El viajero que tiempo atrás había visitado Sigüenza, y quedado encantado de cuanto había visto, ahora
estaba dispuesto a conocer otra villa más de la provincia de Guadalajara. Tenía
cierto entusiasmo por descubrir otros lugares de la que se consideraba hasta no
hace mucho tiempo, con cierto equívoco, la eterna desconocida, como así dijera nuestro
ilustre Premio Nobel Camilo José Cela, que con mucho acierto resaltó el encanto
de esta tierra y de sus gentes en su famoso libro “Viaje a la Alcarria”.
Después de haberse informado sobre la admirable villa
ducal de Pastrana, cabecera de la Alcarria baja, que ahora pretendía visitar,
sentía mucha curiosidad por su esplendoroso pasado y por los personajes que pasearon por sus calles medievales dejando
marcada una huella perdurable, que se deja sentir hasta ahora engarzada en su
larga historia. Pero especial atención sentía por dos figuras relevantes
en la historia de la ilustre villa: dos mujeres extraordinarias que
revolucionaron una época trascendental del siglo XVI, durante el reinado de
Felipe II. Destacando sobre otros personajes muy dignos de recordar, que la
enriquecieron a través de los siglos.
El viajero sabía que hablar de la comarca de la Alcarria no era hablar solo de miel, producto ideal de su riqueza floral con especies autóctonas, especialmente plantas aromáticas: romero, espliego, jara, tomillo, etc., que nacen en suelos de naturaleza caliza y clima mediterráneo y que embelesan nuestros sentidos. Es también conocer sus paisajes, su arquitectura popular, sus aguas que descansan en los remansos de sus ríos, y de los embalses que la humedecen así como de la frondosidad de sus bosques. También de los bellos monumentos que se extienden por sus villas. Observar las huellas que dejaron sus antiguos pobladores: yacimientos ibéricos, vetustas iglesias, castillos y palacios. Y por supuesto de su hospedaje, buena comida y gran número de productos naturales. Todo ello se brinda al viajero en general al descubrir paisajes de belleza singular y conocer el rico patrimonio natural de la provincia de Guadalajara.
El viajero tardó algo más de una hora en recorrer los
cerca de cien kilómetros entre Madrid y Pastrana, conduciendo un pequeño
utilitario y lamentando que no hubiera ferrocarril, al recordar lo agradable de ese medio de comunicación en
su viaje a Sigüenza. Le habían recomendado que el trayecto lo hiciera por la
A-2 o R-2 hasta Guadalajara, distante 56 kilómetros ;
tomando después la N-320 dirección Cuenca, conocida también como “ruta de los pantanos”
(Entrepeñas, Buendía y Bolarque), hasta la salida 239 señalizada a Pastrana por
la CM-200, pasando por el pueblo de Fuentelaencina.
Se adentró en la villa al atardecer de un agradable día de
primavera, preguntando a un joven nativo por la pensión donde había concertado
estancia para dos noches. Aquél joven pastranero que se hacía llamar Tino, de edad cercana a la veintena, y que parecía serio, formal y de buenos
modales, se ofreció acompañarle en el coche hasta el lugar de su destino, pues
por la curiosidad que sintió por el forastero no dudó en ponerse a su
disposición para cuanto hubiera menester de informarle sobre su pueblo. Poco
tiempo después de haber tomado posesión de su habitación y desprovisto de su
bolsa de viaje, nuestro viajero ya estaba dispuesto a visitar los alrededores,
y con su amable e improvisado guía encaminaron sus pasos hacia la Plaza del
Dean, donde está situado el Convento de San Francisco a extramuros de la villa,
gran edificio monasterial fundado a mediados del siglo XV por la Orden
Franciscana. Actualmente sus dependencias albergan un restaurante y otros
servicios sociales.
Estaban cerca de la casa de uno de los personajes por el
que el viajero sentía especial admiración por su obra: Leandro Fernández de
Moratín, autor de famosas obras teatrales.
Tino pronto se apresuró a informar a nuestro viajero que
aquél sólido edificio, situado en el Barrio del Albaicín, fue la casa del autor
literario, y por su nombre todavía se la conoce. Actualmente está ocupada por
una congregación religiosa. Lo heredó de la abuela paterna del citado personaje.
