adoptivos.

Aparte de curiosas piruetas que realizaban niños y mayores sobre un trapecio; también había payasos que imitaban escenas variopintas y estrambóticas; ejercicios de acróbatas que realizaban equilibrios sobre taburetes saltando de unos a otros y realizando singulares peripecias.

El número principal  lo dedicaron a formar un pequeños conjunto musical, compuestos por un violín, viola, acordeón y una flauta. Empezaron amenizando con danzas húngaras, pues se adivinaba su intención de hacer honor a su procedencia, y en los  últimos momentos de su actuación se dispusieron a tocar el Vals de las flores, y la Danza de los ratones, de la obra Cascanueces de Tchaikovsky. Aquellos aldeanos aplaudieron efusivamente, pues gozaban de un significado conocimiento musical,  muy enraizado en su país,  pues los aparatos de radio que no faltaban en cada casa, les acercaban a la civilización no obstante la lejanía en que se encontraban.

Nuestra niña quedó embobada al oír tocar a la joven violinista, y desde aquel día no cesaba en su empeño para que le compraran un violín.

Sus padres tenían escasos medios para complacer a la niña, pero fue tal su deseo de tener un violín y aprender a tocarlo, que se convocó al consejo de padrinos para que les ayudaran. Así fue y pronto decidieron realizar viaje a la capital para hacerse con un violín y ver la posibilidad de que le enseñaran la complicada tarea de tocar tan importante instrumento musical.

Primero tenían que comprobar las aptitudes de la niña para ese noble fin. Hicieron una colecta para que entrara en un pequeño conservatorio como pupila durante un cierto tiempo, para que pudieran observar su virtudes en  maravilloso mundo de la música.

Pasados unos meses en la aldea recibieron  con mucho alborozo que la niña era una gran virtuosa del violín, con mucho talento para continuar su vocación por la música, gracias a la Providencia de haber podido asistir a las interpretaciones de aquellos singulares circenses.

Después de haber padecido sinsabores por el duro esfuerzo en conseguir sus deseos, y sufrir con valentía situarse en un primer plano por los senderos de la música, llegó a comprender lo que puede la paciencia y las ventajas que reportaba el duro trabajo, sobrellevando todas las adversidades con fortaleza, evitando que el miedo se apoderase de su ánimo que era llegar a la cima de su profesión, en honor a las gentes de su aldea natal que habían puesto todas sus ilusiones en ella.

No obstante estaba contenta y fuerte en toda contingencia, pues como persona virtuosa se había entregado a su destino musical.

Todo ello le hizo  gozar de mucha popularidad en los grandes foros musicales, siendo solicitada su intervención en prestigiosas orquestas representando diversidad de obras en los más importantes escenarios de teatros y auditorios musicales del mundo, muy principalmente en el teatro Bolshói de Moscú, escenario por el que sentía especial predilección.

Ya en edad adulta, y consagrada violinista, visitaba con  frecuencia  la aldea que la vio nacer y de la que tanto cariño recibió. Hizo muchas donaciones para mejorar la situación de sus queridos aldeanos, y en todo momento sentían el gozo de oírla por radio cuando les anunciaba que iba a intervenir en algún concierto dentro y fuera de su país, enviándoles entradas para los que quisieran acudir al teatro de la capital de la región. Y todos los años de su vida profesional, en la fecha de su nacimiento, ofreció generosamente, como solista, su intervención en la sede social de la aldea.

P.D. De entre las delicias de la vida, solo al amor le cede la música la plaza, más el amor también es armonía…  Alexander Pushkin

Eugenio

Enero 2019

20 noviembre 2018

ZORITA DE LOS CANES



El joven viajero y amante de la ciudad de Guadalajara y su provincia, desde hacía tiempo venía realizando visitas turísticas por la capital y de aquellas tierras llamadas alcarrias. Su curiosidad le había llevado a ser un estudioso de la historia, cultura, tradiciones, monumentos y de la peculiar belleza paisajística que goza la provincia de Guadalajara.

Ahora se disponía a conocer más profundamente el pueblo que encabeza el presente reportaje. Había estado brevemente en Zorita de los Canes en dos ocasiones, la última en el año 2016 de regreso de un viaje por los pantanos de Entrepeñas, Buendía y Bolarque, y en otro momento de su viaje por la población ducal de Pastrana. Le había causado buen impacto aquella villa y su entorno, por lo que se había prometido realizar un viaje posterior para completar el estudio y conocimiento del lugar.


