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Algo sobre mí

Algo sobre mí

Empleado de banca jubilado, amante de la música y la literatura, la naturaleza y las humanidades. Nacido en Guadalajara y conocedor ferviente de la provincia. Actualmente con residencia en Madrid, después de un largo peregrinar por diversas ciudades en razón a mi profesión; que ahora con ilusión trato de vivir esta nueva aventura, pues siempre he creído que la providencia nos ha dado el sueño y la esperanza como compensación a los cuidados de la vida.

29 enero 2013

SERENOS


                                            A mi buen amigo Julio Liberal

 

Siempre he considerado que es muy grato al espíritu humano la fiel y dulce amistad.


Por razones de vecindad nos conocimos y después por común afición, más bien devoción  por la música, asistiendo juntos con otro buen amigo llamado Juan Antonio Hernano a los ensayos musicales en el Teatro Monumental de Madrid, acrecentamos nuestra sincera amistad, con la grata significación que en tiempos pasados, por razones profesionales, Julio recorrió la provincia de mi querida Guadalajara, capital incluida, por la que manifiesta especial afecto. Tiempos en los que yo también lo hacía por idénticas razones. Por lo que nuestras vidas quizás se cruzaron por aquellas tierras de la Alcarria.

Admiro la rica personalidad de mi amigo, hombre virtuoso que goza de buenos principios éticos y morales y de destacado espíritu literario, pues su fina pluma ha narrado bellas historias, con su chispa de humor y buen dominio de nuestro idioma, que me consta más de un libro tiene publicado.

Por todo ello me agrada rendirle sencillo homenaje, publicando en mi blog el escrito que a continuación expongo, pues me ha parecido interesante recordar hechos históricos ya desapàrecidos.  El  citado escrito fue creado para declamar en tertulia cultural en el Centro Social Pío Baroja, al que acude con frecuencia manifestando sus actividades literarias intercalando con su también afición pictórica.

Con mis mejores deseos de que su mente lúcida le inspire largo tiempo los más nobles sentimientos y aficiones culturales.

 Enero 2013

Eugenio

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¡¡¡SERENOOOO!!!    ¡¡¡VAAAAAAAAA!!

 

A veces nos olvidamos de los hechos recientes, incluso de lo que hemos comido ese día, a donde hemos ido, con  quien hemos hablado por teléfono y cosas así. Sin embargo, es relativamente frecuente que  recordemos acontecimientos de hace varios años, incluso de nuestra niñez, infancia o juventud. A mí, por ejemplo, que ya peino canas, mejor dicho que ya casi no peino nada, pues tengo, como dicen ahora los jóvenes un “mogollón” de años, y menos pelo que la momia de Tutan Kamón, me ha venido a la memoria aquella época en la cual en Madrid había SERENOS.

A los serenos los recuerdo como a unos señores bastante altos y fuertes. Vestidos con guardapolvo gris, en verano, y con un capote, del mismo color en los meses de frío, debajo de los cuales, en una especie de chaleco-corsé, llevaban las pesadas llaves de todos los portales de su demarcación. Eran aquellas llaves, molestas de transportar porque tenían grandes dimensiones, y generalmente, estaban fabricadas con hierro, por eso los serenos cumplían la misión, entre otras, de hacerle la vida un poco más cómoda a la gente, al no tener que pasear con aquel armatoste, que más parecía arma defensiva, y aliviar los bolsillos. Muchos años después se inventarían los llavines, que aunque más grandes que los actuales, ya eran mucho más soportables.

Yo nunca he sabido bien si los serenos eran gallegos o asturianos, pues el dejo en su voz unas veces me parecía el de un descendiente de Don Pelayo y otra más bien de Rosalía de Castro. Probablemente los habría de esas dos regiones, aunque, parece ser que mayoritariamente eran asturianos de Cangas de Onís.

