Desplegadas sus velas, Iberia, la magnífica e histórica nave, asombro de mil hazañas por los mares del mundo, lucía su bello aparejo e imponente armazón, y una vez más ante improvisada aventura empezó a deslizarse lentamente por la bahía enfilando su proa hacia el temeroso océano.
La bahía lucía coloreada de pintorescas embarcaciones y con gentes gozosas despidiendo efusivamente a los navegantes que partían, deseándoles eficaz y pronto regreso a puerto con buenas nuevas con las que alimentar sus estómagos, sueños y pasiones.
Los aleccionados marineros de la distinguida nave, confiados en su capitán y oficiales, estaban eufóricos y expectantes ante los misterios y peligros que conlleva toda aventura en la mar. Todos la afrontaban con desmesurado optimismo y empeño en que el viaje tendría un final feliz, pues en ello les iba su prestigio y credibilidad, y en sus manos estaba el destino de cuantos creyeron por el éxito de aquellos sagaces e intrépidos navegantes.
Otros, en contra, apuestan por su fracaso, advirtiéndoles de los peligros del viaje, por sus erróneas cartas de navegación y adversas previsiones del tiempo en la mar, pues negros nubarrones ya se atisbaban por lontananza, que la elemental prudencia de todo buen marinero debe ser regla de conducta antes de partir para toda aventura por los océanos.
No obstante, ellos desatendieron cuantos consejos y observaciones recibieron de los viejos lobos de mar curtidos en los océanos de la vida, continuando en la proyección de sus fantásticos sueños, para no desilusionar a los marineros que quedaban en tierra, que les vitoreaban con fervor y no menos pasión, estimulando la peligrosa aventura con lisonjas y halagos.
Otros, los que querían seguir en un mundo de ficción, en sus cómodas poltronas, con sus silencios apostaban por el éxito de la aventura, aunque dudaban del buen fin del viaje, agradeciendo prebendas recibidas, y recordaban que a veces el silencio es la mejor respuesta, creando cierto estupor en los demás, pero nada hacían ni aportaban, solo esperaban, no querían molestar a la mano amiga.
También estaban buscando oportunidades los distraídos en sus propias aventuras, jugando a espías y policías, destruyéndose por ver cual más daño se hacía. Les perdía sus vanidades y afanes de poder. Discutían entre si son galgos o podencos, sin comprender que el destino podía devorarlos.
Asimismo había vistosas y distinguidas embarcaciones de prebostes agradecidos llegados desde los más recónditos lugares, engalanadas desde la borda a los palos, vergas, jarcias y velas, en un alarde de visible ostentación y derroche, causando la indignación y vergüenza de las demás.
Toda la marinería estaba representada en aquel abanico multicolor de la inmensa bahía, que esperaban la solución de sus problemas con el buen fin de la magna aventura de unos ilusos, pero aguerridos marineros. Todos deseaban que sus hijos siguieran viniendo al mundo con un pan bajo el brazo, en lugar de un lote de deuda que tendrían que atender en el curso de su vida por el coste de la aventura.
Muchos deseaban mantener sus privilegios sin realizar ellos mismos cambio o esfuerzo alguno, proyectando la sensación de cambiar para que todo continuara igual. Con los mismos derroches, igual ostentación y misma falta de moderación en los fastos. Languidecidos y adormecidos en el pesebre de la mano generosa.
No obstante, ellos desatendieron cuantos consejos y observaciones recibieron de los viejos lobos de mar curtidos en los océanos de la vida, continuando en la proyección de sus fantásticos sueños, para no desilusionar a los marineros que quedaban en tierra, que les vitoreaban con fervor y no menos pasión, estimulando la peligrosa aventura con lisonjas y halagos.
Otros, los que querían seguir en un mundo de ficción, en sus cómodas poltronas, con sus silencios apostaban por el éxito de la aventura, aunque dudaban del buen fin del viaje, agradeciendo prebendas recibidas, y recordaban que a veces el silencio es la mejor respuesta, creando cierto estupor en los demás, pero nada hacían ni aportaban, solo esperaban, no querían molestar a la mano amiga.
También estaban buscando oportunidades los distraídos en sus propias aventuras, jugando a espías y policías, destruyéndose por ver cual más daño se hacía. Les perdía sus vanidades y afanes de poder. Discutían entre si son galgos o podencos, sin comprender que el destino podía devorarlos.
Asimismo había vistosas y distinguidas embarcaciones de prebostes agradecidos llegados desde los más recónditos lugares, engalanadas desde la borda a los palos, vergas, jarcias y velas, en un alarde de visible ostentación y derroche, causando la indignación y vergüenza de las demás.
