A mi yerno Luis Miguel,
amante de la mar y de los faros del
mundo y goza de notable arraigo marinero.
Pedro esperaba impaciente
en la orilla del río Tajo la llegada de su amigo Flavio. Habían quedado frente
a los restos de Recópolis, antigua ciudad del reino visigodo de Toledo,
importante capital de la provincia Celtiberia, la que fue mandada construir por
Leovigildo en honor de su hijo Recaredo en el 578, cerca de la actual población de Zorita de los Canes.
Tenía el temor de que alguna
mirada indiscreta le podía estar observando desde la citada villa, pero se consolaba
pensando seria improbable por la avanzada hora de la noche. Miraba intranquilo
su reloj de bolsillo. Faltaban unos minutos para la una de la madrugada.
Flavio apareció a lo lejos
entre las sombras de la noche. Poco más de una hora había tardado en recorrer
los casi diez kilómetros que distaba desde su residencia en la Villa Ducal
hasta donde le esperaba su amigo. Empujaba con dificultad una vieja bicicleta,
por intransitables atajos evitando circular por carreteras para no ser visto,
por lo que casi todo el trayecto tuvo que marchar andando. Había acondicionado la
bicicleta para el equipaje que llevaba: una maleta de madera y una bolsa con
comida para el viaje que había proyectado. Tan solo lo imprescindible por la
urgencia de su marcha y por evitar excesivo peso.
En esos momentos pasaba a
los pies de los restos del histórico Castillo de Calatrava que aparecía durmiente
de su pasado histórico, que fue testigo de episodios transcendentales de la
historia de la España visigoda.
Flavio ya sentía el
frescor de las aguas del río Tajo. En ellas se reflejaba el brillo de una
luna plateada y se observaba que bajaban
serenas, por lo que les resultaría más fácil navegar por ellas. Por ese río que
han forjado su historia los gancheros, hombres rudos y valientes que desde hace
tiempo dirigen río abajo, hasta Aranjuez, miles de troncos de pinos procedentes
de los bosques de la comarca de Molina de Aragón, en la provincia de Guadalajara.
El gran escritor José Luis Sampedro, los inmortalizó en su famoso libro “El río
que nos lleva”, posteriormente llevado al cine.
Los dos amigos se
alegraron al encontrarse en el lugar previsto. De momento todo se iba
desarrollando sin contratiempos. Intuyeron que nadie les había visto y pronto
se aprestaron a sacar una barca que tenían oculta entre unos juncales. Se
trataba de una pequeña embarcación con motor de dos tiempos que utilizaba Pedro
para pescar y cruzar el río hasta la otra orilla, donde cultivaba hortalizas en
pequeñas parcelas, que después vendía en el mercadillo de la Villa Ducal.
Flavio a sus 25 años
estaba atribulado y triste por cuanto dejaba atrás: su novia con la que pensaba
casarse para el otoño, las propiedades de sus padres que le habían expropiado,
incluso los dos pares de mulas, y carros que utilizaban en las labores de
labranza de sus tierras, conforme al arbitrario reparto de la riqueza por parte
de personas reaccionarias; y especialmente estaba triste tener que abandonar la
tierra en la que había nacido, aquella bonita villa de la Baja Alcarria, tan
hermosa y con gran legado histórico, ahora ensombrecida por los acontecimientos
que se estaban viviendo allí y en todos los rincones del País.
Dejaba atrás a sus amigos,
con los que había compartido momentos felices. Sentía la impotencia de tener
que salir huyendo de su amada tierra, forzado por las circunstancias que se
venían desarrollando, con la evidencia de peligrar su integridad física.
Pedro le distrajo de sus
perdidos pensamientos: -Vamos Flavio, no perdamos tiempo, que el río nos espera
y hasta llegar a Aranjuez nos queda mucho que remar, sobretodo mientras estemos
cerca de las zonas habitadas, que después río abajo el motorcillo fuera borda
aliviará nuestro esfuerzo, así es que habrá que simultanear remos y motor,
según las circunstancias, evitando hacer el menor ruido para no ser apercibidos
y levantar sospechas.