El cuerpo de Serenos fue creado por el rey Carlos III en un Real Decreto de 12 de abril de 1765  con la función de encender los faroles de alumbrado público, asignándoseles posteriormente funciones de vigilancia y seguridad. Las condiciones para ser sereno eran simples: robustez, agilidad proporcionada al objeto, cinco pies como mínimo de estatura, (eso debía ser alrededor de 1,75 metros)  no ser menor de 20 años ni mayor de 40, tener fuerte y clara la voz, saber leer y escribir para dar por escrito los partes, observar conducta intachable y no haber sido procesado como camorrista, perturbador del orden público, ni por robo, embriaguez ni otra causa negativa. No podían tener otra ocupación diaria que les privara del descanso necesario para ejercer la vigilancia nocturna. No figura por escrito en ningún sitio otro requisito. Aparte de la vigilancia tenían la misión de anunciar la hora, lo que en tiempos más píos hacían al grito de ¡Ave María Purísima. Las doce en punto y sereno! Sereno, o nublado, o lloviendo, lo que hiciese. He leído que como en Madrid llueve poco, el grito de ¡…y sereno! era continuo y de ahí el nombre. Pero no me lo creo, pues Madrid no es tan seco. Parece ser que los serenos más antiguos son los valencianos, y como en Valencia llueve mucho menos, puede que de ahí venga el nombre. En tal caso, si los serenos más antiguos hubiesen sido los de Santiago, a lo mejor se hubiesen llamado “nublados”.

 No sé por qué, pero lo cierto es que la creencia general era que todos se llamaban Francisco, o Paco que es más corto y sonoro y ellos amablemente respondían a ese nombre, aunque uno de los últimos que traté en realidad se llamaba Celestino, pero él, por no desairarme, siempre respondía al nombre de Paco.

Probablemente os acordaréis de la zarzuela “La Verbena de la Paloma”, cuando llaman al sereno con un grito Franciscoooo… y el interpelado responde Voy alláaaa... Seguidamente se le oye cantar: Consumos por aquí, consumos por allá, y dale que le dale, y dale que le da. (vuelven a llamar) ¡Franciscooooo!. ¡Voy alláaaa…

Los serenos Iban tocados con una gorra de plato. Portaban además un “chuzo”, es decir un palo grueso de algo más de un metro de largo (en un principio este chuzo era una pequeña lanza de un metro y medio, con punta y todo). También en aquellos remotos años llevaban un farolito. Mis padres me comentaron en alguna ocasión que, a veces; también tenían unas pequeñas velitas que daban a los “clientes” para que pudieran subir las escaleras bien alumbrados (supongo que algunos de los que venían de juerga ya lo estarían). Pasados los años cambiaron el farolito de llama por una linterna de las de petaca. (Aún no habían comercializado esas de LED, modernas, tan pequeñas y que dan tanta luz).

A los Serenos se les tenía mucho respeto. Eran hombres de bien cuya presencia inspiraba tranquilidad. Era un agente social al que se acudía  para casi todo. Su misión iba más allá de la pura vigilancia, o perseguir a malhechores. También ayudaban a los desvalidos, acompañaban a la farmacia de guardia y socorrían a los accidentados. No solían meterse con ellos, a pesar de no llevar armas, aunque se decía que algunos llevaban pistola, pero, la verdad es que la mayoría no sabía ni disparar. Lo que si manejaban todos era ese chuzo, que les servía para contestar cuando se les llamaba, dando con el en la acera, para confirmar que había oído la llamada, y de “quitamanías”. También llevaban un silbato, con el que llamaban pidiendo ayuda a los compañeros cercanos cuando se encontraban en algún apuro. Al principio los serenos no tenían sueldo fijo. Pasado unos años cobraban un pequeño salario a cargo del ayuntamiento. No obstante, sus ingresos más importantes se basaban en las propinas de los vecinos y los comerciantes de su zona.

Yo he conocido a siete u ocho serenos en las zonas donde he vivido, y puedo confirmar la tranquilidad que sentías al llegar a tu barrio y ver al sereno que estaba deambulando por la zona y vigilando. Si llegabas en coche, cómo se conocía la matricula, estaba esperando a que aparcaras, o incluso te decía donde podía haber un sitio. Te salía al encuentro, para llevarte hasta el portal de tu casa, Y, que maravilla cuando estaba lloviendo, venía corriendo con un gran paraguas para taparte a ti y a tu acompañante. A veces también cogía en brazos a alguno de mis niños y los llevaba hasta el ascensor.