Toda la marinería estaba representada en aquel abanico multicolor de la inmensa bahía, que esperaban la solución de sus problemas con el buen fin de la magna aventura de unos ilusos, pero aguerridos marineros. Todos deseaban que sus hijos siguieran viniendo al mundo con un pan bajo el brazo, en lugar de un lote de deuda que tendrían que atender en el curso de su vida por el coste de la aventura.
Muchos deseaban mantener sus privilegios sin realizar ellos mismos cambio o esfuerzo alguno, proyectando la sensación de cambiar para que todo continuara igual. Con los mismos derroches, igual ostentación y misma falta de moderación en los fastos. Languidecidos y adormecidos en el pesebre de la mano generosa.
Y todos en general esperaban, cual peregrino a centro espiritual, que un milagro les resolviera sus problemas, con escasa confianza en sus intenciones y menos en el esfuerzo de sus cuerpos.
El capitán de la nave, estaba convencido de haber nacido para realizar grandes gestas, y nadie dudaba de que sus fines fuesen buenos, si no irrealizables, pues el falso optimismo le inducía a continuar en su empeño. Después de un tiempo de navegación no supo atisbar que las furias de Neptuno en forma de murallón de nubes con gran desarrollo vertical, fueron adquiriendo un aspecto abigarrado y caótico que se les venía encima.
El capitán y sus oficiales comprendían que estaban navegando entre la prudencia del que no quiere desatar el pánico y el realismo del que ve la situación tal como es, creando desasosiego entre la marinería ante la falta de capacidad de resolución y valía para afrontar los peligros que acechaba una mar revuelta, momentos en los que se prueba el temple de los héroes, no vacilando ante la misión encomendada y estar a la altura de las circunstancias, pues sobre una mar en calma cualquier marinero sale airoso.
El cielo empezó a oscurecer y con aspecto amenazante, lo que parecía un fuerte temporal, terminó en grado de galerna, poniendo en serio aprieto a la nave, que quedaba a merced del oleaje siendo empujada hacia la costa de la adversidad. Los gobernantes de la formidable embarcación observaron con inquietud la gravedad de la situación y prestos se pusieron a pedir socorro en todas las formas, maldiciendo su destino y culpando a todos de su desgraciada situación.
Cuando llegaron los auxilios la nave estaba medio desarbolada y a la deriva, y durante mucho tiempo se dejaron sentir las lamentaciones y en las almas de todos los marineros quedó la huella de aquella frustrada aventura.
Pasado el tiempo la gran nave aún se repone de los estragos sufridos en aquella monumental tragedia, y en la inmensa bahía todos esperan, pasmados y horrorizados unos, complacientes e indolentes otros; y los que la dirigían, aturdidos y atolondrados soñando con nuevas aventuras que mejoren sus hazañas en el tumultuoso océano, y les permita recuperar la confianza y credibilidad perdidas, y revivir los días de gloria a los que estaba acostumbrada la magnífica nave.
El cielo empezó a oscurecer y con aspecto amenazante, lo que parecía un fuerte temporal, terminó en grado de galerna, poniendo en serio aprieto a la nave, que quedaba a merced del oleaje siendo empujada hacia la costa de la adversidad. Los gobernantes de la formidable embarcación observaron con inquietud la gravedad de la situación y prestos se pusieron a pedir socorro en todas las formas, maldiciendo su destino y culpando a todos de su desgraciada situación.
Cuando llegaron los auxilios la nave estaba medio desarbolada y a la deriva, y durante mucho tiempo se dejaron sentir las lamentaciones y en las almas de todos los marineros quedó la huella de aquella frustrada aventura.
Pasado el tiempo la gran nave aún se repone de los estragos sufridos en aquella monumental tragedia, y en la inmensa bahía todos esperan, pasmados y horrorizados unos, complacientes e indolentes otros; y los que la dirigían, aturdidos y atolondrados soñando con nuevas aventuras que mejoren sus hazañas en el tumultuoso océano, y les permita recuperar la confianza y credibilidad perdidas, y revivir los días de gloria a los que estaba acostumbrada la magnífica nave.
Dicen que la civilización es el progreso histórico del hombre desde el estado de salvajismo a la perfección del ser civilizado. Pero Rousseau ya expresó sus ideas contrarias a la civilización, exaltando el buen salvaje y el estado natural de la humanidad, haciendo responsable a la civilización de la regresión moral de los pueblos.
También escribía Indro Montanelli, en su Historia de Roma: “Que como todos los grandes imperios, el romano, no fue abatido por el enemigo exterior, sino roído por sus males internos”.
También escribía Indro Montanelli, en su Historia de Roma: “Que como todos los grandes imperios, el romano, no fue abatido por el enemigo exterior, sino roído por sus males internos”.
Madrid, 6 de Febrero de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario