El joven viajero,
enamorado de las tierras alcarreñas, no se cansaba de admirar su historia y sus
tradiciones enraizadas en el sentir popular, y la rica fisonomía de
espectaculares paisajes. Tierras de sabor a miel, esencia principal de la comarca
de la Alcarria, y olores a tomillo, romero y espliego, que embriagan al viajero al pasar
por sus tierras salpicadas por el morado de la lavanda. Destacaba ante sus familiares y amigos en
cuantas ocasiones se presentasen, y así lo hacía constar en su diario de
viajes, las características singulares de la geografía de cuantos lugares
visitaba de la provincia de Guadalajara.
Situada en la unión de los Sistemas Ibérico y Central, zona
obligada de paso entre ambas mesetas, lo que explica el gran número de
fortalezas y castillos que aún ahora se mantienen en píe y que se construyeron
en todas las épocas para controlar el paso con miras ofensivas y defensivas,
testimonios de campos de batalla, principalmente entre moros y cristianos.
Molina de Aragón y su castillo-fortaleza |
Nuestro viajero sentía
especial curiosidad por el llamado histórico Señorío de Molina, situado al este
de la provincia haciendo frontera entre Castilla y Aragón. Con frecuencia
comentaba, “que algo de historia conviene conocer por todo buen viajero de las
tierras que desee recorrer”.
El Señorío de Molina, más
bien conocido como Molina de Aragón, y en la antigüedad Molina de los Caballeros,
ha sido una población bisagra entre Castilla y la Corona de Aragón. Cuenta la
historia que en su término existieron asentamientos celtíberos y parece ser que
fue habitada por los romanos. Después, durante mucho tiempo, estuvo bajo la
influencia musulmana, y en el año 1129
el rey de Aragón, Alfonso I el Batallador, reconquistó la villa, pero la
repoblación corrió a cargo del Reino de Castilla, lo que provocó las disputas
de los dos Reinos por el territorio molinés, pero se consiguió que en el 1138
aceptaran que las tierras de Molina fueran declaradas independientes de ambas
coronas, naciendo así el Señorío de Molina, quedando independiente durante más
de siglo y medio, y recibiendo un fuero propio.
Después de muchos avatares
políticos, con alternancia de subordinación a los reinos de Castilla y Aragón,
a lo largo de su historia y hasta el siglo XIX, para no cansar al lector por
los muchos acontecimientos pasados, merece la pena significar lo sucedido en el
año 1465 cuando el rey Enrique IV de Castilla, entregó el Señorío y su entorno
a Don Beltrán de la Cueva, amante de la reina Juana de Portugal, y supuesto
padre de la infanta, heredera del trono, apodada la Beltraneja, lo que provocó
se rebelaran en armas los molineses, que eran fervorosos partidarios de Doña
Isabel de Castilla, futura reina católica, lo que supuso que el rey desistiera
de su empresa y el Señorío pudo mantener su fuero hasta la integración en la
provincia de Guadalajara creada en 1833, produciéndose la abolición del fuero
que gozaba.
Como final de esta breve
historia, es notorio y justo recordar, que por la activa colaboración y
patriotismo de sus habitantes en su resistencia ante la invasión napoleónica,
las Cortes de Cádiz otorgaron a la villa el estatuto de Ciudad.
Nuestro incansable viajero
contaba a su familia y amigos cuanto había vivido en su último viaje.
Aprovechando varios días de sus vacaciones laborales, había recorrido buena
parte de las tierras y poblaciones de la comarca de Molina de Aragón. Y añadía:
“Mucho había que agradecer a la Madre Naturaleza por cuanta belleza mostraba en
aquella parte del país a la humana contemplación”.
No le preocupó la
considerable distancia que tuvo que recorrer en su pequeño automóvil, que desde
Madrid son 195 kilómetros y desde Guadalajara 139, pues consideraba que merecía
la pena el largo paseo para conocer aquellas lejanas tierras de la provincia
alcarreña.
Tierra de llanuras y
sierras excavadas por ríos que nos conducen por entre casi inaccesibles parajes
que constituyen el Parque Natural del Alto Tajo, el mismo que no hace muchos
años fue testigo de aquellos míticos “gancheros” en la tarea de conducir
cargamentos de troncos de pinos, principalmente, hasta las tranquilas aguas de
Aranjuez, que eran cargados en vehículos hacia los aserraderos, a los que
inmortalizó el famoso escritor José Luis Sampedro, en su novela “El río que nos
lleva”, obra que fue llevada a la cinematografía.
La naturaleza salvaje y el
contacto con la riqueza histórica de esas tierras impresiona al viajero que se
adentre en sus hermosos parajes.
La provincia de
Guadalajara no es tierra uniformemente llana y mesetaria, como algunos
viajeros pueden imaginar, pues aquellos
que la surcan fugazmente siguiendo la ruta con dirección Zaragoza-Barcelona,
bastará que se desvíen pocos kilómetros a derecha o izquierda de la nacional
II, para descubrir un mundo de contrastes paisajísticos e insospechadas bellezas
naturales. Unas tierras bastante más montañosas de lo que generalmente se cree.