La villa está situada a orillas del río Tajo, y tiene su origen árabe. Para su construcción, se abasteció la mayor parte con materiales de la antigua ciudad visigoda llamada Recópolis, situada en las inmediaciones.

Nuestro viajero había partido desde Madrid una radiante mañana del mes de mayo, con un cielo azul y sin una sola nube. Se dirigió hacia la capital de Guadalajara para desayunar, como era su costumbre al hacer rutas por aquellas tierras, para después seguir hasta su destino, donde tenía intención de permanecer un fin de semana. Recorrería poco más de 100 kilómetros.

A media mañana ya estaba divisando la antigua central nuclear de Zorita,  que actualmente está siendo desmantelada. Y minutos después divisaba la silueta del castillo de grandes dimensiones, que se alza sobre la villa, construido sobre un enorme roquero, vigilante en lejanos siglos de la frontera entre el mundo musulmán de los reinos de taifas y el cristiano de Castilla.


Lo primero que hizo nuestro viajero fue acercarse al hostal donde pensaba pasar la noche y reservar la mesa para su almuerzo, atravesando el arco de la muralla que accedía al hábitat de la villa.



Desde tiempos remotos, los vigilantes que protegían la puerta de la muralla y todo el perímetro amurallado alrededor del castillo, así como el puente sobre el río, se protegían con grandes y agresivos perros, también por considerar importante su destacado olfato para detectar presencia humana; imponiendo gran temor a quienes se acercaban a la villa, de ahí su sobrenombre de los Canes.




Después se dirigió hacia el castillo para observar sus características. Las iba anotando en su agenda para, como tenía por costumbre, pasarlo después a su diario de viajes. Desde aquella significativa altura, sentado al pie de una de sus torres gozó de un amplio y variado paisaje. Sus ojos se recreaban del brillante panorama, que además de bello estaba cargado de recuerdos históricos. Hermosa panorámica de valles, por donde serpentean las serenas aguas del río Tajo.


Observó con detenimiento la villa que aparecía resguardada a las faldas del castillo. Todo, además de bello,  apreciaba que se hallaba en un lugar que había sido muy importante. Famoso por las contiendas entre moros y cristianos, revueltas y luchas civiles de los caballeros calatravos. Sede de ilustres personajes, entre ellos Don Ruy Gómez de Silva y su esposa la princesa de Éboli, propietarios del castillo y posteriormente sus descendientes durante cerca de dos siglos, a partir de la segunda mitad del XVI.



Anotaba que el origen del castillo data de la segunda mitad del siglo IX, y desde el siglo XII hasta la primera mitad del siglo XVI, perteneció a la Orden Militar de Calatrava, periodo que coincidió con su máximo esplendor. Tres valles y el río Tajo constituía el paso estratégico de este paraje donde se levantó en tiempos remotos la única ciudad visigoda en Europa, donde no había asentamiento previo.


Nuestro viajero tenía referencias de aquel recoleto lugar de la Alcarria Baja, que gozaba de destacada importancia histórica, pues llegó a ser  cabecera de la Encomienda Mayor de la citada Orden. Hasta bien entrado el siglo XVIII, siguió existiendo a título honorífico el de Comendador de Zorita. Significaba en sus estudios que, bajo la protección de su imponente castillo, una de las más importantes alcazabas de la provincia de Guadalajara y declarado conjunto histórico en el año 1931, se alza esta pequeña villa, cuyas murallas y calles encierran larga historia de nuestros antepasados. Guarda detalles emblemáticos como el sello de la Orden grabado a los pies del arco de la entrada en la villa.

Estaba entusiasmado con los hechos que acaecieron en aquel pequeño lugar, que marcaron la historia de España y de Europa. Allí se libraron acontecimientos bélicos de gran importancia durante la conquista musulmana y la posterior recuperación de los territorios ocupados. El castillo de origen árabe, fue construido como consecuencia de la invasión perpetrada a principios del siglo VIII, sufrida por la península ibérica en el transcurso de una decena de años, pero especialmente a raíz de la derrota padecida por el rey visigodo Don Rodrigo en la famosa batalla de Guadalete en el año 711.