Es lastima que en 1976 se suprimiera este magnifico cuerpo de serenos para crear la figura del vigilante nocturno municipal. Su uniforme sería parecido al de la Policía Municipal, y ya no tendrían como función abrir las puertas. Ahora hacían la ronda en pareja, pero este servicio no cuajó entre los vecindarios y pronto surgieron las quejas.

Unos años después, cuando gobernaba Tierno Galván, se intentó recuperar al tradicional cuerpo de serenos, pero tampoco tuvo éxito la medida. El tiempo de los serenos ya había pasado a la historia. Los viejos usos y costumbres ya no eran suficientes para el nuevo Madrid.

Yo que viví aquella etapa, los recuerdo con nostalgia y con agradecimiento por su extraordinaria labor.

Tengo que confesar que me gustaría poder seguir diciendo ¡SERENOOOOOO!, y escuchar el golpe seco del chuzo sobre la acera, y desde lejos la fuerte voz  ¡VAAAAAAAA!

 

                                                                                            Julio Liberal

                                                                                     Madrid, noviembre de 2012

01 diciembre 2012

SIGUENZA


                         En recuerdo de mi padre oriundo de la ciudad del Doncel

 

El viajero, que vivía el momento en que remontaba la verde colina de la juventud y no tenía otra fortuna al sol de sus 25 años que el valor, que es la virtud de los jóvenes, y su sueño viajar y conocer las ciudades  y tierras hispanas, había tomado el tren en la capital del Reino,  pensando que resultaría un viaje más cómodo y romántico, y así evitar los 130 kilómetros que distan por carretera hasta Sigüenza. El tren marchaba  veloz por la fértil vega del río Henares camino de su destino, y el viajero sacó su libreta de anotaciones sobre la visita turística que motivaba el viaje, especialmente la historia relativa a un personaje que le tenía fascinado, y empezó a leer:

 
“Cuando suena la imperial trompeta convocando a las armas, antes de que brillen los albores de la aurora, están preparados para la batalla, y uno de los más veloces el aire corta y dando voces exclama: ¡A las armas caballeros! Ahí está el enemigo. Vestid vuestras corazas y vuestros morriones. Empuñad las espadas, que aunque ha de ser duro y sangriento el combate, por el fin del infiel enemigo e invasor de nuestras tierras, hemos de luchar hasta el fin para echarles”.

 
Así les exalta el valiente, apasionado y joven caballero Martín Vázquez de Arce  a sus compañeros de armas, ante los fieros enemigos que en Granada esperan el final de su perverso dominio sobre las tierras hispanas desde interminables siglos, ahora dispuestos todos a las órdenes de los Reyes Católicos Isabel y Fernando para conseguir la consumación de la Reconquista.

Añadía también el viajero en sus anotaciones, que así leía:

Mas la historia no hace fiel justicia sobre lo acaecido en su vida, pues ha sido más conocido por su muerte en la zona de la Acequia Gorda, por la vega de Granada, a la edad de 26 años, estando en campaña guerrera acompañando a las tropas castellanas en la conquista de aquella ciudad, y por su sepulcro llamado del Doncel construido en su honor en la capilla de San Juan y Santa Catalina en la catedral de Sigüenza, que a través de los siglos ha sido símbolo de la ciudad donde está inmortalizado, quien sabe, si hasta el final de los tiempos”.
 
                                                     
                                                          El Doncel         
                                                           
 El viajero llega a la villa seguntina. Se encuentra emplazada en el alto Henares, desparramada sobre una colina y coronada por un castillo, situada en las estribaciones de Sierra Ministra, entre los Montes Ibéricos y el Sistema Central. El cielo estaba puro, limpio, transparente, con algunas estrías blancas y purpúreas.

A lo lejos, entre las ramas desnudas de los árboles, en un día de frío otoñal por aquellas latitudes, se ocultaba el sol. Está echando sus últimos resplandores anaranjados sobre los cerros próximos; un ligero viento engendrado en la sierra envolvía la ciudad. Sus decadentes rayos iluminan las torres de la catedral con una luz de oro pálido que parece de ensueño, resaltando la  vetusta silueta de la monumental construcción. Suenan sus campanas, anunciando oficios religiosos, con un triste y pausado retumbar. Acechan en su mente las palabras escritas por Ramón y Cajal: “Cuando desde el tren descubramos una ciudad desprovista de altas chimeneas y coronada de campanarios elevados, apeémonos. Allí hallaremos seguridad para el cuerpo y sosiego y deleite para el espíritu”.