Después de haber dejado
atrás Algarga, último pueblo de la provincia de Guadalajara, entraron sin
novedades en la de Madrid. Después pasarían bordeando los pueblos de
Villamanrique y Fuentidueña.
Estaba amaneciendo cuando
observaron en lo alto de un cerro el Castillo de Oreja, y poco después las
luces de las primeras casas de Aranjuez.
Orillaron la barca donde pudieron saltar a tierra firme. Se despidieron con
mucha tristeza y con las dudas de ambos si volverían a verse alguna vez.
Pedro regresaría río
arriba. Había llevado pertrechos para la pesca, para poder justificar el improvisado
paseo en barca.
Flavio tomaría el próximo
tren que saliera para Madrid, donde un pariente le estaría esperando en la
estación de Atocha para trasladarle hasta su casa, donde tenía ocultos a sus
padres.
No se quedaría mucho
tiempo en la capital, pues tenía trazado un plan intentando asegurar su futuro
y el de su novia, quien se había quedado
en su villa natal pendiente de encontrarse próximamente con él. Los
acontecimientos habían adelantado cuanto tenían proyectado.
Ahora en la primavera de
1936 recordaba Flavio los cambios que se estaban desarrollando desde que en
Abril de l931 hubo en el país un nuevo orden constitucional que cambió la vida
de muchos españoles. Lo que había despertado tantas expectativas terminó
tirando todo su crédito por la borda, creando desilusión en la mayoría de los
ciudadanos al permitirse que fuerzas reaccionarias actuaran a su libre
albedrío, fruto de una degeneración moral y de los principios en general, con
el resultado de un trágico final.
Flavio se encontraba
impotente ante las injusticias que se venían cometiendo, y más cuando éstas
eran permitidas por las instituciones que debían velar precisamente porque las
leyes se cumpliesen.
Como casi siempre ocurre
en el devenir de los tiempos, para unos los cambios les son favorables, pero
otros como Flavio y su familia,
sufrieron un calvario de sinsabores, y el azote perverso de las amenazas y el
odio, provocando al final la huida para buscar la seguridad de sus vidas. Todo
ello por el hecho de pertenecer a una familia de clase media y estar cercanos a
la iglesia. Por por su mediación aportaban con frecuencia ayuda a los más
necesitados de su villa.
Hacía unos meses que los
padres de Flavio decidieron trasladarse a Madrid a casa de unos familiares,
asustados por los acontecimientos, dejando al hijo al cuidado de las
propiedades de la familia, especialmente por la labranza de las tierras aunque
finalmente todo quedó abandonado.
A Flavio la situación le
adelantó la salida de su villa, pues ya tenía proyectado un cambio de su futuro
por tierras asturianas.
Desde el invierno de
l934 estaba en contacto con Patricio, un
amigo de la infancia que tenía cierto poder en la zona portuaria de Gijón,
concretamente en los temas concernientes a la organización y designación del
personal destinado a torreros en los faros que señalan la costa cantábrica. Y
fue por aquel amigo, cuando regresaba por vacaciones a la villa natal de ambos
para ver a la familia, se ilusionó por
conocer los encantos de aquella tierra, de la que contaba bellezas naturales
difíciles de imaginar. Paisajes montañosos que describía con cierto
encantamiento, y costas agrestes labradas por un océano bravío en el que
escribían la historia con valentía y arrojo tenaces marineros y curtidos
pescadores en su dura lucha por obtener de las entrañas de la mar el sustento
de sus familias.
Hacía tiempo que Flavio
había manifestado a su amigo la
inquietud de salir de la villa que les vio nacer, y éste, en el pasado verano,
le había informado de la posibilidad de obtener la titulación de torrero en un
faro cuyo titular estaba próximo a su jubilación. Por correo le había enviado
documentación y preparado estaba para
desempeñar tan romántico oficio.