La imponente fortaleza que edificaron fue reconquistada por los cristianos a principios del siglo XI, reinando el rey de Castilla y León, Alfonso VI, de manos de las mesnadas de Alvarfañez de Minaya, capitán del Cid Campeador, quien anteriormente había recuperado la capital de Guadalajara y otros enclaves limítrofes. Previniendo posibles embestidas de los musulmanes por recuperar aquel importante enclave, mejoraron y ampliaron las fortificaciones del recinto defensivo fijando una frontera para las sucesivas reconquistas que se iban realizando.

También se ocuparon de aumentar la población con el traslado de familias de otros lugares del reino y llegaron a establecer una aljama judía, compensando las familias musulmanas huidas a consecuencia de la reconquista, por lo que en aquel enclave llegaron a convivir castellanos cristianos, mozárabes, muladíes y judíos. Fueron tiempos convulsos para aquel lugar de Castilla que se había convertido en frontera de los dos mundos en pugna por el poder y la posesión de las tierras.

Nuestro viajero había pasado gran parte de la mañana visitando el castillo y paseando por las estrechas calles de la villa, observando con deleite las casas enmarcadas con una estructura plenamente medieval, y otras edificaciones emblemáticas que se remontan al siglo XV. Decidió reponer fuerzas con un buen almuerzo alcarreño, en aquel esplendido establecimiento que había reservado para su descanso,  verdadera seña de identidad para los visitantes de la encantadora villa de Zorita de los Canes.


Después de reposar un rato en un salón, dirigió sus pasos camino de la vega del Tajo. Sintió el susurro de las tranquilas aguas del río, apaciguadas por el embalse que las había precedido y observó la riqueza de flora y fauna que se manifestaba en sus alrededores. Aquel tramo ha sido declarado Reserva Fluvial, que lo convierte en un relajante paseo, cita obligada por los amantes de la naturaleza.



Siguió caminando durante un rato hasta pasar al otro lado del río, y alcanzar el altiplano llamado Cerro de la Oliva, situado a poco más de un kilómetro, allí se encuentran las ruinas de la referida ciudad visigoda, fundada por el rey  Leovigildo en el año 578, conmemorando la consolidación de su poder y el estado conocido como reino de Toledo, y en honor de su hijo Recaredo, y futuro rey. El yacimiento fue declarado Conjunto Histórico Artístico en el año 1946. Uno de los parques arqueológicos más visitados e importantes de la Comunidad de Castilla La Mancha.



El viajero puede situarse entre los siglos VI al XVII, a través de visigodos, andalusís, judíos y cristianos; un periplo que ilumina la destacada historia de aquellos lugares. Para ello, no obstante sus referencias, se informó detenidamente en el Centro de Interpretación existente, donde se explica y glosa lo acontecido a través de los tiempos, para un mejor conocimiento del importante yacimiento arqueológico y su entorno.


Nuestro viajero recorrió todo el recinto pausadamente y en el silencio de los restos de lo que fue aquella floreciente ciudad. Se había adelantado a los turistas al salir temprano, pues el fuerte sol espantaba los ánimos para estar en aquel lugar en las primeras horas de la tarde.  Impresionaba observar que toda la gloria, el esplendor y poder que por allí existió, estaba reducido a montones de piedras, ahora bien ordenadas, gracias a las sucesivas excavaciones   llevadas a cabo, y a la inquietud de personas por conocer el pasado de la humanidad.


Se encontraba con sillares de piedra de lo que debió ser un palacio; inmensa galería porticada que parecía dar a un mercado; losas y rastros de los edificios que allí se levantaron. Se erguían en pie algunos muros de lo que había sido una basílica visigoda, que se erguía parte de su torre, y restos de hermosas columnas de mármol, y otros muchos testigos de lo que debió ser una gran población.

Como buen estudioso de la historia de los pueblos y sus gentes, y amante de la naturaleza, sentía el placer de estar donde muchos siglos atrás hubo un encuentro de varias civilizaciones, de hombres y mujeres que sentían inquietudes, tragedias, intrigas y pasiones de todo tipo como lo sentimos en los actuales tiempos de gran tribulación.