Ya cercanas las tinieblas de la noche seguntina, dejando a un lado el romántico jardín de la Alameda, alfombrado por hojas amarillas, el viajero camina hacía la casa rural en la que tiene concertado hospedaje, con la vana intención de descansar un rato, aunque su impaciencia por conocer cuanto más mejor hará estéril el empeño; y después reponer fuerzas para pasear por las calles de la fascinante ciudad, gozando del encanto de la gran herencia recibida a través de los siglos, donde se transmite el admirable y grandioso mensaje que los artistas cincelaron monumentos en piedra y mármol, con deseos de inmortalidad y que recrea al visitante recordando su  historia medieval, con rincones siempre evocadores de sus viejos barrios, que desde hacía tiempo estaba ilusionado en conocer.

El viajero, después de aposentarse y librarse de la pequeña bolsa que por bulto llevaba para sus atenciones personales, pasa a tomar un refrigerio en un bar del barrio de la Travesaña, y al mismo tiempo le servirá para repasar una rústica guía donde tiene anotado  visitar lugares repletos de historia escondida entre sus piedras grises y sentir el latir de tiempos pasados. Ávido estaba por conocer cuanto había anotado y poco el tiempo a su favor, por razones laborales, ya que solo un fin de semana tenía para disfrutar de tanto por ver.
 
                                           Vistas de la ciudad y su castillo
                        
Al poco tiempo estaba ya paseando por las calles silenciosas del casco viejo y pronto queda embelesado, como trasladado en el tiempo, ante el hechizo de los medievales escenarios de las calles de la Travesaña Alta y Baja, de la Sinagoga (antigua judería), de Arcedianos, de Infantes, y admirado queda ante la blasonada fachada de la Casa del Doncel y los escudos de piedra sobre algunos portales que reflejan un pasado glorioso. Vaga por calles y plazas con el silencio de la noche como único acompañante, solo roto por el tenue bullicio al pasar cerca de algún bar, con gentes alternando y parejas de jóvenes enamorados al resguardo de la fría noche.

Pasó por la Plazuela de la Cárcel y se detuvo en la Plaza Mayor, de estilo renacentista, pausadamente paseó por los soportales que resaltan las columnas que los embellecen y las casas construidas con fuertes paredes de piedra bien labrada y recias balconadas de hierro. La plaza fue construida en el siglo XV gracias a la influencia del famoso Cardenal Mendoza, nacido en la capital alcarreña, canciller de Castilla durante el reinado de Isabel la Católica. De su mano llega a Sigüenza el arte renaciente y dibuja la silueta de su posterior desarrollo urbano.
 
 
                                                      Plaza Mayor
              
Estaba admirado por haber conservado la ciudad su trazado medieval, que ha permanecido intacto con el paso del tiempo. En la citada plaza está situado el Palacio Municipal, que realza aún más si cabe la belleza del conjunto arquitectónico.

El viajero decidió extender su paseo hasta el castillo volviendo sobre sus pasos, pensando que al día siguiente vería la catedral y otros monumentos, pues en esos momentos todo estaba durmiente. Se detuvo a admirar la fachada neoclásica de la iglesia parroquial  de Santa María, y la bella portada románica del siglo XII de la parroquia de Santiago.

Después de las paradas anteriores siguió su camino y pronto estaba ante aquel vigía de espectacular belleza  construido en el siglo XII, situado en lo alto de la colina que domina la ciudad, sobre una antigua edificación árabe, donde siglos antes estuvieron asentamientos romanos. Fue palacio fortaleza residencia de obispos, cardenales y reyes, y en la actualidad le han convertido en Parador Nacional de Turismo.
 
                                                            El castillo    
Su visita resulta inolvidable y sugerente para ocupar estancia en sus dependencias o cuando menos pasar algún rato en la cafetería o el restaurante. A nuestro viajero tanto le entusiasmó el lugar que decidió quedarse a cenar y degustar la deliciosa comida alcarreña, después de haber disfrutado de un paseo por casi todas las instalaciones, pues la entrada es libre  a su magnífico patio y otras dependencias.