Tino amplió su información, dándole a entender sus conocimientos de las cosas de
su pueblo, entendiendo que no conocía la historia: “Por si lo desconoce, don
Leandro pasó mucha penuria económica en su juventud, lo que le obligó a no
pocas renuncias y sacrificios. Cuentan
muchas historias, y una en particular de carácter sentimental, que su
lamentable situación de pobreza le alejaría de su principal amor de juventud,
que años después sería la musa de su más célebre obra teatral “El sí de la
niñas”. Después continuó: “En esta casa se retiró en diversas ocasiones
buscando el sosiego y la paz que tanto
deseaba conforme su carácter introvertido y solitario, así como la inspiración
para escribir sus mejores obras.
Finalizaba la tarde y Tino aconsejó al viajero adentrarse en la gran plaza cuadrada llamada
de la Hora, las más importante de la villa ducal. Desde la balconada extendida sobre uno de sus cuatro largos laterales abierto
hacia el sur, con un mirador excelente sobre las vegas del río Arles, admiraron
el bello atardecer de un sol de rayos decadentes, que empezaba a ocultarse con
sus últimos resplandores entre nubes azules y anaranjadas, ofreciendo un bello
espectáculo cromático de siluetas de calles apretujadas y empinadas que descendían como una cascada de antiguas
casas e históricas casonas hasta los huertos de la vega; la monumental esbeltez
de la Iglesia Colegiata, y también en la lejanía observaban las montañas que
circundan la villa.
El improvisado compañero de nuestro viajero sugirió: “Si
le parece, mañana podía acompañarle a visitar el histórico convento y otros
monumentos, que estimo merecedores de
ser conocidos por las gentes que visitan mi pueblo. Especialmente el Palacio
Ducal que tenemos a nuestras espaldas, quizás el más emblemático, pues
representa una época de gran esplendor de Pastrana, porque en su propio feudo estuvo encerrada por
orden del rey Felipe II, y pasó los últimos días de su vida la enigmática e
intrigante Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, Princesa de Eboli, nacida en la villa alcarreña de Cifuentes”
Añadió Tino: “Y ahora si me permite invitarle a unas
cervezas sentémonos en una mesa que hay en el exterior de aquél cercano bar,
hasta la hora en que decida ir cenar a su pensión; y si me permite, le contaré
algo resumido de la larga historia de este lugar, pues ya los romanos, durante
la conquista de la Península en el año 180 antes de Cristo, llamaron Paternina
a lo que debió ser un pequeño caserío, que ahora conocemos como Pastrana. En el
siglo XII el rey Alfonso VIII de Castilla concedió la que entonces era una
aldea, junto con Zorita de los Canes, a la Orden de Calatrava. Y en el 1369, el
rey Enrique II de Castilla le otorgó el privilegio de villa.”
“Mucho después, según cuentan los historiadores, el rey
Carlos I en 1541 vende a Doña Ana de la Cerda, condesa de Mélito, la Villa de
Pastrana, siendo viuda de Don Diego Hurtado de Mendoza. Dicha señora construye
el citado Palacio Ducal, y posteriormente sus hijos lo venden a Ruy Gómez de
Silva, consejero, valido y secretario personal del rey Felipe II y a su esposa
la referida Princesa de Eboli, famosa tuerta nieta de Doña Ana de la Cerda, obteniendo
posteriormente del Rey el título de Duques de Pastrana. Fueron creadores de
importantes obras, y aquella época fue
de gran esplendor para mi pueblo”.
“Y ahora ya va siendo hora de descansar, en mi casa deben estar esperándome, y usted
tendrá que reponer fuerzas para continuar mañana con las visitas, conforme he
observado por las anotaciones que me ha mostrado en su agenda. Así es que si le
parece nos vemos sobre las diez a tomar un cafetito con churros, pues en este
bar los hacen riquísimos”
Ya cercanas las tinieblas de la noche pastranera, con un
cielo pleno de visibilidad estelar, el viajero pensó que lo más sensato era
encaminar sus pasos a la pensión, cenar ligero
refrigerio y descansar para aprovechar al máximo las muchas
posibilidades turísticas que le brindaba la villa ducal, aceptando la compañía
que para el día siguiente le brindaba su improvisado guía.
Según lo habían acordado la noche anterior y después del
desayuno, iniciaron el recorrido proyectado por el viajero. Al pasar por la
Plaza de la Hora, por el arco de San Francisco, cerca de la fachada del Palacio
Ducal, señalando al balcón enrejado que
destaca sobre la fachada, Tino dijo al viajero: “Cuentan que la Princesa
asomándose por aquél balcón tenía una hora diaria para su contacto visual con
el mundo. De ahí el nombre que se puso a esta plaza. Aunque la historia o
leyenda también cuenta que, no obstante su confinamiento por orden real, la
princesa tuvo varias salidas y contactos personales”.