El joven viajero narraba sus
experiencias y estaba emocionado por las
vivencias con sus nobles gentes y al admirar un increíble y agreste paisaje de encantadora belleza, en el que se
suceden encajadas hoces, profundas gargantas, escarpaduras de vértigo, desfiladeros
y barrancos por los que transcurren ríos de aguas cristalinas. También de los
verdes valles e innumerables bosques,
especialmente de pinos resineros.
Se paró un momento, para
hacer un inciso queriendo destacar algo
especial que le impresionó en su viaje. Se refería a la la Hoz del Río Gallo,
imponente desfiladero de quince kilómetros, en el término de Corduente, cerca
de la ciudad de Molina, donde está situado el Santuario de la Virgen de la Hoz,
a orillas del citado río.
Santuario de la Virgen de la Hoz |
Lugar magistral al pie de
un alto roquero, por el que se puede subir con cierto esfuerzo para todo amante
de la aventura. Merece la pena intentarlo por una escarpada escalera esculpida en parte sobre
la roca, que el esfuerzo se verá recompensado al observar desde lo alto el impresionante
espectáculo de toda la zona, y después visitando el Santuario su cuerpo y alma
encontrarán especial armonía en un lugar de suntuosa paz espiritual.
El viajero destacaba
también la grata impresión que le había
causado en los recorridos que había efectuado en el Parque Natural del Alto
Tajo, con una extensión aproximada a las 200.000 hectáreas, situado en zona
elevada, con temperaturas bastante frías en invierno y con veranos cortos y
suaves.
La acción erosiva de los
elementos ha sido intensa en el devenir de los tiempos por el citado parque en
particular, modulando el paisaje con contundencia. El río Tajo serpentea por cañones y
encrespados barrancos en terreno muy fracturado de singular belleza, unida con
la abundancia de espectaculares bosques de pinos, sabinas, encinas y robles.
También el Parque goza de una variada fauna: alimoches, águilas y buitres
leonados, halcones y gavilanes, azores y cernícalos, que harán la delicia del
viajero al verlos planear sobre los altos cerros.
También en sus ríos se
encuentran diversas especies de peces que hacen las delicias a los aficionados
al deporte de la pesca.
El viajero describía la
infinidad de rutas que se pueden realizar, no solo en el Parque sino en todo el
Señorío de Molina, “que sin pecar de exagerado”, así decía, “pues las hay muy
variadas y a cual más bellas y pintorescas”. Pero recomendó una en particular
que un amigo le había informado y que pudo corroborar en una guía turística que
había adquirido con motivo de su viaje.
Y acierto tuvo, pues tan
encantado quedó de la ruta que a sus familiares y amigos invitó a conocer.
Así decía: “La ruta
recorre el Alto Tajo, partiendo de la orilla del río Tajo en el pueblo de
Ocentejo. Siguiendo a trechos el cauce del río, recomiendo detenerse y
descender con frecuencia del vehículo para disfrutar de fantásticos paisajes,
haciendo un alto en la desembocadura del río Ablanquejo, en Sacecorbo, donde se
puede ver la bonita iglesia del siglo XVII. Desde este lugar se continuará
hacia el valle de Los Milagros, en Riba de Saelices, no dejando de visitar la
Cueva de los Casares con pinturas rupestres del Paleolítico. También aconsejo detenerse
en el Monasterio cisterciense de Buenafuente del Sistal, que data del siglo
XII, en el término de Huertahernando. Lugar privilegiado de acogimiento y
retiro para la oración y convivencia espiritual”.
“Tras efectuar una parada
en el pueblo de Zaorejas y admirar su monumental plaza, no dejar de visitar la
zona del Puente de San Pedro, situado a 8 kilómetros, y así poder admirar la
belleza de sorprendentes parajes, y el viajero puede dedicar un tiempo precioso
que no olvidará recorriendo a pie el curso del río Tajo y sentir el placer de
la naturaleza salvaje de su entorno”.
“Parar también en Armallones,
para conocer su famoso Hundido. Seguir la ruta hasta Poveda de la Sierra,
población amurallada con casonas del siglo XVII, y conocer en sus alrededores
los impresionantes desfiladeros y bellas cascadas del río Tajo”.
“Después tomar la pista
forestal siguiendo el curso del río Tajo
que conduce a Taravilla, para contemplar nuevos paisajes de gran belleza y
encanto, y visitar su laguna. El itinerario termina en Peralejos de las
Truchas, en el que se ha conservado la típica arquitectura serrana, que cuenta
con buenas infraestructuras turísticas de casas rurales, restaurantes y zonas
de acampada. En el pueblo merece ser visitada la Iglesia de San Mateo, siglo
XVII, y la ermita de Ribagorda, de origen medieval. En los alrededores de la
población existen bellos bosques de tejos”.