Nuestro viajero había terminado de escribir varias hojas de su blog de notas. No  había olvidado anotar, que el reino de los visigodos estuvo situado entre los siglos V y VIII, en cuyo largo periodo reinaron 33 reyes, iniciando la lista Ataulfo que fue el primer rey y concluyendo con don Rodrigo. Iniciándose posteriormente la larga etapa histórica de los invasores musulmanes procedentes del norte de Africa.

Dedicó especial atención a los hechos que desembocaron en la conquista de la Península ibérica y por ende la expulsión del reinado de los visigodos.

Fueron significantes las traiciones que ocurrieron entonces. Primero con la de don Julián que, siendo gobernador de Ceuta, entregó la ciudad a los musulmanes en venganza por haber sido ultrajado el honor de su hija Florinda por el rey don Rodrigo en la corte de Toledo. Y entabló negociaciones con Muza, emir de África del Norte, para que desembarcara con sus huestes en la Península Ibérica. Que aprovechando la muerte del anterior rey Vitiza, enviaron un fuerte contingente de tropas al mando de su capitán Tarif.

Al encuentro de los invasores acudió hacia el sur de la Península el rey don Rodrigo, con un importante contingente de soldados, superior al de los musulmanes. Cuentan los historiadores que en el momento crucial de la referida batalla de Guadalete, en la comarca de la actual provincia de Cádiz, las tropas de los hermanos del rey fallecido Vitiza, y del Arzobispo de Sevilla Don Oppas, se pasan al bando de los musulmanes, que ya habían fraguado anteriormente. Actuación que fue determinante para que se resolviera la batalla a favor de los invasores, lo que significó el desmoronamiento de las tropas visigodas.

La derrota y sucesivas fuerzas procedentes del norte de Africa, para lograr botines y enriquecerse,  supuso la progresiva conquista de toda la Península Ibérica que se llevó a cabo en el transcurso de unos dos años. No obstante todavía permanecería un reducto de resistencia en Asturias, gracias a don Pelayo, semilla gloriosa de la reconquista.

Nuestro viajero anotaba en su blog de notas, que le parecía sorprendente que los musulmanes tardaron cerca de dos años en conquistar casi toda la península ibérica, y para la reconquista posterior se había tardado ocho siglos, hasta que los Reyes Católicos conquistaron Granada en 1492, último y principal bastión de los musulmanes.


Después del paseo por la historia en aquellos emblemáticos lugares, decidió acercarse al Parque Fluvial que, con mucho acierto, habían acondicionado recientemente a lo largo de la margen derecha del río. Un hermoso lugar para el esparcimiento de sus lugareños y de cuantos turistas deseen  acercarse a disfrutar de un entorno encantador, donde poder relajarse y su alma sienta la plenitud que le ofrece la naturaleza, visualizando las claras y serenas aguas del río Tajo, de la variada flora y arbolados, y la suave serranía que se divisa en lontananza, con un sol radiante que aquel día iluminaba la villa con la esplendidez que de vez en cuando deleita la primavera.


Nuestro viajero estaba imbuido del sentimiento  histórico  y poético.  Siempre le había encantado la contemplación de rastros de antiguas civilizaciones; de ciudades y aldeas amuralladas, construidas como nidos de águilas entre las peñas, y rodeadas de cresterías moriscas o de ruinosos torreones colgados  de altos farallones o elevados picachos; donde su imaginación le hacía retroceder en el pasado, sobre vivencias de caballerescos tiempos de  guerra entre moros y cristianos para conquistar y reconquistar pueblos y sus tierras a golpes de espada en feroces incursiones.


Después de un refrigerio nocturno y entre el sueño natural y los sueños de sus vivencias que le alteraron su ritmo, se levantó más temprano de lo normal, en una mañana fragante y luminosa, como deben de ser las mañanas del mes de Mayo, pensando en proseguir el viaje de regreso a la capital del reino.  Pero oyendo el repicar de campanas de la bonita iglesia parroquial, de estilo románico, construida bajo la advocación de San Juan Bautista, sintió su llamada religiosa de aquel monumento objeto de devoción.



Se acercó para dar gracias por el feliz viaje que había disfrutado, fascinado por cuanto había visto; sin olvidar la amable atención recibida y por  el agrado y sencillez de las gentes de la villa, deseosas de dejar su pueblo en  buen lugar. Y porque tuviera un regreso  dichoso.

Eugenio
Noviembre de 2018