Desde pequeño había soñado
por conocer la mar y ahora vivía con mucha ilusión, no obstante las dificultades,
la posibilidad de alejarse de aquella pesadumbre y dar un nuevo giro a su vida
junto a su novia.
Después del encuentro con
sus padres, al poco tiempo partió hacia el norte con la esperanza de conseguir
el puesto de torrero titular del faro que su amigo le estaba gestionando.
Flavio había leído varios
libros sobre faros y no ignoraba que el faro como el mar es como un refugio
para hombres libres. Que el torrero de faro debía ser persona muy responsable y
de dedicación plena, para mantenerlos en perfecto funcionamiento, porque en sus
manos y conciencia está salvar las vidas de marineros y lograr que los navíos
que surcan los mares del mundo lleguen a su destino con plena seguridad.
Que el faro necesita
muchos cuidados: como vigilar que el petróleo llegue en su debida proporción a
la lámpara, regular el tiro y cambiar
mechas, entre otras funciones, pues su amigo le había informado de las
características del faro en el que podría trabajar, era un faro singular,
situado en agreste promontorio al final de un cabo, aislado de tierra firme
cuando subían las mareas.
Para no desanimar a
Flavio, su amigo no le había contado toda la historia hasta llegar a Asturias y
fueron a ver el lugar que sería su destino si finalmente lo aceptaba, pues se
trataba de un faro de tercera o cuarta categoría que todavía no se había
modernizado por dificultades económicas, y también porque no había personas
adecuadas que estuvieran dispuestas a aceptar tan sacrificada empresa, por lo
que Patricio tenía dudas de que su amigo
fuera capaz de superar aquella prueba.
Aquel faro, construido en
piedra sobre un montículo rocoso, de forma circular , se alzaba 40 metros sobre
el nivel del mar y a l5 metros sobre el terreno. Inaugurado a finales del siglo
pasado, había sufrido muchos temporales y
trágicas galernas, pues dos torreros desaparecieron abatidos por las
olas, que llegaron en ocasiones a superar la altura de la isla y azotar la
torre del faro, y asimismo consta en el Libro Registro de Operaciones el
naufragio de algunas naves que no pudieron evitar zozobrar contra las rocas de
la isla.
Y llegó el primer día de
su nuevo trabajo, que había aceptado con gran entusiasmo, pero también con no
menos temores de poder sobrellevar la soledad en aquel apartado e inhóspito
lugar, con la sola compañía de un cachorro de perro Husky Siberiano, que le
había regalado días atrás su amigo Patricio para que le hiciera compañía. Le
había puesto de nombre Luna, por haber observado la noche anterior la
plenitud de una luna llena que iluminaba
un firmamento limpio de nubes y pleno
de estrellas. La que tiene tanta fuerza de atracción, junto con el sol e
influencia en las mareas de los mares y océanos del mundo.
También le había regalado
Patricio una radio de galena, para aliviar la soledad de su amigo con ese
sencillo y nuevo aparato, que le permitiría estar comunicado con el mundo
exterior. Creo que muchos recordarán se trata de un receptor de ondas de
frecuencia media y corta que funciona sin pilas y sin electricidad. Se alimenta
de las mismas ondas que recibe, sirviendo para sintonizar diversas emisoras.
Durante los primeros meses
de su estancia en el faro estaba hechizado por la compañía que suponía tener
noticias a través de tan sencillo aparato. Era un aliciente para Flavio y
sentía mucha ilusión poder conectarse por las noches con aquel artilugio
electrónico, que le procuraba un cierto alivio en los momentos de dura soledad,
una vez atendidas sus obligaciones como torrero.
Terminó de despedirse de
su antecesor, y tras haber recibido consejos e instrucciones sobre la situación
del faro, se instaló con los pocos bienes que traía. Ya solo, en lo alto del
faro, algo sofocado por la subida de los casi cien escalones, acompañado por
Luna, quedó embelesado por la belleza que contemplaba desde aquella formidable
atalaya, que complacía a sus ojos y transmitía una dulce quietud en su alma.