El viajero mirando con ensueño y curiosidad la fachada del
palacio y su histórico balcón enrejado, que guardó prisionera a la Princesa se imaginaba a la enigmática, intrigante e
inteligente dama al otro lado del tabique, con su belleza singular a pesar de
estar tuerta, viviendo los últimos días de su vida, ella que tanto poder e
influencia tuvo en la corte del Rey Felipe II, pero que con sus intrigas
consiguió también sus desgracias.
Nuestros personajes pasan al interior del palacio,
actualmente propiedad de la Universidad de Alcalá de Henares, que realizó las
obras de restauración y acondicionamiento para celebrar eventos culturales, y
poder ser visitado por el público en general.
Hasta hace no muchos años apenas se conservaba en buen estado la fachada
de estilo renacentista, a pesar de tratarse de un monumento nacional, dentro
del conjunto histórico artístico que fue declarada la villa de Pastrana en el
año 1968.
No obstante en su interior se observan extraordinarios artesonados diseñados por
Alonso de Covarrubias, y otras estancias dignas de ser visitadas, especialmente
la que ocupó la Princesa durante su cautiverio.
Después de esta visita enfilaron sus pasos hacia la calle
Mayor, pasando por un antiguo arco hasta llegar a un cruce desde donde
divisaron la famosa fuente de los Cuatro Caños, en la plaza del mismo nombre, gran fuente señorial del
siglo XVI, destacando en sus cuatro laterales los mascarones en relieve sobre
los que salen los cuatro caños.
Siguieron por la calle anterior hasta llegar a la Iglesia Colegiata, que extiende
hacia el cielo la belleza de su
monumental construcción, la más relevante de la villa. Se pararon frente a la
fachada y pronto Tino se dispuso a tomar la palabra con gesto emocionado,
orgulloso de mostrar algo muy importante de su pueblo: “Ahora puede observar la
joya más impresionante de Pastrana. Fue originariamente levantada en estilo románico
alrededor del siglo XIII como iglesia parroquial de la Villa Calatrava, y ha
sido reconstruida y ampliada en siglos posteriores, especialmente en el XVI por los primeros Duques de Pastrana, como
ya le comenté ayer, época de mucho esplendor en la que se realizaron las
grandes obras que ahora podemos admirar”.
“Alberga en su interior un magnífico museo, muy denso en
contenido, destacando la colección de tapices góticos de Alfonso V de Portugal;
la Capilla del Santísimo y las Reliquias, Baptisterio, Coro y notable Órgano; numerosos
altares y capillas con retablos barrocos y excelentes cuadros de ilustres
virtuosos e infinidad de otras riquezas artísticas. Más tarde los Duques
completaron su obra elevando la iglesia parroquial a Colegiata, dotándola de un
Cabildo de 48 canónigos, que superaba en número a todas las catedrales de
España excepto la Catedral Primada de Toledo”.
“Posteriormente, a principios del siglo XVII, el hijo
séptimo de los diez que tuvieron los Duques, Fernando de Silva y Mendoza,
Obispo de la ciudad mitrada de Sigüenza, quien cambió su nombre por el de su
legendario tatarabuelo Cardenal Pedro González de Mendoza, actuando en Pastrana
como un genuino mecenas y protector, continuó con el proceso de reformas y
engrandecimiento de la Iglesia Colegiata, construyendo el admirable monumento
funerario para sus padres que ahora
podrá contemplar”.
Pasaron al interior y se entretuvieron más de lo que había
pensado el viajero al tener tanto oficio por ver, sintiendo mucho gozo por
cuanto encerraba aquél divino lugar, admirando cuanto tesoro artístico se
exponía a la contemplación humana; y ya avanzada la mañana, sintiendo la
llamada del estómago, que es muy humano dar satisfacción al cuerpo, además de
las atenciones culturales, convino pasar a un restaurante cercano para reponer
fuerzas con la rica gastronomía de la villa, degustando como postre los famosos
bizcochos borrachos de la tierra, y después continuar por la tarde con otras
visitas, invitando a Tino a que le acompañara, el cual aceptó con sumo agrado, llamando por su móvil a su familia para que
no le esperaran en el almuerzo.