El joven viajero resumía,
que para los amantes del montañismo y aficionados de la pesca, recomendaba
remontar el río a pie y recorrer las fuentes del Tajo, y para los que gusten practicar
el piragüismo lo pueden hacer por diversos tramos del río. Significando
que por la abundancia y riqueza de sus
recursos naturales, el Señorío de Molina es un auténtico paraíso para la
práctica de deportes en contacto con la Naturaleza.
También significaba, que a
lo largo de las rutas los viajeros pueden disfrutar de la rica gastronomía de
la comarca, destacando las truchas asalmonadas, el venado, las setas y como
plato característico la caldereta de cabrito, así como los platos con trufa
negra.
Como final feliz de su
viaje por la comarca del Señorío, dedicaba infinitos elogios a su estancia en
la ciudad de Molina de Aragón, declarada Conjunto Histórico, típica ciudad
señorial y monumental, en la que había estado durante dos días visitando lugares
muy interesantes.
Lo primero que destaca al
llegar a Molina es su alcázar, situado en la falda de un promontorio vigilante
de la ciudad que se encuentra a sus pies. Un conjunto edificado sobre un castro
celtibérico que los árabes acondicionaron y utilizaron hasta el silo XII.
Se trata de un
impresionante conjunto defensivo que cuenta con castillo, murallas que abraza
todo el recinto, y la llamada torre de Aragón, en lo más alto del cerro, desde
donde se divisa toda la comarca molinesa separada del resto de las defensas, a
las que estuvo unida por una muralla almenada. La fortaleza tuvo ocho torres,
de las que cuatro están en buen estado de conservación. El recinto está
declarado conjunto histórico
El emocionado viajero
contaba a su audiencia que por aquellos lugares pasó y habitó con sus mesnadas
Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, en sus aventuras y desventuras con
su fiel acompañante Alvar-Fáñez de Minaya, quien reconquistó la ciudad de
Guadalajara, a su paso por los territorios musulmanes del norte de la provincia, camino del destierro
impuesto por el rey Alfonso VI, de León, en el siglo XI. Iniciado en la
población de Vivar del Cid, en la provincia de Burgos, y adentrándose por
tierras alcarreñas como lo narra el Cantar del Mío Cid: “El Cid acampa en la
frontera de Castilla. El Cid, después de signarse, a Dios se fue a encomendar
mucho contento tenía del sueño que fue a soñar. Otro día de mañana empiezan a
cabalgar. Último día es el plazo, un día queda no más. En la sierra de Miedes,
acampan a descansar, a la derecha de Atienza, que es tierra de moros ya”.
Contaba el ilustrado
viajero, que el Cid y su gente se aposentaron en el castillo que les cedió su
amigo el poderoso moro Aben Galbón, que dominaba aquellas tierras como si se tratara
de un rey, sin serlo, pues siendo vasallo de la Taifa toledana a la que debía
acatamiento, llegó a sublevarse para constituir su propio reino de Taifas.
Después de cuanto expuso
anteriormente, pasó a recomendar otros monumentos singulares de la ciudad, pero
sugiriendo que era conveniente pasar por la oficina de turismo para informarse
ampliamente de cuanto mucho se podía ver
en la ciudad y las tierras del Señorío.
No obstante destacaba el
Monasterio de San Francisco, fundado en el siglo XIII, actualmente residencia
de la Tercera Edad, atendida por las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Es
interesante la historia de este impresionante monumento, desde que en el 1284
lo fundara Doña Blanca Alfonso de Molina, nieta del rey Alfonso IX de León,
pero por su extensión dejaba al cuidado de los curiosos en conocer
la historia del que fuera entonces el principal monasterio dedicado a
San Francisco.
Recomendaba al visitante
de la ciudad admirar el puente romano sobre el río Gallo, que con sus tres
arcos resiste solemne el paso de los siglos.
Así como la bella estampa
de la Iglesia de Santa Clara, del siglo XII, que pertenece al convento de las
Clarisas.
Destacaba también la
Iglesia de Santa María la Mayor de San Gil, como principal parroquia del
Señorío de Molina. Y su torre del siglo XV conocida como la Pisa española por
su inclinación. En esta iglesia se encuentra el Cristo de las Victorias, patrón
de la ciudad. Y no dejar de ver las iglesias de San Martín, San Felipe y de San Pedro, y el conjunto de
la plaza de España con su Ayuntamiento.
En el museo de la ciudad,
que está ubicado en el antiguo convento de San Francisco, se puede disfrutar
conociendo la amplia historia de Molina y su comarca, y observar las piezas que
representan a las diversas culturas que por allí estuvieron.
Así decía el joven
viajero, al final de su narración “Sentiréis retroceder en el tiempo y la serenidad
en vuestro espíritu al caminar por sus estrechas y antiguas calles de
inconfundible sabor medieval. Por el
Barrio de la Judería y el de la Morería, en pleno casco histórico, así
como por otros rincones de mucho encanto
que te deja admirado por su arquitectura civil, con numerosos palacios y bellas casas nobles
luciendo distinguidos escudos que hablan de su pasado señorial, y que invitan
al viajero a soñar en tiempos gloriosos de la historia de esta bonita ciudad”.
Eugenio
Febrero 2015
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