Sentía pereza por ausentarse de aquel divino lugar, como diría a sus familiares al regreso de su viaje, donde se sentía trasladado a tiempos remotos, gozando de gran paz y sosiego pues el lugar invitaba a ello, prometiéndose volver algún día para hospedarse el tiempo que su economía lo permitiera.

 Un cielo esplendoroso y rebosante de estrellas y una luna llena plateada, iluminaba a nuestro viajero el camino en dirección a su hospedaje.

 Amaneció un día de sol radiante, y la claridad de sus inesperados rayos, que inundaron la habitación orientada hacia levante, le despertaron de su feliz descanso. No dudó un instante de levantarse y otear por la ventana el ambiente que se respiraba en la calle. Nadie pudo ver. La tranquilidad y silencio que abandonó en la noche ahora se repetía. Pensó que debía de prepararse para iniciar la feliz jornada turística que había proyectado.

 La inició después de haber desayunado un menú muy seguntino, migas con chorizo y huevos fritos, pues había que tomar energías para afrontar tan extensa mañana, que inició encaminando sus pasos hasta la catedral, que consideraba una visita prioritaria.

 Queda deslumbrado ante la fachada principal de la Catedral Basílica de Santa María, inicialmente de estilo románico-cisterciense, se inició su construcción pocos años después de haber sido conquistada la ciudad a los árabes en el año 1124.  Dos grandes torres almenadas que presiden como dos gigantes defensivos le dan reminiscencias de fortaleza, pues así la debió de concebir el primer obispo Bernardo de Agén, en aquellos tumultuosos tiempos, quien ideó la construcción no obstante su inspiración religiosa.
 
                                        Vista de la ciudad y de su catedral
                 
Dedicada a la reliquia de Santa Librada, patrona de la ciudad seguntina, cuya arqueta de plata contiene sus restos situados en el altar que lleva su nombre.  Cuenta la leyenda, que por curiosa merece ser contada, que la referida Santa era natural de antigua villa gallega llamada entonces Balcagia, identificada en la actualidad con Bayona, donde gobernaba su padre el cónsul Catelio, en nombre de Roma, en el año 119.

Su madre tuvo nueve hijas a la vez en el parto. Avergonzada de ello las tiró a un río, siendo recogidas posteriormente por los aldeanos de los alrededores, quienes las educaron en el cristianismo. En una persecución contra ellas, las nueve hermanas fueron llevadas a presencia de Catelio, y una vez identificadas como hijas suyas, éste les ofreció grandes honores y bodas si dejaban la religión de Cristo y volvían al paganismo. Al negarse ellas repetidas veces, su padre las mandó dar martirio y finalmente ordenó matarlas. Las reliquias originales de la Santa fueron traídas por el anteriormente citado primer obispo de la ciudad. A todas las hermanas se les dedicó un magnífico altar y grandes honores en los comienzos del siglo XVI.

El viajero se admira de cuanto puede ver en el interior de la catedral; de aspecto sobrio,   muros gigantescos, altas bóvedas que se apoyan en gruesos pilares, y que encierran un impresionante conjunto de obras de eminentes autores que intervinieron a través de los cerca de nueve siglos de su historia. Dedica interés a una de las más importantes obras originales del Renacimiento europeo: La Sacristía de las Cabezas.  El nombre se debe a las 304  grandes y expresivas cabezas labradas en piedra que cubren su bóveda encañonada, junto con otras 3.000 de menor tamaño en los frisos, capiteles, etc., obra maestra de Covarrubias.
 
                                                    Capilla del Doncel
        
También tiene especial deseo por ver la Capilla de Los Arce, donde se encuentra la escultura más conocida de la catedral de Sigüenza y de allende sus fronteras: El Sepulcro del Doncel Martín Vázquez de Arce, que luce las armas de la Orden de Santiago y aparece recostado y sumido en atenta lectura de un libro que sostiene entre sus manos. Descansa sobre el sepulcro propiamente dicho.

Después de verlo todo pausadamente sin dejar nada al azar, ya que guía en mano se pasó largo tiempo admirando cuanto tesoro se exponía a la contemplación humana, pasó al Claustro y nutrido Museo Catedralicio para finalizar la visita,  avanzada la mañana.