El silencio lo invadía
todo, solo alterado por el rugir de las olas al chocar con las rocas sobre las
que estaban construidas las instalaciones del faro. Dirigiéndose a Luna, como
único interlocutor que allí tendría desde aquellos momentos dijo con voz
serena: -Luna, echa un vistazo al sol que se va ocultando por poniente y a la
luna que ya empieza a iluminar la noche
y las estrellas que se avistan tibiamente en el firmamento; y admira también la
inmensidad de la mar y del ritmo de las olas, y te quedarás sorprendido de la
grandeza de la Creación-
Don Felipe le había
enseñado a amar el firmamento. Don Felipe el sabio, como así le llamaban en el
Instituto de Enseñanza Media Brianda de Mendoza de la capital de Guadalajara,
donde Flavio estudió el bachillerato. Allí Le habían enviado sus padres al cuidado
de unos familiares. Aquel profesor le transmitió las inquietudes sobre las
esferas celestes. Era gran admirador de Galileo y de Copérnico, especialmente de
este último, gran astrónomo del renacimiento, nacido en Polonia en el siglo XV.
Conocía como nadie en su época los misterios del sistema solar, pues fue
fundador de la astronomía moderna, y contribuyó a un mayor conocimiento de la
bóveda celeste.
Por ello Flavio sentía
particular pasión por el estudio de los misterios del firmamento, y ahora desde
aquella magnífica posición lo observaba
en las noches claras en toda su magnitud y se quedaba hasta altas horas de la
noche mirando las estrellas y los planetas, contando con un pequeño telescopio
que hacía tiempo le compraron sus padres al conocer las inquietudes de su hijo,
y que había incluido entre las pocas cosas que llevaba en la maleta.
En el transcurso de los
primeros meses fue normal la estancia de Flavio en el faro, que fue superando
las condiciones de aislamiento y por supuesto de la temida soledad, minimizadas
por la inseparable compañía de Luna y de la radio de galena. Ocupaba también los ratos que le permitía su
actividad profesional, escribiendo su diario a modo de biografía de su vida en
el faro. Ello como complemento de sus
obligaciones como buen funcionario de anotar todo cuanto acontecía en el faro,
un completo resumen en el Libro Registro de Operaciones, incluso de
observaciones meteorológicas.
También colaboraba en la
edición de revistas y publicaciones impulsadas por algunos torreros con el fin
de suplir la falta de contacto y de información por su aislamiento. Una de
ellas “Señales Marítimas”, que desde 1932 fue método de comunicación interna de
los miembros del Cuerpo de Torreros.
En ocasiones recibía la
visita de su amigo Patricio, con el que departía sus inquietudes y las
dificultades que tuviera en esos momentos. Y especialmente ocupaban capítulo
importante los frecuentes escritos a su novia, pues estaba entusiasmado con los
preparativos de la boda que tenían pensado celebrar para el próximo otoño.
La vida de Flavio
transcurría con escasas novedades de importancia, salvo la impresión que le
causaron los primeros temporales que
tuvo que vivir en el faro, al contemplar con no poca angustia y asombro las
encrespadas olas del bravío Cantábrico cuando llegaban a superar la base del
faro, produciendo ruido ensordecedor que hasta Luna le asustaba ladrando
continuamente.
No obstante la
tranquilidad que gozaba en su nuevo oficio, el miedo retornó a su corazón con
las noticias que venía escuchando a través de la radio galena sobre la
situación del país y de otras partes de Europa.
Como era creyente en ocasiones elevando su mirada al cielo imploraba su
protección ante tanta locura que se venía cerniendo sobre la humanidad. Por la
soberbia de los que dominan las naciones. El germen de la guerra parecía volver
a cabalgar sobre el caballo salvaje del apocalipsis, amenazando actuar como
peste aniquiladora.
Otra vez más y a lo largo
de la historia parecía que los humanos habían enloquecido, trastornados por
reyertas y enfrentamientos, indolentes de
que el dolor causado sea irreparable y que las consecuencias duren para
siempre.