Tino sugirió al
viajero dar un largo paseo para ayudar a la digestión de la exquisita comida
degustada, diciendo: “Ahora pasearemos por las sinuosas, estrechas y
silenciosas calles del casco viejo, que recuerdan a todo visitante evocadores
recuerdos medievales, especialmente por la calle de la Palma, donde está
situado un viejo caserón que albergó en su día la sinagoga judía, y lo certifica
por los detalles ornamentales que se contemplan en la fachada, con señales
evidentes de estilo mudéjar y donde aparece la estrella de David de origen judío.
Asimismo puede ver la casa del Caballero de la Orden de Calatrava, a la cual
perteneció desde 1174 en tiempos de Alfonso VIII, la entonces aldea de Pastrana; y muy
significativamente la Casa de la Inquisición, situada en la referida calle de
la Palma, que lleva este nombre por tener su primera casa el escudo de armas en
el que se observa una palma, una cruz y una espada, simbolismo que representa
haber sido la sede del Santo Oficio de la Inquisición, de no buen recuerdo para
mi pueblo, por la referencia de su tenebrosa historia. Por su importancia histórica es interesante
conocer el Colegio de San Buenaventura, construido en el 1628 por orden del
Arzobispo Pedro González de Mendoza, personaje que ya comenté anteriormente,
hijo de los Duques de Pastrana, para albergar a los niños cantores de la
Iglesia Colegiata”.
Continuó Tino: “Ahora si le parece andaremos cuesta abajo
a través de intrincadas y estrechas calles, todas ellas rodeadas de un encanto
especial que embelesan ante el hechizo de los medievales escenarios que
debieron vivir los personajes ilustres que pasearon por ellas, además de los ya
comentados, el pastranero Juan Bautista Maíno, discípulo de El Greco y maestro
de pintura del Rey Felipe IV, y los poetas del Siglo de Oro Manuel de León
Marchante y Diego de Silva y Mendoza, recordando un rico esplendor de su historia. Rincones
evocadores de leyendas y mitos escondidos entre sus piedras. Y al final
llegaremos hasta la Plaza de Abajo y
siguiendo por la calle de las Monjas llegaremos al Convento de San José, construido
por orden de los ya mencionados Duques y
fundado para su Orden por Santa Teresa
de Jesús, actualmente habitado por monjas franciscanas concepcionistas”.
Tino siguió con su narración: “En 1569 llamaron los Duques
a Santa Teresa de Jesús con el fin de fundar un convento de Carmelitas
Descalzas llamado de San José, para
mujeres, y otro de San Pedro
(actualmente del Carmen) para hombres, situado en la vega a unos dos kilómetros de aquí. En aquél año
se encontraron e hicieron historia las dos extraordinarias mujeres que mencioné,
que más bien fueron desencuentros, pues sus contrapuestas personalidades no
encontraron alivio en sus espíritus. En sus Fundaciones Santa Teresa escribió
sus incomodidades con la Princesa”.
Añadió: “Los desencuentros continuarían largo tiempo,
acrecentándose cuando al morir el Duque en 1573, la Duquesa ingresa en el
Convento de San José, incumpliendo reiteradamente la regla Carmelitana.
Llegando a conocimiento del Rey Felipe II, éste ordena su salida del Convento
para ocuparse de su familia y patrimonio. En la Villa y Corte continua con una
vida inquietante de intrigas con el secretario del Rey Don Antonio Pérez y es acusada de conspiración contra la
monarquía y por sus posibles amoríos en la Corte. Por todo ello es encerrada en
el Torreón de Pinto, después en el castillo de Santorcaz y definitivamente en
su Palacio de esta villa, de donde no saldría hasta su muerte en 1592, tras
once años de cautiverio. Sus restos se conservan, junto con los de su esposo y
familia, en la citada cripta de la Iglesia Colegiata”.
Contestó nuestro viajero: “Interesante historia la de esta
buena señora, por llamarla de alguna forma, que todo ello no menoscaba el
importante legado que ha dejado a esta bonita villa, aunque su vida esté
preñada de nubarrones.
Parados ante la fachada del monasterio y no pudiendo pasar
a visitarlo, el viajero sentía
curiosidad, imaginando cuanto debió de suceder detrás de aquellas recias
paredes, especialmente en los encuentros entre aquellas dos extraordinarias
damas, tan distintas de carácter y de fuerte temperamento.