                                                              Catedral

Ya en la explanada de la catedral aledaña a las calles de la ciudad, se encontró nuestro viajero con un gentío que le llamó la atención, pues le causaba cierto asombro ver tanto turismo por la ciudad. Eran grupos procedentes de Madrid que habían tomado el Tren Medieval, que en periodo otoñal hace viaje de ida y vuelta en el día, saliendo de la estación de Chamartín. Incluye visita guiada a la ciudad y animaciones durante el trayecto, con   historias protagonizadas por los actores de la compañía Tarambana Teatro, que encarnan personajes de la época, además de degustar deliciosos dulces seguntinos.  En esos momentos los viajeros acudían en tropel  a visitar la catedral.

Nuestro viajero también tenía proyectado visitar el Museo Diocesano que ocupa un precioso edificio del siglo XVI, y allí encaminó sus pasos, pues enfrente de la catedral estaba. Reúne un importante fondo artístico de piezas en incomparable marco, pertenecientes a la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. Destacan importantes obras, especialmente de arte religioso de los siglos XII al XX: Retablos, esculturas, orfebrería, pinturas, códices, etc., recogidos por los pueblos e iglesias de la Diócesis. Destacan la Anunciación del Greco y la Inmaculada de Zurbarán, así como obras de Salcillo, Morales, Madrazo, y largo etc.

Le satisfizo cuanto vio, pues contiene todo sobre el arte religioso de la provincia alcarreña, y en resumen de su larga historia.

Después de esta última visita nuestro viajero sintió la llamada de su estómago, y se dispuso a atender con presteza tan preciada demanda, con el fin de degustar el plato estrella de la gastronomía seguntina, que anotado tenía en su libreta: el cabrito asado, regado con buen vino y como postre los famosos bizcochos borrachos. No tardó en encontrar el restaurante que había reservado, pues aún habiendo muchos donde se puede comer tan deliciosos manjares, alguien le había recomendado aquel lugar.

Nuestro viajero quedó plenamente satisfecho con acertados momentos de buen yantar, que muy humano es dar satisfacción al cuerpo sin menoscabo de la salud. Recordaba al poeta cuando escribió: “No se ha de descuidar la vida del cuerpo. La vida del cuerpo es la vida de las sensaciones y de las emociones. El cuerpo conoce la verdadera hambre, la verdadera sed, la verdadera alegría al sol y a la nieve. La verdadera felicidad  con el perfume de las flores, en la visión de las lilas en flor. El amor, la ternura, el ardor, la pasión, el odio y el dolor verdaderos. Todas las emociones pertenecen al cuerpo y el espíritu se limita a reconocerlas”.
 
 
                                              Parque de la Alameda
             
Pensó que lo mejor sería dar un largo paseo y ayudar a la digestión de la exquisita comida. Dirigió sus pasos hacia el barrio barroco de San Roque, camino de la Alameda, parque principal de la ciudad. Allí meditaría sobre cuanto había visto y escribiría en su libreta sus vivencias a fin de contar las maravillas de esta villa medieval llena de encanto y misterio.

No quería despedirse de la ciudad, pues solo dos horas le quedaban para tomar el tren de regreso a Madrid, sin antes ver el magnífico conjunto de edificios: Universidad de Porta Coeli o Universidad de Sigüenza, que inició servicio docente el año 1.489, finalizando sus actividades académicas en 1.824. Actualmente es la sede del Palacio Episcopal. El Monasterio e Iglesia de los Jerónimos, orden que tuteló la Universidad hasta el año 1.835. Y el Seminario Mayor, de donde han salido ilustres obispos y cardenales.

Nuestro viajero acudió presto a recoger su bolsa de viaje y encaminó sus pasos a la estación de ferrocarril. Caminaba con el alma henchida de puro gozo por las horas vividas, y manteniendo viva la idea de volver algún día para terminar de ver el resto de la ciudad con sus monumentos menores; así como descubrir las cercanías a la ciudad, que también son muy merecedoras de conocer: Barranco del Río Dulce, lugar donde recreó Félix Rodríguez de la Fuente sus famosos seriales televisivos sobre el hombre y la tierra; y el pueblo amurallado de Palazuelos, entre otras villas y tierras donde la obra humana y la naturaleza se manifiesta con todo su esplendor.

 Noviembre 2012

 Eugenio