Hacía diecisiete años que
había terminado la que fue la más devastadora guerra de todos los tiempos y ya
empezaban a sentirse vientos de otra venidera de imprevisible resultados.
Pero ahora lo que más le
preocupaba eran las noticias de un posible levantamiento militar de las fuerzas
establecidas en el norte de África y en las Islas Canarias, circunstancia que
le retrasaría sus proyectos de enlace matrimonial con su novia Eloísa, pues no
acertaba a comprender todavía el alcance que pudieran tener a nivel general del
País.
Desde lo alto de la torre
del faro, a voz en grito y mirando a Luna, que parecía comprender el enfado de
su amo, Flavio soltó a los cuatro vientos: -¡Malditas las guerras y malditos
sean quienes las provocan!-
Casi incomunicado estuvo
Flavio durante los tres años de contienda fratricida. El mantenimiento le
llegaba tarde y escaso y su soledad se acentuó con el paso de los meses,
llegando a escasear el combustible necesario para el mantenimiento de la
linterna y hasta en algunas ocasiones se quedó sin poder emitir la luz
necesaria para evitar los riesgos de la navegación de los barcos. También pasó
penurias personales al carecer de elementos básicos para subsistir en el faro.
Superado por la ayuda de las buenas gentes de la población cercana.
La situación también
demoró sus ilusiones de boda que dejaron ambos para más adelante, desconociendo
el alcance del tiempo que aquella barbarie pudiera durar, y dudando sobre su
propio futuro, pues hacía meses que no tenía noticias de su amigo Patricio, y
tampoco de su novia, ni de sus padres en Madrid, lo que acentuaba aún más sus
inquietudes.
Solo en una ocasión,
restablecidas las comunicaciones telefónicas, desde la población más cercana al
faro pudo tener la posibilidad de hablar por teléfono con Eloísa. Entre tanta
barbarie y agresividad fue como un bálsamo de paz sentir la voz de su novia. Esta
había ido a Guadalajara justificando una revisión médica, pero el motivo
principal era contactar con Flavio, aunque solo fueran unos minutos, después de
varios meses sin tener noticia alguna. Fue una fría mañana del mes de enero del
39, cuando parecía que la confrontación bélica llegaba a su fin, y se atisbaba
la esperanza de nuevos tiempos, y la ilusión por un futuro mejor. Sería difícil
restañar las heridas que tanta tragedia habría ocasionado. Pero el amor de aquellas
personas jóvenes les hacía prever la posibilidad de vivir en un mundo mejor,
sin odios ni rencores.
Sentían el fuerte deseo de
iniciar una nueva vida, aunque fuera en la soledad de un sencillo faro, pues la
felicidad se encuentra donde cada humano pone su animosidad de espíritu, y en el
caso de Flavio y Eloísa estaban dispuestos a conseguirlo uniendo sus vidas en
un afán común.
Deseaban salir de aquellas
tinieblas en las que fuerzas malditas les habían sumergido. Eran jóvenes y
animosos, una nueva generación que
sentía la necesidad de luchar con ardor por la paz y transmitir lo absurdo de las contiendas fratricidas.
Al fin tuvo noticias de
Patricio que las nuevas autoridades portuarias le habían ascendido,
notificándole que pronto sería trasladado a otro faro de superior categoría,
situado al final de un importante cabo, comunicado por un camino con una
población cercana, donde trabajaría muchos años.
Allí el nuevo matrimonio
podría llevar una vida más relajada. Se casarían en otoño del 39, tres años después de lo
previsto.
En un tiempo no volvieron
por su tierra pese a cuanto soñaron por ella, pues no querían sentir la
tentación de la venganza por el mucho daño recibido. Pensaron que el perdón
sería el mejor bálsamo para su felicidad, pese al triste recuerdo de que los
padres de Flavio murieron víctimas de la denuncia de personas malvadas.
Abril 20l4 Eugenio
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