La Princesa insaciable por el poder de su hacienda, que
dueña era de la villa y sabedora de la pleitesía que le rendían sus lacayos,
imponiéndose una falsa religiosidad por la muerte de su esposo, terminó no
aceptando imposición alguna, no obstante los hábitos y promesas que en aquél
lugar debía prevalecer. Cuentan que Santa Teresa transmitió a su “hermana” de convento, la
frase bíblica: “Que no se podía servir a Dios y al dinero, y que ningún siervo
puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o
bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo”. Así es que pasado unos meses ocurrió lo que
tuvo que pasar, pues la Princesa no cedía en la deriva a su inclinación por las
cosas mundanas.
Tino observando el ensimismamiento de su acompañante e
imaginando que desearía conocer algo más sobre la historia de las dos damas
coincidentes en aquél histórico convento, le contó lo siguiente: “A la muerte
del esposo de la Princesa en Julio de 1573, ella tenía 33 años de edad, 24
menos que su consorte. En principio sufre momentos de aflicción por el triste
acontecimiento y con improvisada
vocación entra al convento vistiendo hábito de monja del que sale en enero de
1574, pues parece ser que no estaba conforme con el encierro, y especialmente por la presión del Rey. Además la priora no podía darle las libertades que la
nueva hermana quería, por lo que muy disgustada dejó los hábitos, con mucho enojo hacia las demás internas y
priora, pero especialmente contra la fundadora Santa Teresa. Ésta a la vista de
la desagradable situación, procuró cuanto pudo para que se quitase de Pastrana
el monasterio, lo que así se hizo fundando otro en Segovia en Marzo de 1574, donde
pasaron las monjas que aquí había, ordenando dejar todo cuanto habían recibido
de la Princesa”.
“Ahora si le parece, podíamos darnos un largo paseo de
aproximadamente dos kilómetros hasta la
vega donde está situado el Convento de San Pedro, actualmente llamado del
Carmen, fundado también por Santa Teresa en la misma época, para frailes
carmelitas descalzos, con la ayuda de San Juan de la Cruz, donde este Santo
residió una temporada y fue maestro de novicios. También existe un museo de
recuerdos teresianos y de historia natural”
El viajero aceptó sin más, pues en su agenda lo tenía
planificado.
Próximos al histórico edificio, Tino manifestó: “Ahora
puede observar el magnífico conjunto arquitectónico barroco de tipología
carmelitana situado, como puede comprobar, en un entorno natural de la vega del
río Arles que presta un hermoso paisaje; en el interior del convento puede ver
numerosas e importantes obras pictóricas de ilustres maestros, y esculturas de
arte sacro. También acoge un museo de recuerdos de Santa Teresa y de San Juan
de la Cruz durante su estancia en mi pueblo, destacando varios óleos que narran
la llegada de Santa Teresa en 1569 y la fundación de los dos conventos”.
Estaba la tarde en su ocaso y tenues rayos de sol color
bermellón asomaban por las cercanas montañas que circundaban el lugar, por lo
que nuestros personajes pensaron que era hora de desandar lo andado hasta
llegar allí, pues tenían una media hora para llegar al centro de la villa. El
viajero pensó que su viaje, con esta última visita, había llegado al final. No obstante tenía proyectado de regreso a
Madrid, en la mañana siguiente, desviarse unos kilómetros hasta el pueblo de
Zorita de los Canes, para visitar el castillo y el Parque Arqueológico de la
ciudad visigoda de Recópolis, situada en el margen izquierdo del río Tajo.
Llegando a la plaza de la Hora se detuvieron en un bar
para tomar un refresco y el viajero, tomando la palabra, agradeció a su
improvisado guía cuantas atenciones había tenido con él en los dos días de
estancia en aquella bonita villa. Tino le contestó de esta manera: “El
agradecimiento es mío y mucho, pues su presencia y acompañamiento me ha servido
para realizar prácticas con vistas al examen extraordinario que debo realizar
el próximo mes de junio en el Campus de Guadalajara, dependiente de la
universidad de Alcalá de Henares, en el que estoy estudiando Grado en Turismo, y en el
verano realizo cursos en mi pueblo, ya que mi ilusión es quedarme por aquí como
guía turístico”.
El viajero contestó con cierta sorpresa: “¡Ahora me
explico tu solícito acompañamiento y aventajados conocimientos de la historia
de tu pueblo! Pero con mucho agrado te animo para que no cejes en tu empeño de
conseguir tus sueños, trabajando con ilusión y tenacidad, pues en algún lugar o
momento la gloria espera invisible a toda persona que la persigue”
Y se despidieron con un fuerte abrazo bajo el fulgor
plateado de una luna llena primaveral.
Octubre de 2013
Eugenio
No hay comentarios:
Publicar un comentario